CONTRATAPA
› Por Gary Vila Ortiz
Fue Fantomas el que me habló, me invitó a tomar unas copas y me dijo que alguien debía recordar a Max Jacob. No tanto por que nació en 1876 y murió en 1944, sino porque sí mismo, como es que deben recordarse las cosas que hay que recordar. Ignoro, como tantas otras cosas, si alguien recuerda a Max Jacob. El que lo ha leído alguna vez no puede olvidarlo.
Como decíamos, nacido en 1876, en un pueblo de la Bretaña, Max Jacob se convirtió al catolicismo hacia 1910. A partir de ese momento vive en el monasterio de Saint BenoitsurLoire, del cual lo sacaron los nazis (no podían pasar por alto el hecho increíble que era judío) y lo llevaron a la muerte en 1944. En el camino hacia la muerte lo debe haber acompañado, con seguridad, un judío llamado Jesús y una judía llamada María, a quien Jacob le había dedicado uno de sus más hermosos poemas.
Le cuento a Fantomas, que sigue igual que siempre, añorando lo que se añora, paladeando lo que se puede, gustando de la vida con ese humor que le enseñó Max Jacob, le cuento que al poeta lo conocí allá por comienzos de los '60 en unos libritos que publicaba Poesía Buenos Aires. Las versiones eran de Raúl Gustavo Aguirre y de Ramiro de Casasbellas.
Jacob escribió poco antes de su muerte: "Río al pensar que cuando tenía 18 años me tomaban por un pianista, a los 30 por un erudito, a los 40 por un novelista, a los 50 por un pintor, a los 60 me toman por un poeta, a los 65 por un servidor del arte. Todo el mundo se engaña: yo soy un fumador sin tabaco".
Linda definición para alguien que escribió sus poemas con la mayor libertad del mundo, que se parecía en algo al querido Apollinaire que no tenía respeto alguno por las convenciones de la literatura seria. Aguirre y Casasbellas hablan de la simplicidad de su expresión, la inquietud religiosa sin ningún aditamento misional, la inmensa ternura.
Todo eso se desprende de sus escritos. Copiemos uno de sus textos: "¿Quién vio al sapo cruzar una calle? Es todo un hombrecito: una muñeca no es más minúscula. Se arrastra sobre las rodillas: ¿tiene vegüenza, tal vez...? No, es romántico. Una pierna se le retrasa y la vuelve a traer. ¿A dónde va así? Sale del albañal, pobre clown. Nadie vio a este sapo en la calle. Ayer, nadie me veía en la calle, en tanto los niños se burlaban de mi estrella amarilla. ¡Sapo feliz! Tu no tienes estrella amarilla". Alguna vez Jacob se preguntó como moriría, como lo han hecho otros poetas, recorriendo con sus palabras ese tema que a todos nos obsesiona pero que tal vez sólo ellos puedan expresarlo. Entre ellos César Vallejo, Borges, Nicolás Olivari, Hornero Manzi, Robert Graves.
En su poema, Jacob se preguntaba: "¿Cuándo moriré? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿En un hospital? ¿En esta habitación? ¿En este monasterio? ¿En un suntuoso departamento? ¿En la calle? ¿Entre mis familiares? ¿Habré perseverado en la fe? ¿Habré progresado hacia la perfección? ¿Me habré endurecido en el mal? Dios mío: ayúdame a estar preparado..." Se ignora cómo lo mataron los nazis, pero de ellos cualquier muerte espantosa puede esperarse. Algunas versiones dicen que los nazis lo fueron a buscar al monasterio y lo llevaron a la cárcel de Orleáns y luego lo hicieron morir de privaciones en el campo de concentración de Darcy.
Se comenta que fue enterrado en una fosa común y que luego de terminada la guerra, sus amigos Cocteau, Salmon y Billy, identificaron su cadáver y lo hicieron enterrar en el cementerio de Ivry. Cuando hacia 1919 hizo una exposición de sus cuadros y dibujos, escribió: "Conozco el baile, el canto, el piano y los madrigal es. Conozco el respeto que se les debe a los viejos, los sabios, los sepulcros blanqueados, la alegría, el amor, el hambre, la soledad y los éxitos. Poseo títulos universitarios (filosofía, "ciencias coloniales"); tengo 44 años, pocos cabellos, ningún diente, escribo esto en un blanco y apacible hospital donde me curan de una pulmonía. Mis fantasías lineales de niño no asombraron a nadie..."
Le digo a Fantomas que ya no tengo algunos libros sobre Max Jacob y antologías con sus poemas. Los extraño, le comento. El me dice que piensa volver a Bretaña, tierra de las sardinas y las porcelanas, me aclara, y que tratará de mandarme algo de allí. Pero pocos se acuerdan de él. Fantomas, en homenaje a Jacob, sigue la costumbre del poeta durante algunos años, de usar corbata de distintos colores y formas cada día. Y vive, para record arlo, en una buhardilla, donde como Jacob, atesora objetos que nadie entendía para qué coleccionaba y que luego se disputaría como locos los anticuarios.
Ignoro la edad de Fantomas, no puedo darle al lector dato alguno. Le aconsejo que los busque, pero que lo intente entre los libros que disponga o en alguna biblioteca. Es posible que los logre con mucha mayor rapidez haciéndolo por Internet. En cuanto a Jacob puedo apuntar, además de lo dicho, que en algún momento de finales de la década del veinte se sintió atraído por las "vanidades del mundo", pero que prontamente retornó a su fe ardiente y se ocupa de los pobres y de los enfermos.
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