Dom 25.08.2013
rosario

CONTRATAPA

Actorazos

› Por Adrián Abonizio

* Su padre miraba la teve en sábado de lluvia y soledad. El entró por el patio. Lo descubrió más envejecido, mirando absorto lo que la pantalla le reflejaba en sus lentes de marco negro. Y lo recibió con una frase que denostaba su emoción: "!Qué atorazo!" dijo así, sin la ce. "!Qué atorazo!" Repitió. Y él creyendo que su padre había descubierto a Laurence Oliver o tal vez a algún Malcowicks cercano y controvertido miró la tevé y se encontró con Stallone lloroso abrazado a su novia en una de las tantas Rockys que emocionarían a los corazones sencillos.

* Había aprendido a fingir de jovencito en la escuela primaria. Simuló olvido en las tareas, enfermedades familiares, dolores de estómago para no estar en clase, emoción al leer una mala redacción. Lo que nunca se perdonó fue el simulacro de valentía delante de las niñas, cuando le pagó al grandote para que le tema, con el pago de diez paquetes de figuritas. De grande se hizo diputado.

* "Las clases de teatro tendrían que consistir en juegos con un arma cargada: Aquel que la maneje tendría que estar dispuesto a matar o hacerse matar por no encontrar un buen tono para su personaje. Así se van a terminar las obras malas, pero aumentarían los crímenes", se distrae pensando. Actor de raza, tomando café. Pero de pelaje joven que aún no pudo mostrar sus zarpas afiladas. Pero en eso está. Disfrazado de vendedor de seguros, tomando café, afeitado y correcto.

* El cura eleva el cáliz, él mira las manos y repite la escena de fijarse en los detalles. Hay algo que no termina de digerir y le camina en las tripas matinales anunciándole algo. Se acerca por el pasillo lateral y corriéndose de a poco se ubica a metros del oficiante divino. "Era eso", se dice, era eso. No sólo la llaneza ausente de corazón en la entonación de la voz sino algo peor y casi monstruoso: El sacerdote tiene la vista puesta en la nada, distraído no abstraído, pensando en otra cosa. "Eso era", se consulta y se tranquiliza. Luego abandona la misa.

* Cuando lo llamaban al frente había aprendido un arte supremo, cobijado al calor de muchas derrotas con ceros y escarnio. Se fijaba primero, en un movimiento veloz cuanto faltaba para finalizar la hora. Entonces, de acuerdo a esa medida hora regulaba la lección ﷓de la cual invariablemente, sabía sólo el enunciado y un poco más﷓. Entonces guitarreaba de lo lindo, hacia tiempo, tartamudeaba, inspiraba que le otorguen paciencia, simulaba fríos o calores. Siempre triunfaba por abandono del rival, el gong ya era su amigo. Pero había que tener sangre fría y saber mucho de teatro.

* Trabajaba repartiendo muebles nuevos, muchos de ellos los armaba en el mismo sitio para evitar embrollos. Fue a la casa de un amigo suyo. En eso estaba, en la pieza matrimonial, debajo de uno de ellos cuando empezó a oir suspiros y jadeos: Era la gordita ama de casa, quien sentada frente a la tevé encendida con volumen bajo se masturbaba mirando una peli porno. Había entrado sin ruido. Todo esto lo vió espiando desde le piso. Era una invitación pero también una actuación. Ella precisaba tener público, contó. Prosiguió con los bulones y el destornillador hasta que ella cansada del poco aplauso abandonó la pieza.

* Bilardo, reconocido mentiroso con suerte, médico de profesión y tronco en el fútbol había inventado un fraude excepcional, proveniente de sus conocimientos medicinales: Sobre la piel primera en alguna zona del muslo del jugador le implantaban con una jeringa un globito de pintura que simulara sangre. Luego, si la situación era adversa en la cancha, para ganar tiempo, el jugador inventaba un choque y el arbitro asistía a ver un falso desangrado con una herida abierta como una flor. Se paraba el partido y comenzaba la función.

* Dos tribus sicilianas enojadas por añares, dos grupos de la misma tribu que se disputaban un puerto. Muertos, violadas, saqueos. Hasta que se les ocurrió confrontar no con armas si con palabras. Enfrentarían a los mejores habladores, narradores para que defiendan a quién le pertenecía el sitio estratégico. Se ignora quién ganó, pero tal vez no el más justo, sino el más embustero, el más exagerado, el mejor actor en suma. Premios de saber adornar un cuento, a riesgo del pecado que nos dicen se llama engañar.

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