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Jueves, 8 de noviembre de 2012

CONTRATAPA

ALJIBES

 Por Jorge Isaías

La cuestión al escribir es simple: hay que llegar a creer que uno está usando una historia verdadera. Pero además lograr que el que la lea crea que eso es así. Esto según Joseph Brodsky.

¿Sería como un artefacto que funciona? ﷓ preguntaba el inquieto Víctor Humberto Sánchez, mejor conocido por su apodo, El Tago, y por el rasguido estricto de su guitarra, por las calles argentinas de mi pueblo.

Cuando digo mi pueblo quiero decir aquel de los frescos tomatales de diciembre, que mi padre recomendaba regar de madrugada porque los que lo hacían al anochecer corrían el riesgo de arruinar la cosecha porque había tenido solazo macho durante todo el día. Y cuando se le inquiría más precisión, mi padre respondía con un dejo zumbón de sentido común.

﷓Porque la tierra húmeda protege todo lo que está sembrado o plantado. Mejor al amanecer: tirar mucha agua.

Un verano, mientras mi padre estaba en los campos de Albino Trentini, en González Cháves, hicimos la prueba con mi madre, yo, adolescente empeñoso iba sacando baldes tras balde de un pozo que estaba al final del terreno, y mi madre rebalsaba los surcos con agua fresquísima.

Ese año vinieron los tomates más grandes y jugosos. Con lo que sobraron de esa cosecha para consumo familiar, mi madre puso en botellones con sal y albahaca los que dejó madurar mucho y lo usaba como salsa. También hacía conserva pero no recuerdo qué método se había traído de su pequeña y perdida aldea italiana.

De ese pozo sacábamos el agua para beber y a juzgar por el vecindario era muy dulce. Negrita y Delia Campos, doña Emilia Peralta y la tía Anécdota venían diariamente a sacar el agua para beber. Nunca entendí que si ellos eran vecinos tan cercanos no pudieran beber de su propio pozo, o la napa de nuestro terreno había sido tocada por la varita mágica de un hada buena.

A este pozo que estaba en la quinta me estoy refiriendo hoy como el único (y el último) que recuerdo. Sé que hubo otros, y que cuando fuimos a vivir allí siendo yo muy pequeño había un aljibe junto a la casa, donde ahora se eleva un fresno. Pero no sé si lo vi o son los relatos de mi padre, que siempre empezaba así:

﷓Teníamos un aljibe que daba un agua dulcísima, pero lo tuve que tapar porque estaba muy cerca de la casa y podía hacerle ceder los cimientos.

Es decir que cuando yo le cuento a mi hermano que nació mucho después, el lugar que supuesta o realmente ocupó el aljibe, muy seguro le señalo el lugar con el dedo. Casi como si hubiera sido contemporáneo mío, como si el aljibe y yo hubiéramos crecido juntos.

El aljibe que si recuerdo es el de mis abuelos, que estaba calzado con ladrillos y cuando alguno de mis tíos me levantaba y me hacía asomar por ese redondel yo veía allá al fondo una moneda oscura que se movía de a poco.

El aljibe estaba en el patio de la parte familiar que tuvo el almacén Las Colonias.

Cuando fallecieron los abuelos, don Rogelio Nievas que compró casa y negocio a mi familia, usó un tiempo largo ese aljibe. Pero un día, lo tapó con tierra. Y cuando le pregunté qué había pasado me dijo que se llenaba de hormigas y que ya los pozos no se usaban más.

Los habitantes del pueblo van a comprar la fruta y toda legumbre a las verdulerías, como si estuvieran en una gran ciudad.

En la década del sesenta, cuando los chacareros se empezaron a mudar al pueblo, tampoco tomábamos la leche de sus vacas que se compraba a los lecheros y el gran sachet fue rey. Se modernizaron, digo. Y todos muy contentos en perder las tradiciones que producen el trabajo. Es decir que todas las quintas de mi pueblo han desaparecido.

No quedan las que yo recuerdo como las mejores: la de Pocho Jeremías, de Altamirano, de Manuel Gómez y don Manolo González.

Era una delicia caminar por esas calles hondas que a sus costados exhalaban ese olor increíble a albahaca que nos llenaba nuestras almitas, llenas de avidez gozosa por los duraznos del Turco Alé, como conté cabal, la anécdota del hurto frustrado, una noche que las sombras habían caído como un tropel de yeguas locas sobre el pueblo.

Y esa carrera nos hizo olvidar que la noche era magnífica y era un enero que los tiempos que siguieron no pudieron superar.

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