CONTRATAPA
› Por Fabricio Simeoni y Fernando Marquinez
Mi novia me dejó por un mouse.
Cuando descubrí su irrenunciable devoción por el gran dios Windows, ya era demasiado tarde. De haberlo sabido antes, no hubiese masticado del último queso, lamiendo la trampera como si en cada erupción labial la lengua se hiciera óxido, como si de la nada surgiera un beso Camembert, la fortaleza de la trampa sin suponer la coalición del encarecimiento virtual del suero raíz. Pero una religión pixelada carga con los males de todo credo y conozco perfectamente a ese ratón insano que sólo cliquea iconos mansos antes de la rebelión. Abriendo y cerrando las incidencias de un link hacia otra Vía Láctea, hacia otra precaución de los espasmos para completar esa insípida cadena de espirales sometidos al capricho de lo desechable. Y ella movía sus manos rápidamente, por nada del mundo quería quedar fuera del Google. Y respiraba hondo, ante los mensajes de error o cuando descargaba música de manera ilegal. La vista previa se diluía a pocos metros de cristal líquido.
Mi novia me dejó por un mouse.
Y ahora ando dando tumbos, buscando ancestros comunitarios debajo de las pantallas, esperando un diluvio que nos electrocute, revolviendo viejos esqueletos entre la fauna consentida. Vivimos separados por la influencia desavenida de un click derecho. El reposo es la escena, la placidez incauta de los desamores, el rodaje estomacal sin guión ni cuerpos que se desnudan en la intemperie sin resguardarse de la luz que los adormece.
Sobre el nick que decía "el tiempo es tirano, sos un maldito enano" ahora figuran las islas inoportunas de un flagelo meado, yo lo vi en su Facebook, como si todo ese amor hubiese ido a parar a una almohadilla infectada por el diablo. Ella puso ahora la clave de una elocuente tradición: "seguí comiendo queso maricón, te dejé por un ratón". Todo lo que sugiere la figura retórica de un no disponible. Recuerdo perfectamente cuando me decía: "la tecnología no existe nene, es un invento para engañar la propia inestabilidad que genera existir".
No podemos respirar del mismo néctar, vamos buscando actualizar la barra de herramientas sin que se nos inunde la casa. Ya no la tengo recostada en mi cama con las tetas incrustadas en las aletas del ventilador de techo, ya no pone manteca a las tostadas cada mañana infértil cuando la sangre se amontona hasta que cae el dulce. No me quiere más, ahora baila en las veredas con la esfinge de un roedor y seguro saldrá despedida al infinito como sometida al riesgo de otra ventana.
Mi novia me dejó por un mouse.
Si al menos los aranceles de esta conversación los pagara Microsoft, porque mi amor no tiene precio y se balancea como un cuerpo usurpado ante la mirada atenta de los bloggers.
La madrugada golpea esta vez como si antes no hubiese madrugadas, ni golpes, ni esta vez. La reclusión perpetua es la mejor bienvenida a estos lares de intervenciones anquilosadas. Vuelven los chicos, salen de otra lectora para terminar evadiendo el final de la noche con la presunta calidez de un alfabeto deslucido y todavía me pregunto cómo será el sexo de un ratón, hacer el amor después de un doble click.
Si hubiese jaqueado su password la historia sería otra, pero nunca me animé.
Apenas si pude volver a hablar con ella un par de veces, la muerte de un amigo en común pareció deparar una excelente ocasión. Pensé que el dolor restablecería nuestra conexión, pero solo obtuve un "qué mal, se murió Tito, vi su entierro por You Tube, no se puede creer, tenía una banda ancha que era un rayo de luz, ayer mismo estuvo posteando en su Twitter". En nuestro segundo encuentro, vía chat, porque ella ya no toleraba mi presencia, susurró fríamente su nuevo leit motiv: "lo virtual se asemeja a la melaza, sí, la miel es una cosa que ya no recordamos, porque quedó en otro hardware" y al mínimo intento de desviarla del tema soltaba un lacónico: "pienso en probar un nuevo antivirus, pronto el mundo será irrespirable sin escafandras".
Mi novia me dejó por un mouse.
Una horma fatua espera que la reinicie, los emoticones proveen una última maniática brazada en las alcantarillas de los monitores. No tengo una mísera clave de acceso pero aún así, nada ni nadie podrá detenerme
Cuando elimine la última foto alojada en la web seré liberado de todo los vestigios y ella tan solo interpretará un papel secundario en la papelera de reciclaje.
Mi novia me dejó por un mouse.
Llueven cables sobre los techos, pero no me sirven. Yo sólo busco una amnesia inalámbrica, algo que borre de una vez por todas los archivos temporales de esa pasión que se agotó.
*El poeta, periodista, escritor y filósofo Fabricio Simeoni murió el 14 de octubre de 2013. Junto a Fernando Marquínez ganaron el Premio Municipal de Poesía Felipe Aldana en 2007.
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