CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA
› Por Adrián Abonizio
* La maestra, una rubia pecosa y dinámica, potenciada por la fe de los primeros días al mando del grado, empieza a leer "en el reinado todo se hizo penumbras, entonces la princesa acudió en busca del dragón", pero escucha como un susurro leve pero pertinaz que la detiene. Un alumno le comenta a otro: -¿Drogón? ¿Dijo drogón? Esta sí que anda en algo raro.
* Sintió siempre una atracción física hacia las muñecas, pero no por mariconería sino por sensualidad. Cuando en el cuarto de su hija descubre una pequeñísima, insignificante réplica de la Mujer Maravilla con una pierna rota, la pone contra su pecho y la lleva luego hacia el bolsillo interno del saco. En el atardecer, en su estudio, con plastilina y laca le rehace una piernita nueva y tras secarla con el ventilador le pinta las botitas estrelladas azules y rojas. El corazón le palpita cuando le roza los pechitos de hule. La guarda entre sus cosas como una alhaja, mientras su hijita sigue preguntándose por dónde andará aquella muñequita renga que podía volar.
* Entiende algo que siempre lo perturbó. Lo comprende ahora a los treinta y cinco años mientras pasea por el bosquecito de las sierras junto a su amiga y la hija. Es una revelación plena. -¡Claro, con razón!, dice inadvertidamente en voz alta. -¿Qué cosa?, le inquiere su compañera. Se detiene. Está al borde de una epifanía. -!Los chicos que han nacido en esta zona y lugares parecidos son más sanos que nosotros con los cuentos: a mi siempre me costó imaginarme el lugar de las lecturas porque nací en Buenos Aires. En cambio cuando tu hija lee sobre puentes, arroyos, dragones, castillos y bosques sencillamente tiene que pegarse una vuelta por acá y listo!
* Le jaquearon la cuenta al punto que en sus contactos había gente ya del pasado, odiada y perjuriada en nombre de su salud a quienes nunca más iba a escribirles y resultó que se encontró con ellas quienes le preguntaban qué sucedía que les estaba escribiendo. Como no tenía ganas de explicar el asunto, sencillamente contestó con un Nada en mayúsculas a todos. Y algunos le recriminaron su sicopatía, su histeria y su cobardía. En fin, se dijo, mientras cambiaba la contraseña por tercera vez en la semana. Esta vez puso un nombre infantil de muñequita sonrosada.
* Descubrió entonces el afilador de lápices de chapa, una navajita inocente con forma de lorito sobre el escritorio. Apenas tres centímetros de filo pero que le sirvieron aquella mañana en la cochería Nuñez para defender a su padre del engaño. Habían sepultado a su madre el día anterior y los de pompas fúnebres le habían cobrado al viudo un sobreprecio aprovechando que se encontraba aturdido. Entonces fue con él hasta la empresa y los amenazó con esa navajita insulsa. Era tal su furia que le devolvieron el dinero y ante su padre quedó como un titán. Hoy mira el artefacto con ternura: un cacharrito infantil puede devolvernos la dignidad extraviada en los campos de la muerte.
* "!Noche de guerra, noche de asesinatos, Hitler sale a buscar a sus víctimas del gas... Y los mata al ras!", canta el pibe en la piecita del fondo mientras dibuja sobre una hoja un dragón con la camiseta de Independiente. El tío que está arreglando una batería vieja observa y oye todo pero no puede sacar conclusión alguna porque nada parece encajar con nada. Siente un mareo. Los niños han enloquecido en un mundo sin honor, salpicado de injurias y todo vale un comino.
* En una puerta de vidrio duro se topan dos ancianas con sendos bastones. Entre el apuro y la mala disposición de la entrada se ha producido un encontronazo, lo suficientemente largo para que la niña le comente a su mamá: Parece una escena de Star Wars pero con viejitas.
* Siempre lo mortificó el cuadro que pendía de la entrada del despacho de la Madre Superiora. Y eso que lo había visto apenas dos veces cuando acompañara a su madre para anotar a su hermana en ese colegio de monjas. Era San Jorge atravesando el cuello del dragón, que no era ni más ni menos que el mismo Diablo. No pudo dormir por días, largas noches de susto callado donde cada sombra era el Demonio venido del sulfuro para llevárselo. Dormía con una lancita de madera bajo la cama. Alucinado, con ganas de orinar y con sed. Su hermana al descubrir el arma se burló -¿Esto es para el Cuco?-, zumbó. -¡Peor vos que vas a ir a aprender a su cueva!-, retrucó. Ella que no comprendió el asunto, dedujo que no se entiende mucho a los pendejos cuando hablan.
* Dragón le decían. Había nacido en el sur y tenía tatuada una lagartija criolla en el antebrazo. Había empezado como plomo de un grupo de rock y terminó en Méjico con experiencias de peyote, indios, música con piedras y calabazas. Cuando regresó al mundo este de la música, artificial, rápido y vanidoso nunca se acomodó del todo. Tanta estupidez enfermaba. Entonces regresó al desierto donde conoció otra gente, nuevos dragones. Se tatuó otra lagartija. Una del desierto ardiente. "Todo pega una vuelta", escribió en una carta con una foto donde se lo veía con el pelo largo hasta la cintura y su esposa, una descendiente de cherokees al lado, con dos crías preciosas. Atrás, en la veleta de su casita se podía distinguir un lagarto pintado a fuego.
* Buscaban lagartijas entre las vías del tren, cuando el sol es un fuego que asusta. Empeñados en cazar las obtenían estando atentos con esa red atada a un palo. Una vez se trajo una preciosa, toda verde y grisada. No supo qué hacer y la depositó en la pecera vacía donde le agregó arena. -¿Qué morfan?-, le preguntó al tío. -La libertad comen, la libertad-, le contestó muy serio. Al otro día el bichito no estaba y lo interrogó. -Salió a comer-, le contestó. Y el pibe entendió. Nunca más apresó bicho alguno.
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