CONTRATAPA
› Por Víctor Maini
Si alcanza con haber pagado todas las deudas y la oportunidad de amar para considerarse un hombre bueno, creo haberlo logrado. Aunque deudas siempre quedan, un poema, una canción, una caricia para alguna persona amada, confieso desde mi pensamiento lineal de Perito Mercantil, ser el mayor deudor moroso de mí mismo, que mi pasivo se encuentra repleto de obligaciones a pagarme. De puertas sin abrir, de círculos sin cerrar, de caminos que esperan ser caminados aquí, allá, hoy o mañana. Las voy cobrando en cuentagotas, cada vez que acampo en la colina de la vida, exigido por la altura y la falta de oxígeno.
a última cuota la cobré con un viaje, que nada tenía que ver con la fascinación de las playas ni de un hotel en las montañas, más bien con lo coherente y prolijo de mi pobreza. Lejos de sentirme grande como el mar, más bien convertido en un pobre agujero, no dudé en poner la trompa de mi chata hacia el centro de este verde lugar.
Dicen que el hombre es el único animal que nunca está solo, que todo está guardado en la memoria, desde allí comencé a bajar canciones que volví a pasar por mi corazón. Ya en el medio de un campo color soja, sin matices, pero con el misterio siempre vigente de una casa sola en la inmensidad, ahogando el dolor en la soledad, pensando en nada, fui despertando historias adormecidas en los parques de los recuerdos. Me acordé de la tarde en que mi hermana dejó caer el simple de "Anochecer de un día agitado" en el Winco y de la revolución que estalló dentro de mí. Escuchaba rock todo el día, pero tenía un karma, me habían acunado en tango. Sin haber estado nunca dentro de un traje ni haber sido dueño de una yunta de ruanos, me había emocionado escuchando "Viejo smoking" y "Mano blanca". Enamorado de mi idioma, de cada una de sus palabras, de sus giros, de sus metáforas, no podía creer cuando Badía traducía las letras de mis ídolos por las noches con descargas en mi Spika. Un tal Martínez ya me había volado la cabeza con "No pibe", y había dado varias vueltas en una nave infernal cuando lo conocí. ¿Quién era este tipo vestido con camisas de leñador y jardinero, que golpeaba las palabras en la última sílaba buscando la rima y con una guitarrita junto a su armónica parecía traer mensajes de un alma herida pero bien clara? ¿Quién era este gringo que parecía entregarse a corazón abierto, ofreciendo un poco de comprensión en tiempos duros? Lejos de verlo como a un artista lo sentía como a un hermano mayor, como a un primo del campo, como a un amigo. Uno podía verlo también como a un bolso que hacía shows, pero creo que en ese momento de silencios levantados como paredones, sentí que su voz se dividía en dos y le daba sentido a mi vida. Lo seguí por todas partes como quien sigue a un profeta. Juro que una vez canté con él, fue en el Belgranense, un club de barrio de la zona oeste de Rosario, lugar en donde se bailaba cumbia por principios, nunca por moda. Esa noche le hicieron un silencio respetuoso, pero no más de diez personas nos acercamos al escenario para verlo cantar. Fijó la mirada en mí que lo acompañé en todas las canciones de su cuarto Lp, al final agradeció la atención, me guiñó un ojo y se fue. Si no guardé mi sonrisa entre los dientes, ni marché del sur para el este, si nunca me sentí desahuciado por tener que vivir una cultura diferente, algo tuvo que ver. Si me quedé mirando sólo a los ojos para la verdad saber y enterarme que sobraba dignidad para creer siempre en la vida con sólo ver una flor brotando entre las ruinas, se lo debo a él. Si logré que la realidad gritara bien fuerte en mi cabeza para alejarme del pánico y la inacción mucho tuvieron que ver sus letras. Hay canciones que son mucho más potentes que un libro, que van directamente al corazón, en un acorde, en una melodía. Como naves espaciales aparecieron ante mí varios silos y tanques de combustible que me indicaron que ya estaba en Cañada Rosquín, pueblo gringo como todos, pero distinto, con pibes jugando en la vereda, señoras con el síndrome del batón, gente con el sol en sus caras. Entrando por calle Santa Fe en un punto se corta el asfalto junto con los jardines floridos. Tuve la necesidad de bajarme y caminar por el barrio San Pedro. Casas viejas, taperas, aljibes, ningún caballo blanco. Me crucé con la Francisca, con Luis, con María del campo y con un montón de anónimos que viajan de boca en boca enancados en canciones populares. Salí por calle Moreno, paseé por el centro, fui hasta la plaza, lo vi pintado en un mural sobre la comuna, pero creo que sentí su presencia cuando me detuve en la zona rural. El viento silbaba sobre un mar de pastos, el mismo viento que le contó cosas, que lo declaró libre de amar, libre de odiar. Volví desde el único lugar en donde siempre va a ser un hijo de vecino, uno más, parte del paisaje, en momentos en que su obra camina hacia el anonimato. Dentro de cien años algún joven empuñará una guitarra y cantará "Solo le pido a dios", sin preguntar, sin saber ni tampoco interesarle el nombre del compositor. El escritor gozará de la dicha de pertenecer a toda la gente como pertenece un atardecer y todos sabemos que sólo un imbécil pregunta por el autor de un crepúsculo.
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