CONTRATAPA › EL BOTE
› Por Beatriz Vignoli
-Elenita, estás al horno -me asegura Claudio desde su escritorio.
Y suena mi teléfono en la redacción del diario. Suena mi teléfono y yo ya sé quién es. Es ella: ella, la viuda del Perro. "Sus papeles están llenos de papelitos. Encontré en uno de ellos tu número de teléfono", me escribía. Es siniestro. Alguien acaba de escribirte diciendo que tiene tu número de teléfono y tu teléfono suena. Ya sé qué es ella y ya sé lo que me va a decir. Me va a decir que yo maté a su marido. Me va a decir que no piensa parar hasta que no se haga justicia. Que quiere ver rodar mi cabeza. Que le encantaría que esto fuera Texas y verme freírme en la silla eléctrica.
Atiendo y la llamada se corta. Número no registrado. Llamo y nadie atiende.
Seguro es ella, no puede ser ninguna otra. Y sin duda significa lo que yo ya sé.
¿Pero qué sé? No sé nada. No sé quién mató al oficial póstumo, el estaqueador Bianciotti. No sé quién mató al ex soldado Aguirre. No sé quién mató al Perro. No sé por qué tendría que importarme pero sólo sé una cosa: ya no puede no importarme.
"No pises ahí. Ahí, bajo el jazmín del país, enterraron al perro".
La voz de Irazusta viene a mi memoria como desde un sueño. Y vuelvo, como en un sueño, a estar en esa casa tomada de barrio Tablada, charlando con él en un jardín ajeno sin pensarnos como intrusos. Y él que me señala un punto de la tierra, debajo del jazmín. "No pises ahí. Ahí, bajo el jazmín del país, enterraron al perro", me dice. Y ahora que lo escucho desde la grabación inmaterial de la memoria (inmaterial no, diría él, existen las neuronas del cerebro), ahora que lo escucho, dice otra cosa.
Porque al ratito de que dijo eso, entró con una pala el hermano de Agustín Aguirre y se puso a cavar. Justo ahí, justo abajo del jazmín. No estaba solo, traía dos ayudantes. Uno de los dos ayudantes clavó la pala debajo del jazmín y se oyó un ruido: metal contra hueso. Un sonido doom metal. -Acá está -informó el excavador.
Y el cuerpo que sacaron resultó ser el del Perro, el Perro con "P" mayúscula. Y vuelvo a escuchar, en la voz de Irazusta, la "P" de "perro" y me suena a "P" mayúscula. No, no es que suene a "P" mayúscula, ya que la diferencia es inaudible. Pero lo pienso.
-Irazusta sabe -exclamo en voz alta.
-¿Qué?
-Que Irazusta sabe.
-¿Quién es Irazusta? -pregunta Claudio.
-Uno que estaba ahí conmigo cuando desenterraron el cadáver del Perro en el fondo de la casa de Agustín Aguirre.
-¿Cuándo quiénes desenterraron el cadáver de qué perro?
-Cuando el hermano de Agustín Aguirre y dos tipos más desenterraron el cadáver de Diego Cachorro, alias el Perro.
-Ah, ¿pero vos estabas ahí?
-Sí, con Irazusta. Irazusta sabía que Cachorro estaba enterrado ahí. Por eso no le pareció nada extraño que el perro, el perro con "p" minúscula, el perro del Perro, anduviera merodeando. Altro que animal telépata, cómo pude creerme esa boludez...
-¿Pero quién es Irazusta?
-Fue compañero de trinchera de Aguirre en la guerra. Es médico.
-¿Y dónde está?
-No sé. Se subió a una ambulancia a acompañar a un herido y no lo vi más.
-¿Y quién es Aguirre?
-Es el principal sospechoso de la muerte de Bianciotti.
-¿Bianciotti? ¿Pero eso cuándo fue? ¡Hace un montón!
-Aguirre es el que apareció ahorcado con la corbata del Perro en una celda.
-Sí, esa parte ya la sabía. Pero Bianciotti...
-Hablé con la hija. La hija de Bianciotti es una de los que mataron a mi viejo.
-Ah, bueno... Ah, bueno...
Estoy a punto de decidir olvidarme de todo. Archivar el caso. Nada me une, nada me ata a todo esto. Pero algo hace un ruidito: tengo un mensaje privado en Facebook.
Y lo firma ella, no puede ser ninguna otra. Ella. La otra. La viuda del Perro.
Y el mensaje dice:
"Esto sigue. Sabelo".
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