CONTRATAPA
› Por Paul Citraro
A Juan Miguel Valentino
Sin esa mano al azar y la intención de sacarse la tristeza de encima Montgomery no hubiera sido. Lo que se oye, siempre trae montado sobre el caballo las sobras de una bacanal. Como el disco que guarda su amor y su desgracia. Viajando de hotel en hotel, de baúl en baúl, en la desdicha constante de las botellas vacías. Una de bourbon, fue encontrada junto a su cuerpo, sobre la cama de la habitación de paso.
Muerte sin gloria dirán algunos. Y sin embargo la música aun suena fresca. Sigue trayendo las hojas secas, las cartas olvidadas y la tos del último cigarrillo. Montgomery había desayunado sin pegar un ojo. Y el cadáver, la gloria exhibida para ser reconocido por los que conocieran su semblante vivo. Se trata de una selección muy bien hecha; deambular, dientes apretados y rezo.
Siempre hay una cara visible en el comienzo, también en el final. La imagen de un hombre duro, tallado a cincel, con las marcas de un espartano. Atrás viene la música, por el contrario, de una sensualidad liviana y hasta divertida. La frase de cabecera encierra la idea principal y lejos de abandonar la melodía, la subraya. El mundo es concéntrico, también el arte de Wes. Un dato ingenuo que es avalancha, porrazo y candor. Inmunidad a las burlas, garantida.
Tranquiliza ver a alguien que llegó antes. Saber que hay uno que salió vivo del callejón, que caminó con zapatos ortopédicos y bajó el coco de la palmera más alta cuando todos estaban a los manotazos con los pies clavados en la tierra. La proeza de los otros a veces nos deja tranquilos. Nos permite llevar la historia a través de una vida cierta. Después, después queremos saber si fue un mártir sin domicilio fijo o si alguno le pagó la fianza. Nos interesa tanto su personalidad que la creemos invertida en cada de una sus composiciones. Montgomery pronuncia lo que fue y lo que es. Y así, como quien se mezcla en la multitud, guarda sin mirar al costado todo en la misma bolsa de consorcio; lo viejo y lo nuevo. Pinta otro cielo con colores primarios, algún que otro motivo octavado y la leyenda que en Harlem no se usa gomina. Para qué apurar la marcha si la hoja de ruta dice que todo va ligado.
Mientras el norte llena la copa de champagne, el sur pincha las venas de los callejones. De la fiesta a la culpa y del salón con guirnaldas a la reflexión del bajo fondo.
Cómo será morir en la cama de un hotel de provincia? La botella vacía no responde a las llamadas. La colcha gris del cobijo parece más sucia. Pensando en qué, en quién? En qué se piensa cuando se tiene un infarto? Tal vez en el tamaño de la rueda de ese tractor que, se supone, está pasando por el pecho a poca velocidad.
Se dice que murió de una pena de amor, justo él, que no paraba de enamorar.
La púa que lo parió.
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