CONTRATAPA
› Por Víctor Maini
Había que debutar en los carnavales. Nunca supe el por qué, tampoco lo pregunté, pero el primer baile siempre era el de carnaval. Era conveniente no concurrir al mismo club en donde me habían visto con pantalones cortos, tirando espuma y papeles picados entre los bailarines, por lo tanto elegí Naútico Avellaneda. Mi apariencia siempre fue la de una persona más grande a la de mi edad y en aquel momento me jugó a favor. Llevé varias preguntas preparadas como para un examen que funcionó con las primeras mujeres a las cuales me animé a acercarme. Cuando estaba por terminar la temporada, me sentía un ganador y pensaba que estaba para cosas mayores. Fue en el trayecto que unía el "túnel", pista de baile con diskjockey y el patio central, lugar con escenario y grupos en vivo, en donde la vi por vez primera. Me llamó la atención una mujer sola sentada en una mesa acompañada con un vaso, un libro, una cerveza y una flor. Me paré junto a ella como si fuera un camarero y le descargué mi interrogatorio, nombre, edad, estudiante o trabajadora, socia o visitante y por supuesto el signo del zodíaco. En un momento pensé que estaba frente a una muñeca de cera. Ninguna expresión, ni siquiera un gesto de desaprobación precedieron a su pregunta que sonó como un disparo. "¿Cuál es el antónimo de caos?" me interpeló mirándome a los ojos. Hasta el día de hoy no sé porque dije lo que dije, nunca me habían hecho semejante encuesta, tal vez busqué hacerla reír, lo cierto fue que sin pensarlo le respondí "muerte". "Sentate y pedite un vaso", me dijo después de mostrarme su diáfana sonrisa. Comenzó a hablar como si nos conociéramos de toda la vida, me contó que estaba cansada de echar a pretendientes que contestaban "orden" y que la había sorprendido con la respuesta. Me di cuenta que tenía muchas ganas de hablar, que no me sentía a su nivel y que en sus ojos había un resplandor que nunca había visto hasta ese momento. En su monólogo dijo que el universo era un caos organizado y que en cada hombre habitaba un misterio cósmico, lo cual lo hacía único e irrepetible. Mientras un tal Baglieto, integrante del grupo Irreal, cantaba disfrazado de Nerón, Alicia me confesó que el nombre de la banda fue lo que la había convocado aquella noche, para después de una risita cómplice decirme que estudiaba, que nunca había estado en ese club anteriormente y que era de escorpio. Me aseguró que lo irreal era lo importante, que el hombre lo único que pudo inventar contra la muerte fue el amor, que si ella pudiera perder el dolor que traía quizás podría ver la realidad nuevamente. Nunca me dijo el nombre del pueblo de Entre Ríos que dejó para estudiar Medicina, por miedo a que se lo ninguneara, o peor aún, que dijera que los pueblitos del interior eran todos iguales, sin saber que en el suyo había una araucaria y un álamo conmemorando el nacimiento de ella y el de su hermano respectivamente. Lloró cuando recordó la reciente muerte de su madre y maldijo a las costumbres que le impidieron esparcir sus cenizas al viento, que había sido la persona más libre que había conocido a pesar de tener que vivir encerrada en un sistema machista, entre paredes transparentes de una asfixiante familia nuclear y que ahora como símbolo, su cuerpo estaba encerrado en un nicho. Recitó el poema Elegía de Miguel Hernández con bronca acumulada, tomó el jazmín que sacó de entre las hojas de Rayuela y lo olió profundamente, pareció tranquilizarse. La flor era de tela, pero ella decía que estaba impregnada por el olor de los jazmines del patio de su casa. Pensé que nunca más la volvería a ver, pero antes de irse me dijo "desayuno todas las mañanas en el bar La Facultad". Allí estuve desde temprano, probé varios cortados antes de tomar uno con ella, siguió hablando de lo invisible, de lo sutil, de lo etéreo, de lo que está en el aire, en los corazones, en los sentidos. Ella hablaba y yo la escuchaba, hasta que en un momento dado, me convertí en hablante. Hablé como nunca lo había hecho con nadie. Le conté mis miedos, mis sueños, lloré, me desnudé delante de ella. El amor nos sorprendió una noche en su departamento y nos hizo eternos, nos alejó de la muerte, nos confirmó habitantes del caos. La sorpresa también es intangible. El mozo junto al cortado de la espera, me dejó una cajita con la flor y una nota. "La medicina es muy real, me voy a explorar los misterios en los aromas de mi pueblo. A veces volver es una forma de encontrar el camino".
Pasaron tantos años como amores frustrados antes de salir a buscarla. Una semana recorriendo caminos montieleros, siete días de diciembre visitando viveros, oliendo jazmines que explotaban en brotes, viéndola en cada araucaria que se asomaba entre el verde. No pude hallarla, la sigo buscando, por ahora me conformo con la fragancia robada. Rastreé aquella flor artificial, la puse en un vaso con agua arriba de un televisor siempre encendido, y aunque no me lo crean, al llegar de mi trabajo lo más cansado posible, mi soledad huele a jazmín y en ocasiones siento su presencia, tan cierta como irreal.
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