Sáb 14.12.2013
rosario

CONTRATAPA

Poesía

I.

En términos de aire y circunstancia

suele ocurrir que escribo sin saber

muy bien si la página es un templo,

un cuarto de hotel,

un hueco en la mano,

un domicilio equivocado.

En ocasiones escribo con la llave del sueño que abre la realidad.

En ocasiones, con la llave de la realidad que abre el sueño.

A pesar de mí,

o por mí,

involuntariamente y a conciencia,

dejo entrar en la página mis animales indóciles.

Dejo que con sus narices huelan la hierba negra,

que agiten las crines incendiadas y se besen como si tuvieran boca.

Las bestias chupan letras, las absorben,

y de vez en cuando levantan la cabeza

para escuchar el murmullo de la vida corriente.

Todas las palabras que salieron de mi cuerpo,

todas las palabras que eran mi cuerpo,

se van para siempre hechas página.

Vaciada de ellas no es fácil saber quién soy

en términos de bestias y mataderos.

En términos de aire y circunstancia,

esta página es un templo donde me recojo.

Esta página es un cuarto de hotel donde me desnudo.

Esta página es un hueco en la mano donde me escondo.

Esta página es un domicilio equivocado donde yo es otro.

Esta página es el revés del espejo,

con el centro errante,

vacío,

hospitalario.

Esta página es el universo que se estrella alrededor

y yo recojo sus esquirlas, sus palabras animales

mientras las vuelvo a colocar sobre este papel de diario por enésima vez,

como si fuera el corazón de una mujer escandalosa

que usa el dedo de Dios

para crearse y destruirse.

En esta página, que es un templo o un zaguán o un catalejo,

estoy casi segura de que la muchacha pelirroja

parada en puntas de pie sobre mi memoria

no es pelirroja.

Tan segura como que las palabras,

que se habían ido para siempre,

vuelven con aire de no haberse ido nunca.

II.

Aunque pudiera, no demoraría un minuto en caer rendida

ante los gestos de las muchachas pelirrojas

que fingen salir de un templo y vienen al papel forradas de besos.

Llenas de mentiras de vírgenes desfloradas

traen sus tetas.

Suben al colectivo con sus tetas.

Las lavan,

las secan,

las perfuman,

las exhiben.

En cada una un sueño,

en cada una un mordisco,

un soplo,

un hijo por venir,

un universo.

Tetas blancas,

purísimas,

para el viejo y para el idiota.

Una para el sargento y otra para el cura.

Una para ella y otra él.

Tetísimas discontinuas,

contravencionales,

monosilábicas,

lésbicas.

Tetísimas amasadas al amparo divino de un dios divino que no teme,

no culpa,

no eterna.

Sendas tetas de luna.

De bromuro de potasio redimido.

Palabras tetas que se fueron para siempre y vuelven a ser mías,

mías y de esta página que usa el dedo de Dios para escribirse.

En términos de aire y circunstancia suele ocurrir que escribo sin saber

si esta página es un planeta,

un portalápices,

un ala de dragón

o en una taza hondísima.

Así como los amigos de Ulises fueron transformados en cerdos,

las palabras pelirrojas fueron transformadas en tetas.

Narciso se transformó en flor.

La princesa se transformó en silencio.

El caracol se convirtió en esposo.

Esopo se transformó en fábula.

La fábula se convirtió en Monterroso,

Monterroso se transformó en lámpara,

la lámpara en Clarice,

Clarice, en Marosa,

Marosa, en el colibrí que la libaba,

el colibrí, en este susurro que se estampa sobre el papel diario

y me vacía,

me licua,

me despoja.

En términos de aire y circunstancia,

llega la noche en que las palabras vuelven a irse para siempre.

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