CONTRATAPA
› Por Dahiana Belfiori
Hay que arderse en la lectura, hay que arderse en la escritura. Hay que arderse en la poesía leída en voz alta y compartida. En ese caldero hereje que la palabra engendra cuando es libre, cuando sale del cuerpo como un vómito o un susurro o una mueca de dolor o una sonora carcajada; cuando sale del cuerpo vivo, que habla y se desgaja y se entrega todo en el decir, hay que arderse. Nos ardemos, felices y mansas. "Cuando una lee o cuando una escribe se quema viva", dice Marta Cwielong en una entrevista publicada en la revista de poesía La Guacha. La poeta lee y se quema mientras lee. Y una adivina las noches de insomnio en la escritura de eso que lee, y una ve la carne viva de la palabra, el borde rojo de esa llaga, su lengua seca, sus pupilas dilatadas. Una siente la incomodidad del poema y de la poeta: allí donde no hay salvación posible.
Proponer -¡y hacer!- una Semana Non Sancta en el medio de una semana santa -y podríamos decir, de un mes empalagosamente santo-, es un acto de resistencia ante tanto nuevo creyente que abandonó con fervor religioso el ateísmo que asumía, o al menos la indiferencia religiosa que ostentaba, para calzarse unas gafas amarillas y blancas, último grito de la moda argentina. Así lo pensó Gabriela De Cicco cuando convocó a poetas de distintos lugares de este país literario, que extiende su geografía más allá de cualquier frontera política, a participar del deleitoso pecado de estar vivos y poder contarlo.
Chavela Bar fue el lugar de encuentro en Rosario para que un menú variado de poetas nada santos -Mariana Vacs, Vittoria E'Natto, Marta Cwielong, Javier Gasparri, Gustavo Pecoraro, Andrea López Estibiarria, Alejandra Mendez, Maia Morosano, la propia Gabby y quien escribe- y comidas apóstatas fuera el escenario dispuesto para la resistencia. Resistir parece ser la marca de este tiempo. La segunda de las tres jornadas propuestas en la semana, la poesía fue la invitada al banquete de pecados y de goces.
Algunas notas placenteras, poéticas y políticas se quedaron, persistentes y redondas en mi lengua, sin orden y sin tiempo, como si el vino que se iba asentando en las paredes internas de mis mejillas llevara consigo la confirmación de la herejía compartida. Así, Gustavo Pecoraro dijo resistir "marica y anticlerical" ante los nuevos ricos clericales, llevándose el aplauso cerrado de un público amoroso. Y Mariana Vacs con Gabriela recordaron que la memoria se desmemoriaba. Que parecía haber un ejercicio intencional del olvido y que allí estábamos también para recordar. Porque este 24 de marzo, mientras muchos marchábamos repitiendo que la dictadura no sólo fue militar y civil, sino además religiosa, varios otros colgaban banderas papales de los balcones de sus departamentos el domingo de ramos. Y el viernes 29 de marzo en la ciudad en la que vivo, mientras algunos marchábamos por el esclarecimiento de un crimen que ya lleva tres años de impunidad -el de Silvia Suppo- varios hacían el ejercicio piadoso de un vía crucis en el que no caben ciertos dolores e injusticias. Pero como la Memoria no habita parques cerrados, ni es un pergamino, al decir de la Thénon, la poesía la conjuró y la hizo presente. Porque arderse también es doloroso.
Una de las "justificaciones" para las lecturas laicas más meditadas fue la de Javier Gasparri, quien anheló hacia el final "que nuestros deseos y cuerpos circulen y fluyan sin barreras homohetero; que nuestras experiencias de lo religioso se hagan sin iglesia."
Y sin iglesias se edificó el santuario en el que oramos, porque mientras se sucedía en ellas la misa de gallo, la cotorra poesía seguía hablándonos profana en la pluma y en la voz de Marta Cwielong:
duelen los labios
o la boca
quién besa?
los labios, la lengua
o es dolor de callada
de mordida
de morderme
de ejercicio de besar
de haberte besado
de calzar justo en una boca
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