CONTRATAPA
› Por Jorge Isaías *
El caballero del camino
El de Junín, ha muerto.
Vino a morir en mi provincia.
Atravesó mi pueblo.
Iba tan rápido a su fin,
Que nadie pudo verlo.
La voz de mi saludo ¡Libertad!
Me la quitó con viento. (1)
Esta estrofa para mi desconocida como su autor cuando la leí por primera vez en las páginas de El Gráfico, en mi niñez y en mi pueblo me siguieron durante toda la vida.
Con el tiempo supe que el autor se llamaba José Pedroni y que vivía en Esperanza, en mi provincia. Justamente allí fue a morir aquel corredor de Junín en l956 y yo di por primer vez con un poema sin saber qué era la poesía, como no lo sé hasta hoy.
¿Quién era Eusebio Marcilla? Un corredor a quien los periódicos de la época motejaban "Caballero del camino" porque al parecer cuando algún adversario abandonaba la carrera por un desperfecto mecánico, él se para a ayudarlo, sin importarle ya la competencia. Es bueno recordarlo ahora, cuando el individualismo es un flagelo que parece no querer abandonarnos. Es probable que hoy no se entienda, es probable que se me tome por mentiroso.
Tal vez este no sea de los poemas más conocidos de Pedroni, justamente quiero empezar por él, porque me parece emblemático de lo que nos pasó como sociedad. Ahora que a las modas se las llama "estéticas", livianamente, quiero decir que Pedroni tuvo una estética, pero que enlazó con una ética de la solidaridad y la justicia durante su vida y a través de todos sus libros. En otra parte demostré esa coherencia (2).
Quise empezar con esta estrofa y esta anécdota y con una tragedia, porque la tragedia del olvidado Eusebio Marcilla es la tragedia nuestra.
Uno puede imaginarse al corredor con las "muertas mariposas en el pecho", uno puede imaginárselo con ese bigotito fino que se usaba entonces, con su mameluco ensangrentado, con su cabeza rota, porque en aquellos años en las llamadas "turismo de carretera" no se usaban cascos ni en ninguna otra competencia automovilística.
Quise empezar por aquí, aunque pude empezar por "Nacimiento de Esperanza", con "Nguyen Van Troi" (el fusilado de Vietnam), o con "Los muebles de viejo Stura" (el chacarero a quien los patrones arrojan sus pertenencias al camino y la gente del pueblo se los restituye), o "Las malvinas", o "La bicicleta con alas".
En fin, que pude empezar con otros de los tantos de los numerosos poemas de Pedroni muy celebrados.
Pero elegí este poema porque es un homenaje a mi generación, que al menos creyó en una justicia más justa, valga la redundancia pero es lo que como sociedad nos debemos.
Una de las razones para quedar firme en la memoria de los demás una de las virtudes inexplicables de aquello que llamamos "clásico", es el no proponérselo. Es decir, escribir con un cierto "abandono necesario", una "vigilia lúcida" como quería el entrerriano universal que se llamó Juan Laurentino Ortiz.
La obra de Pedroni participa "de la peripecia del pueblo", como él gustaba referirse, porque de lo que sí era consciente es que la gente toma lo que le sirve y que escribir para sí sólo es el pero de los negocios y que escribir deliberadamente para la Humanidad es inútil, ya que nosotros no escribimos en una lengua neutra, sino con aquella que lleva implícita la modulación de nuestros paisanos.
Una vez leí unos consejos que el gran Juan Rulfo ensayó con nuestro Héctor Tizón: "El único que habla todos los idiomas y en todos lo hace mal es el Papa. Tú tienes que escuchar la voz de tus paisanos y escribir para ellos". Eso hizo José Pedroni. Y sus paisanos fueron primero los descendientes de los inmigrantes que en 1955 fue a buscar a Suiza, Aarón Castellanos, luego fueron también los hombres que hicieron de la actividad productiva y de la libertad una forma de vida orgullosa. Si bien, alguna vez se sintió culpable por no haber dedicado más páginas al indio y al gaucho, habitantes primitivos de estas tierras que los hombres de ojos claros ayudaron a olvidar. Pero para ello le faltó tiempo, porque en plena madurez creativa nos dejó y dejó también librada a la orfandad de su poesía ya cerrada para siempre todas nuestras expectativas frente a ella.
Una de las preguntas que no dejó de formularme es qué sería de su poesía en las tribulaciones del tercer milenio si él siguiera escribiendo. Ya que toda su poética participa de una utopía que sigue a la espera, es decir que no se cumplió. Como aquel verso que dice: "Es el año dos mil. Ya la tierra es de todos". Tal vez su mayor virtud haya sido esa inclaudicable ética que formuló como ejemplaridad de justicia y paz. El delicado equilibrio entrevisto en los trasegados volúmenes editados por Jackson de cinco tomos que era su lectura predilecta y que vi en el Museo de Gálvez. Esa antigua Biblia encuadernada en colore muy claros, seguramente favorita de sus emociones nunca exaltadas.
Otra de las cuestiones a tener en cuenta al releer su obra, tratando de evitar la emoción, de ser en lo posible reflexivos, vemos con estupor renovado que sus libros lejos de envejecer se renuevan con las lecturas sucesivas. Como si el humilde entramado en la que fueron concebidos tuviera la rara facilidad del misterio, eso que hace que un poeta se torna indispensable, en necesario antes que pensarlo en una grandeza que no le cabe. Cuando escribo "grandeza" no lo hago desde la valorización hacia los renovadores formales de la poesía, algo que evidentemente Pedroni no fue, pero cierta crítica hace pasar el canon por las vanguardias, cosa que no comparto para nada, por supuesto. Porque se queda lo más rico de nuestra literatura afuera. Esa "crítica" que elude muchas veces la verdadera carnadura de los versos y ciegamente ignora el estremecimiento, el color, la música de su palabra sino que apenas ve su arquitectura formal sin sorpresas. Ese vanguardismo que no tolera al permanencia en la memoria "de mis paisanos", como quería el gran José Hernández.
La poesía de Pedroni nos provee siempre un lugar de afecto, de la calidez del hogar donde podremos poner sus libros sobre la humilde mesa de la cocina, no sin secar antes un poco "del vino derramado" sobre el mantel trasegado de manos infantiles, de pringosidades domésticas, del calor que aún permanece luego de retirar la sopera que dio de yantar a toda la familia.
Leer a Pedroni a mí siempre me hace prefigurar un imaginario: el hule ordinario que mi madre retiraba para amasar sus pastas italianas los jueves y domingos. Mantel de hule con la luz que se filtra por la ventana mientras los pájaros vuelan bajo allá afuera oteando alguna miguita en el patio de tierra.
Así me veo a mí mismo leyendo los poemas de Pedroni cuando leo a Pedroni.
En la certeza de estar ante una obra que está adicionada a nuestra cultura, sostenida por los tratos menos espurios posibles con el uso de nuestra lengua materna, con la curiosidad de un niño que cada vez que abre un libro suyo lo hace con la convicción que hallará una vez más el matiz en una línea que se nos había pasado en la lectura anterior y en todas las lecturas anteriores durante los últimos treinta años. Ese matiz que nos llama con su lucesita curiosa para que no lo dejemos pasar, para que lo incorporemos a nuestra sangre como un chasquido de pasión diminuta, como una bocanada de aire fresco, "como una horquillada de alfalfa fresca con sus mariposas", como alguna vez le dijo el propio Pedroni en una carta al poeta Carlos Carlino, también cantor de la inmigración y de las albricias de mi querida provincia de Santa Fe (3).
1) José Pedroni. Cantos del hombre, Castellví, Santa Fe, 1960.
2) José Pedroni. Papeles inéditos. Cartas. Discursos. Entrevistas, Ediciones culturales santafesinas.(l996) Selección, prólogo y notas de Jorge Isaías.
3) Op cit.
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