CONTRATAPA
› Por Adrián Abonizio
Murió Jorge Rafael Videla, son las 9.51 de la mañana del viernes 17 de mayo del 2013. Muerte natural, informa la radio. Estoy solo, con un poco de café cerca y escucho la noticia. Pienso en él. Su destino inevitable de malevo, su sino de tragedia con la faca escondida dentro de una Biblia hueca, los ojos como de buen vecino, el aire de querer parecer honesto y respetuoso. Pienso en él. ¿Cómo lo hizo? ¿Cómo fue capaz? ¿Sabía lo que hacía? ¿De la largura de su ignominia? ¿Habrá medido en qué brete se metía, en qué parte de la casa del alma le habrían de retumbar los pasos de los desaparecidos, los llantos de los chicos, el aullido de las madres? Trato de imaginarme al hombre, meterme en su piel de saurio y créanme que no me da vergüenza.
Entiendo que fue un tosco, un arma idiota en manos de otros Malos: nadie abre las puertas de semejante infierno sin saber que todo vuelve. O te salpica. Hay que tener poco coraje y cero de cerebro para semejante acto de repugnancia. Nadie como él para no estar arrepentido. Nunca entendió por qué habría de estarlo. Se murió pensando que todo fue un malentendido, que sus capataces no pudieron defenderlo y en una sociedad que no lo terminó de comprender. Espero que esta haya sido su demencia, la necedad y no errarle en el diagnóstico: Tomó el hecho como una reyerta entre vecinos, nada más. Una peleíta que bueno, allá ellos si se les ocurría a miles morirse....pero no era para tanto.
Si no se supieron esconder fue su problema. O tal vez en su antípoda creyó que el Destino Mayúsculo lo había elegido y no quiso sacarle el bulto a su paranoia que lo llevó a matar sin preguntar. Asesinar por las dudas. ¿Quién puede saberlo? No supo que al tener un alma inmortal pagaremos tanto por tanto hemos hecho. Claro que la suya, vencida de antemano, sólo creía en el refugio del Dios antisubversivo que le donaron y con eso le alcanzaba: Una ostia lava, cura y desterniza si de sufrir se trata. El agua bendita sobre el uniforme y a cobrar. Que tanta mariconería. ¿Nadie se atreve a matar a esos hijos de puta sediciosos? Yo si, me la banco, manga de cagonesrespiro, afuera hay sol y tomo el sorbo de cicuta que queda. Soy él por unos segundos más: Olor a colonia. Muebles lustrosos, aire de tumba tiene el edificio de dos plantas. A la antigua. Se hace buches, se lava las manos, nunca se sacará el anillo de casado, se meterá en la ducha y ya afeitado y con las 7.30 en su reloj pulsera de cuero de yacaré marrón oscuro, se llevará a la boca el primer mate cocido de la mañana en un Buenos Aires de fines de 1977.
"Lo estamos haciendo, es difícil pero lo estamos haciendo, alguien lo tiene que hacer, mancharse por los demás, ya me agradecerán; ahora no es momento ni el tiempo", se solía repetir con frialdad, la misma que tiene el que ejecuta un penal de punta al medio y no grita el tanto. Solo cumplir la tarea de goleador, de matador, de killer del área. !Penal, penal!, gritaría cuando joven siendo soldadito. Sonreiría y tomando la bola marrón se dirigiría hasta la marca de los doce pasos para ejecutarlo. Siempre le gustó aquello: No era buen jugador pero patear penales era su especialidad. Era efectivo y nunca amagaba: Le parecía desleal. Sólo ejecutaba. Y así quiero verlo, jovencito, recio, viril, feliz en su destino sin tropiezos, camino hacia la santabárbara y la asepsia, el Fin Supremo y el Amor a la Patria; hacia eso que no se podía palpar pero resultó en sangre, olor a diario quemado, piel chamuscada, pólvora, cirios pascuales, goles del Mundial, aliento de moribundos. Crimen, asco, puntería, juez. ¿Lo sabía? Y si lo había medido, ¿cómo es que se atrevió?. Tal vez la anestesia abrasadora de la ideología y la creencia que borra todo límite lo pudo. Tal vez consideró que haría el Bien, que había un enemigo afuera, que la carne adversa con sus propias heridas se paga. Que era un Libertador. Tomó todas las misas, la comunión, besó las manos del anillo de Dios, busco la protección divina. Murió en celda común. Ha Muerto. El Podador Astral. El Cortador en las Sombras. El Ecónomo de vidas. El Gran Cegador. El Penitente. El Loco Mudo. El Despreciable. El Ciego. El Sordo.
La Pantera Rosa, le decían. Desde ese momento nunca más pude volver a disfrutarla sin pensar en él. Jorge Rafael Videla me mató hasta los Dibujitos Animados.
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