CONTRATAPA
› Por Javier Chiabrando
A días de las elecciones primarias, y cuando más necesaria se hace la opinión de tipos de mi nivel intelectual y sabiduría para aclarar este entuerto, me pregunto: ¿en qué momento la política se volvió tirar la pelota afuera y poner cada de boludo? ¿En qué momento la política se desentendió de la ideología para volverse un fru fru de palabras vacías y repetidas? Al paso que vamos, se podrá construir una carrera política sin haber gestionado ni una municipalidad, qué digo, ni un jardín de infantes, y sobre todo, sin haber esbozado jamás una idea.
¿Se acuerda de Chance Gardiner en Desde el jardín? Chance era un pobre tipo, medio ganso, que había vivido toda su vida en una mansión ocupándose del jardín. Al morir su patrón, sale a la vida por primera vez y por esas cosas del azar (las mismas que llevan a un tipo como De Narváez a la política), Chance se ve envuelto en una trama cargada de situaciones curiosas, a las que él responde siempre con frases oídas en la televisión o dedicadas a sus plantas, palabras que son tomadas como ideas de un gurú.
Piensen cuántos primos, hermanos y amigos subirían a las redes las bobadas de Chance creyendo que son ideas que sirven para entender el mundo. Chance diría: "No hay flor sin tallo, ni tallo sin riego, ni riego sin tierra", y agarrate Catalina, doscientos mil tuiteros y feisbuqueros reproducirían esta idea pensando que lo que hay que hacer con este país díscolo es hacer la revolución agraria (la tierra), aunque cueste sangre (el riego), para crear un nuevo mundo (el tallo), que dé una flor (cualquier cosa que sea antiK).
Y tirar la pelota afuera y poner cara de boludo no es un mal autóctono. Carla Bruni en El País se jacta de que ella (ella, vaya y pase), y el marido (¡el ex presidente de Francia!) no son ni de izquierda ni de derecha. Es obvio que esa declaración "abona el terreno" (dígame si no sueno como Chance Gardiner) para el regreso de Sarkozi a la política. Y lo hace sobre la idea del vacío, la mediocridad, la tibieza, porque supone ("el lirio crece en el barro como en el aire") que los tibios votan a los tibios, y si le estuvieron diciendo a la gente durante décadas que no pensaran, ahora no le pueden pedir lo contrario.
Intentemos una cronología de ese vacío. No es necesario retroceder demasiado. En el mayo del '68 la ideología ganó las calles de París (o sea del centro del mundo), para pedir cambios, aunque sea "margarita para los chanchos". En los setenta la gente moría por las ideologías, acá y en el resto de Latinoamérica. Si no ando muy errado, este vacío que estamos sufriendo hoy habría comenzado en los '80 o en los '90. Los '90 fueron la gloriosa época de las ONG. Todo era gerenciado por ONG porque los partidos políticos estaban llenos de gente agotada de esquiar con los bolsillos llenos de guita afanada y con resaca a champagne; y los sindicatos se vaciaban de ocupada que estaba la gente disfrutando el "deme dos". Nadie pregunta por sus derechos si tiene una casita en la playa.
Fue por entonces, creo, que política se volvió mala palabra, estigma que la acompaña hasta hoy, y que los que no saben nada de política aman repetir ante la incapacidad de entender o de tener que leer libros. A eso habría que sumarle que en los '90 los hombres políticos se mostraban como hombres exitosos. No en las ideas, sino en dinero, fama, pinta. Si eran burros, mejor, más divertidos, anecdóticos, coloridos. Bastaba con que supieran contar chistes. Así surgieron los Berlusconi, el Turco que lo reparió, Bucaram, Ross Perot. A muchos se los tragó la historia, y otros dejaron su huella y la siguen dejando.
El golpe de gracia, que a nosotros no nos llegó por esas cosas de la vida y del misterioso y discreto encanto de ser argento, es el voto no obligatorio. No estoy de humor para andar gogleando para ver en cuántos países el voto no es obligatorio. En EEUU y España no lo es. Esa era la que nos tenían preparada, pero les falló porque se creyeron que era un buzón que compraríamos como "rosas compra el deudo camino al cementerio", pero se olvidaron que todavía no nació el Freud capaz de inventariar la sicología gaucha. Con el voto no obligatorio, los tibios, al ser liberados de sus derechos, encuentran una libertad que defienden como si hubieran sido liberados de sus obligaciones; y que al presidente lo pongan los otros, que yo tengo mejores cosas que hacer: mirar pasar el tren, contar las gotas de lluvia, que "la rosa sólo es rosa si la miro con ojos de jardinero".
En nuestro querido país, granero del mundo, reserva carnífera de la galaxia, vientre pródigo en genios del fútbol y lo suficientemente lejano como para que la Bruni no venga muy seguido a cantar, tenemos nuestros Chance Gardiner como que "el olmo no da peras ni el peral caramelos". Los que hacen escuela son Macri y De Narváez, que compiten para ver quién suena más hueco. Y cuando pensábamos que no era posible sumar algo nuevo "a ese jardín donde perecen los malvones que no saben que son malvones", aparece Massa (con esa cara de yo no fui que ni Tom Hanks pudo lograr cuando se quedó sólo en la isla), hablando de cualquier cosa que no parezca una idea. (¿Cómo hacen para esquivarlas siempre, cómo hacen para no meter ni una? ¿Es práctica, es miedo, es asesoramiento? ¿Cuándo sueñan, soñarán así, como si la vida fuese una película de un solo fotograma?)
¿No le sorprende que haya tantos políticos que pidan moderación y que se declaren de centro? Bueno, ese discursito ("no se le puede decir malvón al yuyo"), apunta a que la tibieza sea la norma. Pero si ya estoy extrañando a los derechosos, que por lo menos piden a los gritos menos Estado, menos derechos, menos sexo y menos joda. Así por lo menos sabemos lo que piensan y podemos putearlos con sentido.
Pero no existirían esos Chance Gardiner si no hubiera tanta gente dispuesta a creerles (mejor dicho aceptarlos, porque para creerles deberían decir lo que piensan). A mí me dan vergüenza, vea. Claro, yo soy de los argentinos que tiene una idea cada media hora, que no le importa equivocarse aunque ama acertar, que contesta a casi todo aunque a veces ni sepa de qué están hablando, y que no me casé con Carla Bruni (peor para ella). Pero los tiempos cambiaron, y los tipos como yo tienen cada vez menos hombres públicos a los que escuchar, o sea "se camina entre las flores como entre los cardos". Los tuiteros dirán que hay que caminar (el país), como si ya hubieran flores (estos salames de los que estoy hablando), como ahora caminamos entre los cardos (el kirchnerismo).
Como para contribuir al futuro del país (ya sabe usted que yo no ando con chiquitas y "no le pido al ombú lo que da el eucaliptus"), veamos cómo sería un político del futuro inmediato: no debe eructar en la mesa (y menos en la mesa de Mirtha, porque "las espinas son dolor pero también aprendizaje"); debe hablar de su infancia o de cualquier estupidez que parezca profunda (se puede llamar árbol al retoño); debe citar siempre algún país donde se supone que le va mejor que a nosotros (si es Japón; debe nombrar al loto); no debe ser de izquierda, ni de derecha, ni guevarista (se acuerda cuando declaraban abiertamente admiración u odio al Che), ni intervencionistas, ni nada que pueda ser malinterpretado por los tibios ("la lluvia lava tanto la rosa como la maleza"); debe tener una esposa como la Bruni, ni muy muy ni tan tan, pero que cuando sea necesario, aparezca carpiendo el jardín; debe declararse sin dudar un moderado, del centro, lejos de los rincones donde se anidan las ideologías; y por último, cuando alguien le pregunte cómo se resuelve un problema, debe decir: "no hay que pedirle limones al limonero ni ideas a los políticos como yo; de eso se encarga el destino".
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