CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo
Recuerdo, o mejor dicho, mi narradora recuerda, una entrevista a Borges, en la que se le preguntó qué opinaba acerca de que la gente no leyera o leyera muy poco, y el maestro respondió: "no entiendo por qué se privan de ese placer". Esta respuesta sigue latiendo en la memoria de quien me narra, y la ha llevado a ser muy cuidadosa a la hora de hablar sobre la problemática de la lectura porque, después de todo, leer es una forma de felicidad (otra vez, la narradora me hace parafrasear al maestro).
Bien. Diciendo esto, o haciéndomelo decir, mi narradora pretende apartarse de los otros entusiastas estimuladores de la lectura que no ahorran estrategias para que los lectores se sienten a tragar libros forzosamente, y luego, no conformes con ello, les dan la oportunidad de reproducirlos, es decir, repetirlos lo mejor posible, hasta vomitarlos en exhaustivas comprobaciones de lectura. El método, dice mi narradora juntando el ceño, lejos de aumentar el número de aficionados, atenta brutalmente contra la felicidad que alude el maestro.
Pero aquello que estos esforzados guardianes del saber, preocupados por el número, no han tomado en cuenta, según mi narradora, es que los partidos de fútbol, no se miran: se leen. Y, si tomamos en cuenta este suceso, el cálculo da un resultado fabuloso.
A su vez, mi narradora sostiene que los lectores de fútbol, generalmente citados bajo el eufemismo de "hinchas", disponen de un bagaje cultural que excede, muchas veces, las ínfulas de los más eruditos, ya que cada equipo tiene su propia y variadísima poética. Además, el goce estético del hincha, del lector, no se subsume a las corrientes enciclopedistas (a las que son tan afines los denodados) sino que vibra, sufre, teme, goza, revisa el pasado, se proyecta hacia el futuro, compara, asocia, como el más avezado de los fenomenólogos, como si cada uno de ellos tuviera un Bachelard que va y viene del intelecto a la camiseta.
Y aún más, en estas analogías variopintas, mi narradora da otro ejemplo significativo que le permite sostener su razonamiento: el mal que aqueja a unos, también atormenta a los otros, es decir, así como los textos literarios corren siempre el riesgo de caer bajo la mirada dogmatizante de la crítica, los textos futbolísticos, o si se prefiere, los partidos, no se encuentran libres de sus facsímiles: los comentaristas.
Sendos tratados se abocan a desbaratar la idea de que la experiencia de lectura se limite al acto de pasar los ojos por un soporte escrito, barriendo letras para amontonar palabras y guisar un texto en el cerebro. Por ello, mi narradora, piensa dar por sentados estos y otros preceptos, pero lo que le urge demostrar, (o bien a mí, más que a ella, me urge) es que los partidos de fútbol son verdaderos acontecimientos literarios. Veamos.
Hay equipos narrados por Rudyard Kipling, que salen a la cancha lanzados como perros jaros, los dholes del Dekkan, los perros de roja pelambre que cazan en línea recta por la selva. En el transcurso del partido, tienden a lateralizar mucho y no logran desbaratar el juego del competidor porque las defensas rivales se les cierran. La perrada es de correr desatinadamente tras la pelota o presa. Para un lobo, el perro jaro demuestra demasiado celo, por ello, los lectores de los partidos narrados por Kipling, ora se divierten, ora sufren de ver el curioso espectáculo de los jugadores atropellándose los unos a los otros en su prisa por hacer el gol o matar el gamo antes de que el silbato del referí estalle o el ciervo se les escurra.
Hay equipos compuestos por la pluma de Plauto, y no sólo por resultar fragosos y porque en su estética se aprecie la rusticidad romana, sino también por el "imbroglio" o enredo con el que los jugadores van y vienen detrás de la pelota, o la olla. Pero más aún, porque al mejor estilo de la aulularia ofrecen la metáfora de la avaricia, al no arriesgarse por el gol con tal de conservar en cero el arco propio.
Otros equipos son escritos por Máximo Gorki: el juego se vuelve tan visceral y verdadero que agrede lo consuetudinario. Mi narradora estima que los equipos de la B encarnan la poética del realismo socialista y se vuelven un verdadero manifiesto ucrónico, sobre todo cuando se ofrece la oportunidad de leerlos en diálogo con los equipos de la A, en la Copa Argentina, el torneo que más le gusta a mi narradora variopinta, por sus notas participativas y plurales.
Pero también están los equipos de autor anónimo, que no se pueden confundir con los narrados por Lovecraft, cargados de fantasmas, porque los de autor anónimo resultan tener un juego adaptado a la circunstancia, al contexto en el que les toca jugar, pero, justamente, por su anonimia autoral, no se nota en ellos ninguna evolución estética. En cambio, los equipos narrados por Lovecraft, tienen un juego fantasmagórico, no exento de belleza funeral.
Por su parte, los equipos dadaístas, llevan hasta el extremo el automatismo futbolístico. Y en este sentido, mi narradora, no admite el vulgarismo de los que opinan: "son equipos que no dan pie con bola", porque Dadá, ante todo, no es una falla de sentido, sino una búsqueda concienzuda de la sinrazón.
Y, por supuesto, hay equipos narrados por Agatha Christie, cuyo juego es un misterio. Más, aún, hay equipos sarasa, escritos por Luis Ventura. Equipos apócrifos, plagiados por Bucay. Y equipos que arreglan los resultados de antemano, a lo Ricardo P.
Pero también, o sobre todo, hay equipos que por encima y por debajo de su estética futbolística, exhuman la poesía, es decir la mística del arte de jugar. Y no hay caso. El lector, el hincha, por más que defienda su camiseta, íntimamente comprende que la poesía no es algo que se pueda practicar en los entrenamientos, así como no es correcto llamar poesía a la mera sucesión de versos.
De este modo, mi narradora pone de manifiesto, que la biblioteca personal de los hinchas lectores, es de una variedad y una consistencia atronadoras. Algunos, incluso, podrán considerarla ecléctica, pero acaso sea ésta, justamente, la cualidad que mejor defina el recorrido de lectura de un lector, de un hincha soberano, que se acerca a los libros y al fútbol por el sublime ejercicio de la libertad, antes que por la obediencia de los mandatos de los claustros del saber y sus lacayos.
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