CONTRATAPA
› Por Beatriz G. Suárez
Justo te agarró la muerte en la cámara ardiente de las canciones. Canciones de grito y vino, todas juntas. Inventadas una a una.
En agosto terminó la última y el próximo mayo no estuviste, hoy tu cabeza sorda viene a escucharlas y nosotros a aplaudirlas. Mira que cosa. Llegan
como un Martín pescador que hubiera detectado al minúsculo pescado de los yuyos.
Intoxicados de nota do y un montón de trasnoches van tus canciones a existir en el sobreviviente silencio que hace este sobrenombre cada día mientras se bailan sensaciones y penas porque temprano saliste de la casa a encontrar metafísica, a buscar. A embestir estrellas, a comer cuerdas de guitarra.
Pepe. Todos estamos inmerecidamente roncos, no podemos cantar ni recitar en día viernes, Rosario, un éxito farsante ha venido a buscarme por tu premio, para admitir que te quiero hasta el disparate. Te quiero por segunda vez. Son compases, himnos sin estructura, orillas para caerse o enojarse, no sé, la chacarera en un castillo incauto de cenizas, melodías para volverse loco.
Una magistratura en el pentagrama, trece novelitas recorridas por una muchacha soñadora, ilusión óptica que vuelve fácil la vida. Fruta. Fruta.
Ensalada de asuntos.
Justo te agarró un final de treinta y ocho vos que cumpliste quince con vestido, que a los doce te vino, que te casaste sin posturas, que le diste la espalda al paisaje.
Camino con la melancolía como órgano nuevo, un hígado pequeño que está desde el momento de soltarte la mano, todos los días metabolizo disfraces, en el ropero triste de la pieza.
Tanta ceremonia para el arroz con leche, tanta desmesura que no entiende el origen. A veces resulta insoportable que al fugarte le dieras la espalda al río.
Tranquilo paisaje el de Rosario. Todo viró con vos demasiado al oeste. Hay pedestales diarios, congresos, pero no llegas y los árboles crecen.
Calles humanas, adoquines, rasgo los semanarios sobre el nivel del mar, vivimos desacostumbrados al ventarrón, a tu personalidad helicóptera, a lo que hace ruido al andar.
Cortesía al disparo de la música; me siento incapaz de llegar alguna vez a descubrir porqué te fuiste. Entonces la escucho como remedio de razón que le diera al momento un encanto deportivo.
Pepe. Estamos internados en el cielo esperando una sesión solemne con tus ribetes, que nos vuelvas a llenar de retórica propia, de verso, de luna.
Estamos todos desempeñando un modo de este viaje tuyo con pantalones demasiado cortos.
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