Había miedo en la ciudad por el clásico que llegaba. El problema era de todos: dirigentes de los clubes, las autoridades provinciales y los propios jugadores. Cuando hay temor, se cae siempre en la misma receta: disponer de más policías en el operativo, asociando mayor presencia de uniformados con la seguridad. Y la apuesta fue extraordinaria, con dos mil agentes dispuestos a custodiar a una delegación de Newell's compuesta por 50 personas y a que 40 mil hinchas conserven su conducta en las tribunas.

La primera señal de la tarde fue alentadora: la policía se ofreció dispuesta a colaborar, coordinando ingresos y recibiendo al público con buen trato. Hubo tiempo para superar controles sin demoras tediosas.

En el playón de estacionamiento del Gigante llegó el micro de Central a las 14. Se montó un ingreso singular: con fenólicos se dispuso de un vallado que mantenía a distancia a los hinchas. Y para los jugadores de Newell's se extendió una manga inflable hasta el micro, que apareció más tarde, pasadas las 14.30, y que redujo los incidentes al mínimo: una bomba de estruendo que cayó próximo al colectivo visitante y algunos piedrazos.

El otro punto de riesgo era el comportamiento de los canayas en el estadio. Lanzaron algunas botellas y se quejó Nahuel Guzmán, pero la policía montó un cordón sobre el perímetro del campo de juego que vigilaba cualquier invasión de hinchas. Terminó el partido y se ahuyentaron todos los miedos. Los jugadores de Newell's se retiraron con custodia pertinente y los festejos de Central se llevaron toda la atención. El clásico de la ciudad sumó un buen antecedente para pensar si en el próximo no se puede disponer de algunos agentes menos de los que invadieron ayer Arroyito para que la tarde sea solo de fútbol.