Jue 17.01.2013
rosario

CONTRATAPA

Una broma

› Por Jorge Isaías

Al Tigre Compañy

Esa sodería había sido de Deambroggio, bueno al menos hasta donde me da la memoria, y luego de don Juan Sperizza, a quien en definitiva se la compró Atilio Boccolini. Este había vendido su campito vecino al pueblo a Juan Ruggeri. Ese campito supo ser del Turco Hechen donde se jugó ese mítico partido entre el Evita Estrella de la mañana y el sacrificado Los Fugitivos, que hicieron esa patriada que terminó como se decía entonces con la canasta llena de huevos, es decir nos golearon a gusto y hasta algunos -﷓los más escépticos-﷓ dicen todavía que nos perdonaron la vida. Es decir que la goleada pudo ser mayor y que en algún punto los tocó la piedad. Como yo era muy chico no lo tengo en mis recuerdos personales.

Pero para el tiempo de mi relato todo esto era historia antigua. Regresados de la corta estancia rosarina, a mis catorce años llegamos al pueblo con mi hermano de pocos meses. Como yo debía trabajar en algo para ayudar en la casa, como era usual en esos tiempos, acepté el conchabo que me ofrecía Hugo Boccolini a quien llamaban El Mono, previo consultar con mi padre, desde luego.

Este ofrecimiento no era casual, sino que tenía un objetivo dirigido e interesado, ya que él noviaba con mi prima Gladys, a quien yo llamaba cortazariamente (sin saber aún la existencia de Cortázar): la mayor, ya que tal es su condición en la familia. Para ese entonces, Hugo le había alquilado a su padre la sodería ya que éste se había jubilado y se pasaba el día jugando al mus o al truco en el bar que aún existe, justo al lado del portón de la sodería y que hacía ochava con la entonces poderosa casa Bessone o bazar La Primitiva, tal su nombre de fantasía, regenteado en ese tiempo todavía por su fundador, don José. Todo esto en la calle principal, donde estaban casi todos los negocios importantes. Enfrente había unos altos yuyales que casi tapaban las vías cuando el tren aún funcionaba.

Ese bar que fundó Juan Triachini en la década del veinte del siglo pasado en esos años lo había comprado Víctor Cataldi, el popular Toto, quien además trabajaba mucho con un taller de tornería. Allí supo ser su ayudante mi infortunado amigo Antonito Leone.

Como la sodería no tenía los sifones suficientes, muchas veces ﷓-sobre todo en verano﷓- teníamos que llenar algunos cajones para completar la carga de la vagoneta o carro tirado por un mancarrón mañero y luego reiniciábamos el reparto.

Otras veces él salía y yo me quedaba a llenar sifones con una máquina muy primitiva que tenía boca para uno solo. A diferencia de la otra sodería, la de Aldino Gardella, que tenía una muy moderna pero era de dos unidades.

Cierta vez El Mono me mandó a la chacra del Gordo Compañy para retirar una yegua de tiro que iría en calidad de préstamo, como correspondía a la extensa generosidad a la que era muy afecto.

Allí fui a patacón por cuadra como llamábamos nosotros al simple hecho de caminar. Llevaba en una mano el freno con orejeras y las larguísimas riendas, como corresponde a un arnés para caballo de carro o sulky.

Como la tranquera estaba de par en par, como siempre, pasé directamente y antes de llegar a la casa me encontré a un chico, no sé si jugando o realizando alguna tarea acorde a su edad.

- Miguelito -- le pregunté-- ¿está tu papá?

- No, salió -- me contestó.

- Vengo a buscar una yegua blanca o tordilla, de tiro.

- Es ésa, llevala nomás Massei. Eso me dejó dicho.

La miré. Era una mancarrona vieja, y supuse que eso la habría transformado en mansa.

- Decíme Miguelito -﷓le pregunté﷓-, ¿la podré subir? Porque había pensado que me podría evitar las penosas calles de tierra que debería volver a transitar.

- Sí, montála nomás Massei, es muy mansita ﷓- me dijo el muy maula.

En ese tiempo, aunque nadie lo crea (ni yo mismo) era capaz de montar un caballo en pelo. Por lo cual de un salto limpito estuve sobre la grupa de la tordilla. No fue más que sentir mi peso y comenzar a corcovear y dar coces al aire, al extremo que me asusté mucho. Yo al fin y al cabo no era más un chico pueblero sin demasiada experiencia con animales. Así fue antes de ser arrojado al suelo lleno de bosta del potrero, me tiré y comencé a dar tumbos y rodar para alejarme del peligro.

Y el chico que me había jugado esa broma pesada se reía y se revolcaba en el suelo festejándola.

El chico travieso, que como experto chacarero que era con el tiempo fue llamado El Tigre, es uno mis mejores amigos que tengo. Para ser veraz diré que luego lo contó en el club, delante de mí y de mis amigos riéndose de nuevo e imitándome en mis contorsiones de simio para evitar ser pateado por la yegua enloquecida.

Y cuando alguien le llamó la atención que dada nuestra diferencia de edad podría recibir una tunda, se encogió de hombros y agregó:

- Si Massei es bueno, cómo me va a pegar.

Yo tuve que regresar hasta la sodería, llevando la yegua de tiro.

De vez en cuando reflotamos esta anécdota de aquel tiempo remoto y la festejamos entre risas mientras el vino recorre las gargantas.

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