CONTRATAPA
› Por Dahiana Belfiori
Enero: Limpieza, recambio, lindos recuerdos en fotos y papeles entre libros. Otros, no tanto. Dejando ir lo que hay que dejar ir. Aprendiendo, siempre aprendiendo. Limpiar, como si limpiando se fuera la mugre.
Febrero: Agenda semanal personal: sostener la trama de solidaridades y afectos, de amistades y encuentros. Huir del aislamiento como de una peste. Practicar la escucha. Escapar de los discursos que fragmentan. Seguir aprendiendo, como siempre.
Marzo: El mar. Será que quiero volver. Será que quiero tener los ojos llenos de mar. La mirada marina, la mirada azul, verde, celeste... la mirada espuma.
Abril: En la hora en la que los automóviles y las bocinas han cedido al peso del sueño o el trabajo; en esta hora, cuando los signos vitales de la casa se reducen al pulsar del reloj de pared colgado en la cocina y al arranque sordo del motor de la imponente heladera Domec herencia y recuerdo de los primeros años de casados de mis viejxs; en esta hora, cuando los fantasmas de la vieja casa alquilada reaparecen con sus deseos truncados; en esta hora, en esta hora, en esta hora, los grillos cantan, los mosquitos hacen su festín de sangre y la lluvia amaga su presencia en el aroma del aire. En esta hora, cuando casi todo duerme, me encuentro en el espejo de las hojas mudas; hago fiestas con mi pelo; me desnudo para esperar el sol de las mentiras; lluevo mi piel sobre mi piel; me duelo de amor y de placer. En esta hora, me vuelvo delirio ciego de palabras.
Mayo: Agradecida, infinitamente agradecida de los afectos. La vida, sabemos, no es color de rosa, pero a veces tiene ese perfume a jazmín que aligera y alienta los días por venir. Agradecida, sí.
Junio: El incienso que me traje de la casa de Violeta prendió, el helecho que me regaló Noelia desenrolla hojas nuevas. El potus que sacaba raíces en el agua blanda, acaba de ser pasado a la tierra firme. Las bellezas en gajos que me traje de la casa materna de Lea van hermoseándose. No parece invierno. La vida late en pequeñeces y contagian a la casa iluminada por el sol. Y sí, dan ganas de creer que todo es así de bello.
Julio: Escribir es coquetear con la muerte, al filo del abismo de cada noche de insomnio tratando de encontrar una palabra. Esa palabra que brilla en su opacidad. Esa palabra y no otra. Así y todo, una escribe. Una escribe mal, bien o más o menos. Una escribe porque no puede detenerse. Porque ya no importa si a alguien le importa. Una escribe y punto.
Agosto: En un día extraño, de clima extraño, con un amigo charlamos entre lágrimas de sus amistades que vivían en el edificio, que están pasando por este trance de "tratar de entender", sobrevivientes de la explosión. Nos miramos a los ojos. Nos abrazamos. Hicimos silencio.
Septiembre: Estoy leyendo a la Orozco en el Banco Nación. Detengo la lectura para escribir esto. Tengo el número 66. Y todavía no empezó la centena de esta vuelta. Leo: "Es posible que intenten como yo la aventura de violentar el tiempo, de mezclar las barajas del presente, del porvenir y del pasado." Pienso que los muertos siempre nos acompañan en las colas de los bancos.
Octubre: No me gusta la palabra tumba. Por eso mi hermano hizo un pozo, un hoyo, una cuna de tierra, en el lugar donde ahora descansa Felipe. No es una tumba lo que hay debajo de los tres malvones rojos que hundí en la humedad terrosa que tragó mis lágrimas y las de mi hermano, que se confundían con su sudor mientras nos despedíamos. En su viaje infinito, a Felipe lo acunará la tierra del patio que fue suyo, que siempre será suyo. La luna lo visita para devolverle en canciones los aullidos de su pasado de lobo. La lluvia también lo visita para lavar su pelaje siempre brilloso. Mi mamá me dijo que más adelante quiere plantar un jazmín en ese pedazo de tierra. Estoy de acuerdo. Porque ahí no hay una tumba, ahí la vida insiste en su ritmo de ciclos.
Noviembre: /Influjo.
Hoy me acosté temprano, como nunca. Un sueño profundo me sobrevino. O.O. se iba conmigo en una plegaria a la madre muerta (me acuerdo que pensé que las madres ya nacen muertas para una hija), "Si me puedes mirar". No me despertés. Dejáme que libere la angustia en una huida peligrosa. O que en una orgía redima mi deseo o que por fin conozca París. No tuve tiempo para decidir en qué lugar me quedaba, los pies empezaron a arderme en la estampida y mi lengua se secaba, se secaba, se secaba en el esfuerzo gutural de un habla promiscua y sensual. El calor y la sed me demandaban otro cuerpo, París se hacía cama y la huida, un libro de poesía que aplastaba mi mano derecha. Los jazmines y la luna me hicieron deambular por la casa. Salí por la ventana al patio luz donde la luna hacía el amor con dos baldosas. Allí detuve mi carrera. Pasó lo de siempre: el baño me dejó insomne. Desde ese momento ando con jazmines en el cuerpo y dos medias lunas debajo de mis ojos. Los gorriones no fueron benditos esta mañana. No tengo nada que contar.
Diciembre: No llueve, pero va a llover. Se huele en la piel del aire, en las alas de los mosquitos, en mi voz de vino lunar. Va a llover mientras la madrugada me hamaque en el sueño: ojalá me llueva por dentro y cuando despierte encuentre un arcoíris en el espejo. Ojalá pueda reconocerme después de esta luna casi llena atravesada por la espada del viento. Ojalá. Siempre queda el consuelo de los grillos.
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