Vie 18.07.2014
rosario

CONTRATAPA

La identidad arbitraria

› Por Marcelo Britos

La palabra "identidad" es de curiosa etimología. Proviene del latín identitas y ésta de idem, que significa "igual". Por lo tanto, cuando recurrimos a esa palabra para encontrar en alguien elementos que lo hagan único, universal, estamos utilizando a su vez un término que sirve para igualar a un sujeto con otros tantos, en función de características que los unen. Podríamos decir que es una dualidad, pero quizá tenga que ver con un concepto insuficiente, una palabra que reemplaza a una idea que no tiene aún una voz definida en el diccionario. Pareciera que la identidad, entendida ésta como el conjunto de rasgos propios de una colectividad que la caracteriza frente a los demás, excluye elementos trascendentales que constituyen el "ser". Es decir, cuando hablamos de identidad de un pueblo, recurrimos a rasgos culturales e históricos, a su acervo lingüístico, pero también estamos hablando de la tierra en la que vive esa comunidad y cómo ésta define también sus costumbres, su idiosincrasia, y su relación con el mundo. Estamos hablando de cada uno de los individuos que la componen, con sus nombres y su propia historia dentro de ese colectivo, porque en definitiva eso también está determinando la identidad del conjunto. Si lo pensamos así, podemos arriesgar a decir que es muy complejo, y hasta imposible materialmente, acceder a la identidad de todos las comunidades del planeta, porque para esto es preciso conocerlo todo, desde el suelo que pisan, su lengua y el origen de esa lengua, la historia y --repetimos adrede para que se entienda la imposibilidad-- la historia de cada uno de los individuos que conforman ese colectivo. Podemos acercarnos a definir la cultura de la comunidad bávara, porque su historia es relevante para occidente, pero es muy complicado entender la identidad del pueblo iraní, cuya lengua (persa), historia, religión y conformación social y política es casi tabú para nosotros, tan sólo para arriesgar un ejemplo. Podemos y de hecho lo hacemos permanentemente, opinar sobre la cultura judía, porque gran parte del siglo XX ha girado alrededor de esa minoría. Hemos percibido mucha información sobre eso, a pesar de que el nazismo fundamentó su hipótesis de la superioridad aria -﷓pilar del exterminio masivo de personas-﷓, con una campaña de desinformación acerca de la cultura, costumbres, origen y vida del pueblo judío, entre otras cosas.

Entonces, cómo se construyen para los demás esas miradas sobre la identidad de otros? Cómo la mirada de los demás constituye la identidad de lo desconocido? Es un mundo asimétrico. Desde lo nuclear a lo global, el poder es el que termina por definir éstas construcciones. Los sistemas educativos, los medios de comunicación, nuestra propia carga occidental y cristiana, dominada por los prejuicios culturales históricos, Hollywood y su permanente visión militarista y pronorteamericana, son las más cercanas y cotidianas. Pero existen sin duda poderes que manejan esa construcción de forma deliberada. Los tres chicos secuestrados y asesinados cobardemente en Halul, aparecieron en todos los medios del mundo, con sus caras, sus nombres, y la pertenencia a un colectivo: el judío. Un colectivo -﷓una identidad-﷓ que no hizo falta describir, ni dimensionar, porque eso ya ha sido dado por el poder, y es una identidad que está construida desde la Shoa. Una identidad que ubica, sea cual fuere el hecho, a los israelitas en el amparo de la comunidad internacional y de la justificación de toda violencia, y a sus contendientes en terroristas. Ni siquiera hizo falta una prueba, antes de que encontraran los cuerpos de esos tres chicos, el ataque a Gaza estaba planificado.

Pero no es esa identidad del pueblo israelí, clara y precisa, la que suscita alguna discusión, sino la identidad ausente e incompleta del pueblo palestino, construida, claro está, por el mismo poder. Las víctimas del bombardeo feroz a Gaza no tienen nombre. Sólo se pueden ver algunas fotografías difundidas por medios alternativos, que no tienen, para la mirada rigurosa del periodismo occidental, una garantía de veracidad. Al exterminio legitimado por el silencio, precede desde hace muchos años la negación de una identidad a los palestinos. Se les negó, o se les arrebató la tierra que precariamente tenían con los ingleses, antes de la resolución del '47, situación que se agravó con la guerra del '49. Se les niega el status de estado pleno, o al menos ante el innegable hecho de que constituyen ya un estado, no se termina de definir su territorio, su soberanía y la relación de su entidad con el resto del mundo. Y sobre todas las cosas, se les niega un trato humanitario, conforme a las leyes internacionales creadas por los aliados de Israel, que hacen la vista gorda ante estos hechos aberrantes, y no nos referimos ya a las incursiones bélicas, sino a la condición en la que se encuentran los refugiados palestinos de Gaza y Cisjordania. Palestina es para gran parte del planeta un grupo de árabes sin tierra, musulmanes todos y potenciales terroristas, y todo lo demás termina por nublarse en el rumor de los medios de comunicación, un poco menos impunes con el auge de las redes sociales. Recuerdo cuando en la última Intifada, en medio de la invasión del ejército israelí a los campos palestinos, la prensa occidental hablaba de una ofensiva antisemita en el mundo, fundamentada en actos de violencia que habían sufrido tumbas judías en diferentes cementerios, entre ellos el de Buenos Aires(?). No sólo no tienen tierra, ni estado, ni ejército para defenderse (son terroristas), sino que están a su vez en todos lados, y esa omnipresencia y no existencia, los convierte en un peligro fantástico.

En un mundo signado por la desigualdad planificada, no alcanza con existir. Israel ha privado a Palestina da la seguridad de lo previsible. Le ha negado esa identidad de la que hablábamos, que es mucho más de cómo la pensamos: una constitución histórica y cultural propia, sólida y veraz. La imagen que todo país tiene derecho a proyectar a los demás: lo que verdaderamente es, la mirada propia de su existencia, y no la construida por los que pretenden cancelarla. Nada más y nada menos que el derecho a la autodeterminación de los pueblos. Nada va a cambiar hasta que no permitamos más que nos cuenten una historia incompleta del pueblo palestino, hasta que no le demos a Palestina esa palabra que no existe en el diccionario, pero que tampoco existe para ella.

Rosario, julio de 2014.

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