CONTRATAPA
› Por Luisina Bourband
Era un asado de ocho varones. No hablé mucho para que mi presencia femenina quedara olvidada y así poder escuchar. En un momento pregunté: por qué cosas lloran los hombres? Un cuarentón elevó el pecho en un gesto de exhalación y dijo con urgencia y suficiencia: "Por el Rojo, por supuesto". El amigo, evidentemente de otro equipo dijo "Y sí, se entiende que lloren los de Independiente". Todos rieron.
Una respuesta de varón entre varones, era de esperarse. Rápida, denegada, defensiva. Pero bueno, era un asado, y yo venía con esas preguntas. En cambio noté de qué cosas hablaban. Cuando uno menos pregunta, mejor salen las respuestas. O en todo caso, en todo diálogo habría siempre una disociación, un desencuentro, un malentendido entre la pregunta y la respuesta. Nos responden a la pregunta que no hicimos y así nos indican qué deberíamos preguntar, o a qué están respondiendo, que es realmente lo que les interesa, en lo que están.
En la deriva de la conversación, de qué habla esta arbitraria muestra representativa? De las mujeres, de una forma tanguera, tediosa; de sus fracasos cómicos con ese género tan huidizo y terco; de los engaños y desengaños, por ambos lados. De las mujeres, otra vez, de una forma pornográfica, deseante, intencionadamente degradada. De fútbol, en un idioma sellado, críptico. De política, también en código, por las orillas. De lo que pueden comprar, de lo que no. De cómo está el asado, de algún vino, de algún que otro gusto (esto último varía según la edad, también según la clase social).
En un idioma aceitado, disipado, chistoso, donde el que más banca la burla es el que permanece. Un mundo en el que participan los que comprendan tácitamente las reglas para pertenecer. Viéndolos así, tan sueltos, tan risueños, una mujer mirando la escena diría: "ellos sí que no lloran". Es quizás ese mandato que los ha atravesado, ese que dice que "los hombres no lloran", y repiten los padres en momentos desbordados. Esos hombres que no lloran han sido niños a quienes se les ha dicho "un hombre no llora", como promesa de una conquista viril, y se han tenido que guardar sus ganas de lágrimas, como dice Fernando Pessoa.
La película El Gran Pez es una película de Tim Burton, que toca la cuestión del padre y un jovenniño que vacila sobre la credibilidad acerca de las palabras del padre, qué hacer con sus dichos... es eso sobre lo que se pregunta un hijo. Eso que a todo sujeto lo toca y le toca, si tiene esa suerte de que el padre haya hablado. Y díganme si alguien pudo evitar llorar con ese film. Vi llorar a varios grandotes, se los aseguro, impulsivamente, sin previo aviso. Llorar bien, a lágrima viva, a chorros, como un cacuy, como un cocodrilo, como describía Girondo.
Lloramos bien como dice el poeta? O se nos atragantan las lágrimas de tanto contenerse...
Hay dos escenas cercanas de amigos que siempre me conmovieron.
Vi desesperado a uno de ellos, ante una afrenta amorosa de su amada, pensaba que podía hacer cualquier cosa, en el arrasamiento afectivo en que se encontraba. Corrimos a buscarlo, todos preocupados, porque sabíamos en qué andaba. Es de esos momentos en los que el grupo se convoca rápidamente, como por una magia.
Lo encontramos. Nuestro amigo gritaba llorando como un Romeo, orientado hacia la ventana donde supuestamente estaría su chica. El desatado estaba agarrado de la reja, colgando como un mono y gritaba: "Abrime la puerta, que si no me abrís voy a ir a buscar un cuchillo a la casa de mi mamá y te parto el corazón".
Es la resolución más poética de la tragedia de desamor que pude presenciar.
Luego de esto pudo irse a tomar una cerveza con nosotros, estupefactos y admirados del gesto shakespereano.
Otro amigo visitó la tumba de su padre que murió cuando él era un niño. Las ganas de lágrimas y las ganas de llorar esperaron quince años para encontrarse, era tan pesada la tristeza que desde muy joven que no se acercaba al cementerio. Había pasado ese tiempo para encontrar su kairos, su momento oportuno. En el tiempo justo, en el lugar justo. Fue con retoños, con sus hijas. Con capota de nubes escenográficas. Con un tío sabio cuidando las espaldas, a la distancia justa. Quizás el momento oportuno señalaba como condición el guiño de la descendencia y de la ascendencia. Allí lloró todo lo que no había llorado antes, con la mano de su hija, una niña, acariciándole la espalda. Eso le recordaba que era él el que estaba vivo, y que sus hijas lo vieran llorar garantizaba todo lo que pudiera venir después, garantizaba que la representación de ese padre muerto iba más allá de él y abría a la del padre vivo que era él.
Me arriesgo a decir que los hombres se encuentran con las lágrimas por tres cosas:
Por el padre
Por las mujeres (aunque secretamente)
Por la muerte
Sobre lo que se les prohíbe llorar, y sobre lo que lloran, es eso que los define en la posición sexual. Es decir, como hay serias interferencias entre la virilidad y el llanto, el llorar se convierte en un acto privado. Y el consultorio de un psicólogo o de un psicoanalista está incluido en la serie de escenas privadas.
Llorar a lágrima viva. Aviva. Nos pone en la senda de la vida. George Bataille dice, en un texto que se llama La noción de gasto: "Es frecuente no poder disponer de las palabras más que para su propia pérdida...". Podemos decir, es frecuente poder disponer de las lágrimas para nuestra propia pérdida, esa que posibilita secarnos la cara, y de vez en cuando, volver a sonreír.
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