CONTRATAPA › FOTOGRAFIANDO LA ZONA
› Por Adrián Abonizio
* En el natalicio fundante de la China empieza su Año Nuevo el 10 de febrero de cada año. Van por el 4711. Aquella noche, mientras entraba en el cuerpo de la mujercita del hijo del supermercado sintió lo vibracional de estar como haciendo el amor en el futuro. Arriba el cielo estaba lleno de diamantes y la ciudad era otra ya, colorida y difusa a la vez, como en otro cielo de otro mundo de otro universo giratorio. Ella sonreía; los ojitos cerrados con el bretel rojo como un serpentina desprendida en su cuello.
* Había recibido la noticia de que una vecina recibía puntualmente de uno de sus hijos, costurero en Hollywwod, bolsones con ropas utilizadas por extras en los filmes y que luego se subastaban por centavos de dólar en ventas de garages. Ella lo recibió fumando en medio de una pila enorme de bultos precintados. "Revisá lo que quieras, hay camisas, chalecos, sombreros, todo lo que sale en las películas", decía la gorda echando humo como una máquina a vapor. Se quedó con una camisa negra, dos remeras y una campera de cuero no muy baratas. Las olió: Allí estaba, en ese aroma, el verdadero Sueño Americano del que él era apenas, un olfateador anhelante. Le dió pena el papel que le tocaba en el reparto. El de perro de caza.
* "Esto es Africa", se encontró pensando el tipo cuando a las 7.20 de la mañana cruzaba la ochava de San Martín y la esquina de Santa Fe. Perros guardianes de unos huesos frescos recién desembarcados gruñían como las hienas ante la cebra muerta. Una petiza de una raza pigmea extendía la lona para vender chucherías y dos negras africanas altas, con turbantes llegaban para instalar su venta ambulante. Faltaban los camellos, solamente.
* Por Pellegrini al 5000 va de pasajero en un Corsita que se cae de ruidos y olor a aceite. De pronto, en la tarde de otoño lumínica y poniente aparecen colgados como del aire una veintena de dorados muertos que el pescadero a puesto para exposición. La muerte, que sin ser maravillosa, adquiere allí un paradigma de brillo y de oro. El chofer, un paquidermo entumecido murmura algo acerca de la carne, el vino y las hembras que lo sacan de la epifanía.
* Viajó de ida a Bahía Blanca con un viejito que se le dormía en el hombro todo el viaje. Lo corría primero imperceptiblemente y luego ya más bruscamente. "Está muerto este viejo", pensó. Luego se fue acostumbrando y cuando el micro en la madrugada fría se detuvo por Lacroaux y el anciano descendió, él lo empezó a extrañar como si un ente protector lo hubiese dejado abandonado a su suerte de viajero solitario.
* La madre de su amigo, a quien conocía de jovencito estaba internada en un geriátrico estragada por el Alzheimer. Había tardes que reconocía este mundo absurdo y charlaba con su hijo un poco de todo hasta que se iba. Pintor reconocido, el amigo le hizo llegar un retrato de la mamá de su amigo, entrañable, surrealista, pleno de color. Cuando se lo mostraron ella recordó el nombre y hasta el apellido del pibe que ya no era tan y al contemplar la escena de arte sicodélico solo murmuró: "Pobre. Piensa que esta soy yo. ¿Anda mal de la cabeza, no?.
* Estaba grande, años, siglos en medio de cableado eléctrico de autos lo habían vuelto sensiblero y reflexivo. Por ello, fue perdiendo clientes, quienes huían hacia otros especialistas más jóvenes, un poco asustados cuando por ejemplo les explicaba que el coche "tiene sus razones" para no andar. O "tienen su carácter los Peugeot y hay que respetárselo". O bien "yo arreglé todo pero no anda, esperemos unas horas hasta que se le pase, capaz que esta muy estresado". Y así. Como pensaron que empezaba alucinar, más que entender que se estaba convirtiendo en un sabio, lo fueron dejando solo, con sus gatos, su fosa como el cuarto de un alquimista y las poesías que escribía en tiza sobre los laterales de los chapones. "La filosofía no es para todos", se decía mateando en la madrugada. "Mejor así estamos mejor", le ronroneaban los gatos.
* Esta soy yo, se dijo mientras acariciaba su cara impresa a relámpago blanquinegro retocado a mano. Empezó a cantar una ópera, mientras sabía que se estaba muriendo. "Qué raro es todo", pensó. "La felicidad fue permanente para mí pero duró tan poquito la vida, que pena"...y se murió con una lagrimita tenue en su ojo derecho. Los parientes que la hallaron derramaron más lágrimas que ella, tal vez porque no entendieron el secreto fantasmal de la dicha y la pena consumidas, resumidas en un instante sin tiempo.
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