CONTRATAPA
› Por Javier Núñez
En los últimos años de su vida, Charles Dickens se parecía más a una estrella de rock que a un escritor. Llevaba a cabo lecturas públicas a sala llena a un lado y otro del Atlántico y ponía tanto empeño y pasión sobre el escenario que algunos acusan ese desgaste como una de las causas que precipitaron su muerte. Incluso llegó a ofrecer una lectura privada para la reina Victoria, a quien supo atrapar como a tantos otros con la intriga que empezaba a plantearse en su última novela. Según las costumbres de la época, The Mystery of Edwin Drodd había empezado a publicarse en forma de folletín en abril de ese año y Dickens planeaba terminarla al cabo de doce entregas. Tenía grandes expectativas puestas en ese libro: influenciado por el camino que su amigo Wilkie Collins había marcado --sobre todo con The Moonstone--, Dickens planeaba una novela de enigma, con una trama compleja y atrapante que desembocara en un final sorpresivo. Nadie sabe cuál era. El 9 de junio de 1870, cuando llevaba escrita apenas la mitad de la historia, sufrió una apoplejía en su casa de Gad's Hill Place de la que no logró recuperarse. Con 58 años de edad, Dickens se marchaba de este mundo sin dejar notas, sinopsis ni ningún rastro que ayudara a develar el final de la historia. Qué pasó con Edwin Drodd continúa siendo un misterio hasta el día de hoy. Salvo para aquellos que creyeron en Thomas P. James, el audaz americano que tres años más tarde publicó el libro "completo" con una curiosa atribución autoral: "la plumaespíritu de Charles Dickens, a través de un médium."
No es mucho lo que se sabe de Thomas Power James. La mayor parte de las referencias que se pueden hallar sobre él arrojan más dudas que certezas. Sus detractores afirman que aquello de la pluma espiritual de Dickens no se trató de su única farsa: primero se enroló como músico en el ejército durante la Guerra de Secesión --fue degradado a soldado cuando se hizo evidente que no sabía tocar ni la puerta-- y luego transformó en un impresor errante que cambiaba de ciudad a cada rato para escapar de las acusaciones de plagio. Así, dicen, llegó a Brattleboro. Huyendo de algún otro lugar. O de varios.
Tenía alrededor de 30 años cuando se instaló en Brattleboro, Vermont un pueblo de tejados que se desparraman desde el pie de unas colinas hasta las orillas del río Connecticut-, para desempeñarse como ayudante de imprenta. Sus años de experiencia lo habían transformado en un empleado hábil y eficiente y rápidamente pasó a asistente del editor de uno de los periódicos locales. Aunque se declaraba escéptico en temas sobrenaturales, una tarde de finales de septiembre de 1872 asistió a una reunión espiritista que lo haría cambiar de opinión.
Vamos a ahorrarnos los detalles mágicos. Para explicarlo en pocas palabras, el fantasma de Charles Dickens se contactó con él para terminar de escribir The Mystery of Edwin Drodd. Baste aclarar que de acuerdo a las versiones que dan crédito a James y según él mismo declaró, la conclusión de la novela de Dickens se llevó a cabo con el procedimiento de "escritura automática" --definido como el arte de hacer contacto con una entidad o espíritu por medio de lápiz y papel en un estado de meditación o conciencia especial-. James, por supuesto, aceptó de inmediato.
Fueron ocho meses de ardua labor, ocho meses que el bueno de James se pasó encerrado durante horas y horas escribiendo a toda velocidad, "como si le costaa seguir el ritmo de un dictado", según afirman los testigos --o supuestos testigos, cómo saber--. Y respetando a rajatabla el dictado de Dickens. "No me corresponde hablar sobre los méritos de este libro --es más o menos lo que afirma el devenido médium en el prefacio, según mi tosca traducción propia--. Puedo decir, sin embargo, que se entrega al público tal como me llegó, palabra por palabra."
Por supuesto que T. P. James se había asegurado de despertar interés mucho antes de que la "versión completa" estuviera terminada, y para cuando se editó el libro ya había tanto detractores recelosos como místicos convencidos que estaban ansiosos por echarle mano. Aunque hay quienes piensan que los números se inflaron como ardid publicitario, se dice que el libro vendió más de 20 mil copias en los Estados Unidos. La novela salió en octubre de 1873, con un prefacio del médium en el que se defendía del escepticismo de los críticos y anunciaba con entusiasmo que ya tenía (tenían) listo el primer capítulo de una nueva novela, que sería completamente dictada desde el más allá y que llevaba el dickensiano título de The Life and Adventures of Bockley Wickleheap. Y un imperdible prefacio del autor en el que no sólo habla de su forma de trabajo en comparación con las obras encaradas durante su "vida terrenal", sino que también aprovecha, por supuesto, para cerrar con un saludo a sus seres queridos y expresar "how anxiously I await their coming". Cómo desperdiciar la oportunidad?
Supongo que no hace falta decir que la opinión mayoritaria de la crítica fue que la calidad de la obra era tanto o más dudosa que el origen y que en Inglaterra fue descalificada por su absurdo tono americano y su prosa torpe; aunque tampoco faltó quien asegurase que el estilo era tan fiel al de Dickens que sólo podía ser obra de su espíritu. El defensor más célebre aunque no tan inesperado fue sir Arthur Conan Doyle -es conocido su lazo con el espiritismo, que no sólo lo llevó a dedicarle tiempo y esfuerzo a sus investigaciones sobre el tema y a escribir Historia del espiritismo en 1926, sino que le costó algunas polémicas públicas como la que lo llevó a cortar relaciones con su amigo Harry Houdini-, quien repasó el caso para la revista Fortnightly Review en 1927, concluyendo que James no tenía "un solo hueso literario en su cuerpo", y que difícilmente podía haber escrito el libro por su cuenta. Y aprovechó la ocasión para pegarle algún palito al viejo colega: afirmó que en caso de que hubiera habido una verdadera comunicación, habría "cierta justicia poética en el asunto" puesto que Dickens en su vida --aun admitiendo la existencia de sucesos psíquicos para los que no tenía explicación--, se había encargado de ridiculizar el espiritismo "que nunca estudió ni llegó a entender".
Nadie parece saber muy bien qué pasó después de la aparición de la "versión completa". Durante los años siguientes Thomas Power James creó y editó un par de periódicos --el Brattleboro Independent y el Summerland Messenger-- antes de marcharse de la ciudad, hacia 1880. Después desapareció de la esfera pública tan rápida y misteriosamente como había llegado. El promocionado The Life and Adventures of Bockley Wickleheap -el que hubiera sido el más póstumo de los libros en la historia de la literatura universal-, nunca se terminó. Un adelanto se había publicado en el Summerland Messenger y hoy puede leerse gracias a una copia digitalizada por la American Antiquarian Society de Worcester, Massachusetts. Eso y las pocas copias que se conservan de The Mystery of Edwin Drodd parece ser todo lo que T.P. James le legó a la historia.
Pero en Brattlleboro no se olvidan de él. En el marco del Festival Literario que se organiza cada año se lleva a cabo un certamen que lleva su nombre: el "T. P. James Write Like Dickens Contest", que invita a los participantes a escribir el segundo capítulo del Bockley Wickleheap al estilo Dickens. Tal como lo anuncian las bases, el concurso celebra al mismo tiempo la escritura de Charles Dickens y "la audacia de T. P. James".
En cuanto al misterio de Edwin Drood, a pesar de los múltiples y reiterados intentos que se sucedieron --y se suceden hasta hoy, incluyendo obras de teatro con múltiples finales y miniseries de la BBC-- sigue siendo eso: un misterio insoluble. Tiendo a pensar, como señaló Chesterton alguna vez, que la única respuesta la tenga Dickens. Que sólo a él, si lo encontrásemos al otro lado, podríamos preguntarle cómo terminaba la historia. Y también, como Chesterton, temo que ya no lo recuerde.
Quizás, al fin y al cabo, sea mejor así.
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