Vie 03.05.2013
rosario

CONTRATAPA

Mínimos asombros

› Por Javier Núñez

Dos años atrás yo escribía una novela que todavía no tenía título ni estaba seguro de que pudiera terminarla. A veces también la imaginaba publicada, es cierto, tal vez en una edición de autor o en una editorial independiente. Jamás imaginé que acabaría por publicarla fuera de mi país, precisamente en la patria del autor de mi segundo epígrafe.

Y mucho menos imaginé que acabaríamos coincidiendo en una feria en México, él presentando un libro de cuentos, "Los culpables", y yo esa novela que él, sin saberlo nunca, me había ayudado a encaminar.

Hasta que empecé esa novela nunca antes me había embarcado en un proyecto narrativo de largo aliento, y en aquellos días de escritura las dudas me asaltaban con frecuencia. Dudas de todo tipo: algunas que tenían que ver con la historia o el proyecto y otras que tenían que ver con mis posibilidades de llevarlo a cabo. Sí tenía algunas cosas en claro, un argumento más o menos esbozado, diversos apuntes que había ido haciendo y muchas, muchas ganas de contar la historia de un hijo que se empeñaba en reconstruir la memoria de su padre a través de la gente que lo había conocido. Esto que cuento debe haber sido por el verano del 2011, porque por entonces me llegó el primer número de la revista Orsai, que acababa de editar Hernán Casciari. En ese primer número había un texto de Juan Villoro titulado "Mi padre, el cartaginés" en el que tocaba con maestría algunas de las sensaciones que me estaban dando vuelta en la cabeza con respecto a la relación de mi personaje con la memoria del padre. Recuerdo que subrayé algunas frases en las que me quedé pensando, y hubo una que me gustó tanto que la incluí como segundo epígrafe de la novela que ya había arrancado: "¿Hasta dónde podemos recuperar una memoria ajena? ¿Es posible entender lo que un padre ha sido sin nosotros? Ser hijo significa descender, alterar el tiempo, crear un desarreglo, un desajuste que exige pedagogía, autoridad, transmisión de conocimientos. ¿Podemos entendernos como contemporáneos de nuestros padres, ser intempestivos a su lado?". El texto de Villoro me había llegado en el momento preciso, y fue a parar a la primera página de ese documento de Word que yo soñaba con ver transformado en algo así como un centenar de hojas impresas a las que pudiera decirle "mi novela". A veces no me importaba si algún día lograba publicarla o no. A veces lo único que quería era saldar esa deuda conmigo y escribir mi primer novela.

Esta mañana algo le dije. Esto lo escribo en Xalapa, en la habitación de un pintoresco hotel de estilo colonial donde fumo a escondidas desafiando la prohibición que está pegada en la puerta. Es un domingo de fines de abril, y esta mañana pude hablar muy brevemente con Juan Villoro luego de la presentación de su libro de cuentos. Entre referencias de Rosario y del fútbol --él nombró a Bielsa; yo dije que soy de Newell's como el loco; él contó que un porteño alguna vez le dijo que no hay clásico en el mundo que se viva como el rosarino, y que lo dijo orgulloso, con una especie de sentido de pertenencia nacional. Yo le dije que es cierto pero lo hice sin orgullo porque esa afirmación encierra, también, demasiada mierda-- le mostré lo del epígrafe. Cruzamos algunas palabras rápidas más, después me dedicó mi ejemplar de "Los culpables con una alusión" al río Paraná y nos tomamos una foto.

Una amiga me escribió más tarde al ver la foto en Facebook y mi comentario sobre lo del epígrafe, y dijo algo del azar. Algo que alguna vez hablamos, ella y yo, sobre el azar. No recuerdo qué es lo que hablamos pero no me sorprende: el azar, las coincidencias, el maravilloso entramado que se adivina detrás de algunas situaciones triviales es un tema que siempre me resulta atractivo para escribir o para conversar. Supongo que mi amiga se refiere a eso. Supongo que mi amiga, que un poco me conoce, adivina que me gustaría esta anécdota aunque yo no fuera el protagonista porque me encantan los mínimos asombros, las medias sonrisas que me despiertan esas situaciones menores, triviales, como un texto que le llega a un tipo que sueña con escribir una novela y quizás tener suerte y publicarla alguna vez, un texto que lo ayuda de algún modo y se transforma en epígrafe, y un premio insospechado que permite la edición y la coincidencia. Las circunstancias que se fueron tejiendo para que esta noche esté acá, a ocho mil kilómetros de mi casa, pensando qué loco che, mirá lo que me pasó. Y pensando que el otro epígrafe de la novela es una cita de Paul Auster. ¿Sabrá algo de fútbol, Paul Auster, si alguna vez me lo llego a cruzar? Porque yo de béisbol no entiendo nada.

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