CONTRATAPA
› Por Pablo Serr
1
Entra. Se sienta en el suelo, a un costado de la alfombra. Se nos oye, dice una voz; sí, se nos oye. Volver a dilapidar el tiempo, entonces, no, procurando que quepan en palabras las innumerables mutaciones de la inercia. Eso no es vivir. Mejor enseñar, sí, y cuanto antes mejor, el vacío inagotable de esa flor --flor de la dulce espera, flor de todas las flores, de las que fueron y de las que serán-- en la vibrante presencia de ese oscuro rincón atiborrado de vacío. Pero oscuro se nombra y oscura no se deja de ver. Son, al fin y al cabo, tal para cual. Y no puede ser uno sin la otra. Se miran desde lejos aturdidos por la cercanía que los une y los separa incluso de sí mismos. Es una cercanía distante, fría, tan fría que uno a veces desconfía. Será cercanía la de un cuerpo que no me pertenece ni me pertenecerá jamás? Pero no hablemos de cosas tristes, no hagamos que se vaya la gente. Esa mujer nos mira con mirada que se quiere experta en percibir distancias. Pero el cuerpo de las voces que no dejamos ir (digo voces de memoria, recuerdos intactos de voces nunca oídas), distante de qué se podría decir? No creemos que haya distancia del sol a la sombra de la luna. Caminamos, en cualquier caso, esa distancia sin mover los pies, sin siquiera sentirlos. El impecable vacío original nos hace invisibles a la lluvia hirviente de realidad, pero no por ser máscaras dejamos de hundirnos en el dulce sudor de la carne. Este pedazo de carne, este pedazo de carne que soy yo, dista una eternidad del momento en que se está moviendo el mundo. Esa es la distancia que no querría volver a dejar ir. Cuando la caminé despierto, oí el rumor de que ya estaba muerto. La calavera, ahora sí, ya era tiempo, se desmorona. Al fin se desmorona esa calavera! Pero incluso la araña, que en su caída mancha de muerte, y con gula, las paredes, incluso esa pobre araña, araña que no es nada ni nadie, se entrega alegremente a la posteridad para ella por siempre postergada. Esto es la muerte, sí, y no por azar. Generación tras generación fuimos a sentarnos, como ahora, allí donde no pudieran vernos ni oírnos, pero siempre alguien oye desde afuera nuestra atesorada respiración. Se espera, sin vuelo, la inconmensurable altura, equilibrio favorecido de una piedra (el sol es una piedra?) sobre otra, una cualquiera (la tierra es una enorme piedra o es pequeña, al menos pequeña, en su extremada y gigantesca redondez?). No saber volar, se preguntarán los demás, exige qué del cuerpo que no lleva alas? No saber volar exige la muerte, la caída eterna hacia esa imagen en lo oscuro del espejo. Vemos, sin embargo, lo que vemos: que de mano en mano no vacila el viento, y esto sí lo vemos, y aunque no vacila cae crispado sobre mi extasiado gesto, gesto de máxima altura. Y sí, es lo que vemos. El viento cae, cae ahora mismo. Está cayendo.
Recién cuando deja de oírse a sí mismo, entra y se sienta. El suelo está helado, la alfombra queda lejos. Posiblemente sean más, posiblemente sean los mismos. Nunca están conformes. Siempre falta algo. No se preguntan por qué. Tienen lo que tienen y a la vez no tienen nada. Es el juego que más los entretiene. Como la vez que los vi apoyados contra la pared. Lloraban, reían. Lloraban y reían. Y de verdad que se nos parecían! Decían lo que decían --no sabremos nunca qué exactamente-- sin mover la boca. Decían con palabras crecidas de otro cuerpo. Y eran siempre los mismos. A veces se confundían entre sí. Los había visto nacer y en ocasiones los desconocía. Pero de cuántos estamos hablando? Los había en número fijo? No podrían evitarlo, no. Por lo general en número impar. Habrá que dejar de creer en las decenas, entonces.
* * *
Una noche en un patio de casa ajena nos vimos desaparecer.
Suplicábamos la luz. Una última palabra se deslizó en silencio. Nadie, excepto yo, que estaba herido, pudo verla existir. Nadie. Un chorro de luz cruzó la habitación, esa intemperie, en silencio. Yo estaba acostado, yaciente, y la vi. Cayó redonda como un naipe a mis pies. Es necesario que explique qué es un naipe? Un naipe es una moneda cuyo frente y envés se muestran al mismo tiempo, demostrando así que hay este mundo siempre y cuando haya otro mundo en el sitio mismo donde ni se dice ni se ve.
Esa última palabra cayó y en su caída me rozó los pies. La vi, era como se la sufre, igual a todas las palabras. Pero ésta era especial. Rodó en silencio hasta mis pies, resbaló plagada de sí misma, sembró a su paso su aire fantasma. Mientras caía, se le alisaban las pestañas. Eran pestañas de otro tiempo. Sus cuernos, porque tenía cuernos, relucían. Me pregunto si habría más cuernos esperando nacer. Era como baba cayendo desde el mismísimo otro lado del mundo. Un brillante hilo de muy extraña intensidad, oscura y encendida. En todo tendría, yo, la esperanza de verla prosperar hacia la muerte.
Mirando a través recordamos los sueños que fueron de otras vidas, vidas pasadas y futuras, vidas que están siendo ahora, simultáneamente, en más de un lugar y en ninguno. Mirando a través podemos permitirnos, sí, tal gloria. Arbol, y bajo tierra tus ramas --creí oírte decir mientras caías, oh palabra última--, así armado! Con apenas un dedo de fuerza, una gota de lluvia embalsama de tristeza este otro lado del otro mundo. Esa flor podría significar que lo que haya sido alguna vez la Muerte hoy ya no es. Podría, en verdad? Se ama en las flores el alivio de no sufrir su muerte, o eso creo.
Ahora sabemos por qué no dormimos bien de noche.
2
Había sobre esa mesa unos papeles. Adán, de rodillas, lloraba. No pensaba, ya no, pero de haberlo pensado, y estuvo a punto de hacerlo, se hubiera echado sobre esos papeles a dormir.
Esos son papeles de Eban, papeles de Eban que a Adán le están prohibidos. Podrían estar escritos en lengua desconocida. Pero por qué estarían prohibidos?
Eban se desconoce en esos papeles. Qué tanto dicen esos papeles, qué tanto tienen para ocultar? Adán podría dormir sobre esos papeles, podría dormir y soñar más allá de las fronteras de lo estrictamente prohibido. Es una prohibición estúpida; acaso son papeles sagrados? Una inmensidad perdida duerme en esos papeles.
"Se nos alinean las veces que fueron y las veces que serán", piensa Adán mirando con ojos de niño esos papeles. Esos papeles son enormes castillos de mentiras pendiendo en la mayor altura de la luz. Pueden sentirse los ardores del sol hacia las más inverecundas profundidades de la tierra. La oscura tierra se mortifica. Pero de quién puede asegurarse que se haya dicho todo? Recordar esto: pensamientos negros.
Hacia allí, hacia la más oscura altura, se alza la luz robada a los espacios que nos faltan. Nos falta ese espacio, nos falta aquel otro. Nos falta toda esa inmensidad de espacio, en donde antes nos decíamos las cosas. Esos papeles suspenden el deseo, eternizan su espantosa rigidez. Y Adán se retuerce sobre la inmensa extensión prohibida. Con esa distancia, qué podría hacer? Esa distancia, distancia que se percibe de camino al cuerpo, a la propia proximidad, vuelve más nítidos los contornos de la gran mentira. Una mentira que se confunde con todo, con lo que es y con lo que sería. Adán se queda dormido de camino a esa inmensidad mentida. Pero sabría Eban dar verdad a esa mentira? O sólo son recuerdos de lo que siempre habrá de ser? Como ese cuerpo que se yergue sin peso en el sueño, dormido también, prohibido, inalcanzable, frente a esa inmensidad Eban se retorcería de miedo.
"No se oyen mis silencios. Soy Adán. Adán. Esa mentira, tu mentira, Eban, se retuerce de placer en la humedad de mi lengua. Es una mentira de beso lánguido y fértil. No se oyen mis silencios porque están ardidos, no se reconocen en el eco de esa multitud prohibida. Cuando despierte serán demasiadas las palabras que se hayan perdido, aunque tal vez no sea ni todo olvido ni todo recuerdo el daño que nos hayan hecho esas palabras. O tal vez sean ésas las palabras que mutilen el deseo. Se despiertan ojos en la repulsiva oscuridad, ojos que ya no nos ven. De esa otra lengua resurge una porción de tierra para el irradiante espíritu. Se dicen mentiras que en la superficie relucen como fantásticas verdades, y el otro, el que no se ve pero se oye, se remuerde los labios con fervor. No haya sabor de la sangre que sea prohibido. Por sobre la inmensidad perdida, un resto, un resto apenas, nos devela. La locución impacientada de celo en la proximidad urdida. Nos damos el abrazo del final. El silencio de ese secreto se dice en todas las lenguas, y hasta se nos estruja el corazón de dolor y seguimos comunicándolo. Y la tierra vuelve a ser tu gran necesidad."
Rijeka, 24.05.14
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