Viernes, 4 de julio de 2014 | Hoy
Por Marcelo Britos
Algunas cosas se escriben en caliente, porque es necesario hacerlo. Es una expiación, un desahogo. Al revés de cómo debe escribirse, en mi humilde opinión, aquí no hay que dejar que las cosas se acomoden, no pensar. Dejar que todo salga, y lo que sale por lo general es fuego, es bronca, es pasión. Porque hay que escuchar a la carroña, una y otra vez, volver sobre lo mismo. La impotencia y lo agrio se contagian. Y si hay algo en lo que somos buenos los argentinos, es en hablar mal, y de fútbol ni te cuento. Nos encanta, nos fascina despotricar. Ahí sabemos de táctica, de historia, radiografías certeras de todos los jugadores del momento. Pero no es de esto que se escribe en caliente. A esos se los putea en el final de este texto, a ellos sólo le dedicamos el final, y nos hace más chiquititos, porque él, el de la foto, el final se lo dedicó a la hija y a la mujer, que son dos leonas como él. Porque vos viste que no paró nunca. Que chocó, se cayó, y se levantó. Muerto, agotado, se puso de pie y probó una y otra vez. Y baja y sube. Diez pulmones y un corazón enorme, y esa cualidad que nos encanta resaltar a los argentinos (además de hablar mal de fútbol), esa cualidad que creemos se lleva entre las piernas, pero la tenemos en el pecho, en el nombre, en la espalda.
No faltan los que dicen que el fútbol es un negocio (dígannos algo nuevo, algo que logre enfriar esta llamarada). No faltó el que dijo que gana fortunas, que para eso le pagan. Yo creo que no. No le pagan esas cifras obscenas por dejar todo. Eso es mentira. Yo creo que lo deja porque no sabe hacer otra cosa. Porque lo aprendió del padre que quería ser como él y se lesionó antes de debutar en un club porteño. Y se ganó la vida vendiendo carbón en barrio La Cerámica. Lo aprendió por haber nacido en la Perdriel, que según el tatuaje que tiene en el brazo izquierdo (el que está más cerca del corazón), es lo mejor que le pasó.
Ahí aprendió a ir al frente, en la vida. Como su vieja también, que lo llevaba a las prácticas en el canasto de la bicicleta. Y cuando tuvo que sufrir por su hija, la leoncita tenaz como sus viejos, también le puso el pecho. Con esa mujer maravillosa que tiene a su lado, la misma que se tomó los ovarios y le hizo el gesto (ese gesto que tanto nos gusta) a la hinchada amarga del Madrid, cuando lo silbaban a su marido, el año en el que no rendía porque no sabía su hija iba a nacer viva. Porque en serio, podés decirle cualquier cosa. Que tira una rabona, que gambetea y a veces choca, que no la podía meter. Pero lo que nunca vas a poder decirle, es que no tiene corazón. Es puro corazón. En la conferencia de prensa, un mala entraña, ese que es de un medio pero es de varios, que no le importa --carroña hipócrita-- mentir y rebajarse, lo pinchó para que saltara. Y saltó. Y se plantó. Como se planta siempre en la cancha, metiendo y jugando. Y te cuento que a él no lo vino a buscar nadie de Europa, ni lo criaron entre cristales. Te cuento que más que mimarlo, los primeros años en Madrid lo chumbaban. Era el único que corría y el que menos cobraba. Y si no hubiera sido por Ronaldo, que se cansó de hacer goles con sus pases, lo hubieran largado el año pasado. No tiene balón de oro, ni de plomo, ni de cartón. Tiene corazón. Un corazón tan grande que no se puede explicar como le entra en ese cuerpo flaco. Es más grande que la cabeza, que la pelota. "No estamos jugando mal, eso lo decís vos". Y, bueno, todos lo vieron. Quizá exagere, si. No me importa entrar en eso. Hoy escribimos calientes, y nos hacemos cargo. Los que lo vimos debutar con esos otros colores tan queridos. Los que lo reclamamos como propio y lo seguimos como si siguiera vistiendo esa camiseta. Y los que aprendieron a quererlo después, "jugador adorable" dijo Latorre. Los que gritan, los que gritamos "fideo", "fideo". El martes encaraba sin descanso, y a veces parecía que no daba más, y después otra vez. Y se la sacaban del ángulo, y erraba un par de pases. Pero nunca paró de correr, de empujar. Porque es un guerrero, es un león. Como el otro que se crió cerquita, en San Lorenzo. Y sabés a dónde jugaba al baby? En Torito. No podía ser otro club. Me imagino al torito flaco, desgarbado, que el torero lo ve pan comido, y se come la cornada del siglo, y tres o cuatro toreros para pararlo, y lo bajan y lo clavan, pero él se levanta.
Todos sabemos cómo es esto. Recién cuartos de final, puede pasar cualquier cosa. Pero hoy no importa nada, en caliente, no importa nada. Hoy es un homenaje a un tipo, uno que va al frente, que me hizo emocionar hasta las lágrimas. A lo mejor fue porque el relator justo decía que no se rendía, que era el único que empujaba. Cuando la pelota pesaba, el cansancio, él arremetía. Que no todos podían decir lo mismo. Y justo, justo cuando lo decía se iluminó el monstruo ese de otro planeta que tenemos, y se la dio, y él, el que nunca se rindió, el que nunca paró, la mandó a guardar. Y los tenés que escuchar ahora, como yo lo estoy haciendo, subrogándose la voz de todos, hablando pestes. Si te tenés que poner de pie, vos que lo increpaste. Ponete de pie, sé humilde, sé honesto, y reconocé que es un toro. Que podrá gambetear y chocar a veces, tirarte una rabona en el borde del área, patear cuatro veces al arco y no meterla. Que es partenaire, que es el que la devuelve, que no tiene botines de oro ni de nada. Pero es puro corazón. Puro corazón, hijos de puta. Puro corazón.
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