Vie 14.07.2006
rosario

CONTRATAPA

TRAGANDO AIRE

› Por Beatriz G. Suárez *

Los ciclistas vamos tragando aire. Pisamos tierra en dos puntos frágiles de caucho arriesgándonos hasta el aplastamiento, somos héroes mínimos en la ciudad más tuerca.

Nosotros, los ciclistas, hechos de rayos en que se enredan las polleras, salimos de la casa a la mañana con regreso dudoso pues colectivos y chatitas nos pasan a una feta y diez litros de viento pueden hace añicos a nuestro cuerpo y a nuestra fe de pavimento, andamos a fideos y facturas y no hay Shell para ese desencanto.

La bicicleta es el barco sin semáforo ni señales de prohibido girar a la derecha con la que solemos llegar al país de los que tienen piñón fijo en la cabeza. Allí arrasamos con todo, pisoteamos, pues nuestro alma es libre y vivimos un riesgo hecho de versos y de cordones de vereda. Y es así porque tenemos niñez en vez de maletín y mucha más calle de tierra que asfalto y decimos Aita o Graciela con un orgullo de recién nacido que nos genera paraguas para cualquier tormenta y en todas partes nos sacan las rueditas.

Nosotros somos el pito de las fábricas, la obrera que se ahorra el colectivo, un gordo entristecido y sin remedio y el dueño de la cuatro por cuatro que decide orinar el negro metalizado de su arrogancia para montarse los domingos un rato.

A veces frenamos peplejos o chiquitos con una vergüenza de gallo que no canta pues salimos últimos en el concurso de quien muere primero en esa calle Corrientes hecha a nafta. En ella (como en otras) no hay certificado de vecindad para la bici, para nuestro traslado al borde del abismo. Un taxi pasa o insulta, un ciento veinte nos tira sus ciento veinte humos, el del Peugeot abrió la puerta sin mirarnos y descendemos con soberbia hasta cualquier subsuelo, cualquier olla, y quedamos nada menos que sin camino.

Nosotros los ciclistas no pretendemos casi nada, no es de sendas especiales ni de carril esta locura, es casi un petitorio al Dios municipal de los manubrios para que nos consuele en esta indiferencia de caño de escape y de poco volumen que Rosario nos hace como si no fuéramos de ella.

Será que la metrópoli para crecer prefiere el último modelo de la Fiat y no a estos insensatos sin cámara que inflan en las gomerías una imagen de atraso y papa frita impresentable.

Será que andar en bici haría hablar al maestro Mazza un 9 de Julio o un 3 de Febrero y resucitaría la favorita con su buena vista y sus vidrieras de mil novecientos sesenta. ¿Será por eso que cada vez hay mas barullo y más silenciador y la gente anda tapada en esta lluvia de computadoras y neumáticos?

Nosotros vamos oliéndole a Rosario su transpiración, su señales y su tránsito, y en el lugar tan flaco que nos deja le damos un amor a diez kilómetros por hora que, lejos de volverla lenta, la transforman en una paciente mujer que le ceba mates a su río.

Los ciclistas hemos fundado un comité de convivencia con los veloces y los últimomodelos para que entonces nos permitan seguir una respiración, y para que salir no sea un suicidio de a caballo.

Y tanta bici explicada no transmite lo que quiero decir pues el trabajo del pedal es tan hermoso, tiene tan poca obligación y tanta estrella que solo lo disfrutan aquellos ciclistas como yo o aquella gente que pasa por la vida sin rueda de auxilio.

Los que deseén formar parte del comité o estén aullando de dolor porque un desenfrenado les pasó cerquita, los cadetes sudorosos, los repartidores, los osados en calle Pellegrini, etc. juntémonos y saquémoslas del medio, no les demos el gusto de gritarnos y maldecirnos en pleno asiento, juntémonos con aves, venados, tigres y serpientes, con todo aquello que se mueve sin conocer petróleo y dejemos la selva afanosa y triste que, en cuatro ruedas, cree circundar el paraíso.

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