CONTRATAPA
› Por Ariel Zappa
Cuatro chicos palestinos juegan en la playa. Será el último día. Pero, como sucede con la mayoría de los mortales, ellos no lo saben. Ni siquiera lo intuyen. O, sí. Por allí, hace tiempo que el aroma de la muerte se cierne con una prestancia insaciable. Como la luna en la noche. Que la luna está. Que la luna no está. Nueva. Creciente. Llena. Menguante. ¿Luna estás? Qué tan linda se debe ver la luna sobre esa playa...
El diario El Universal de México, consigna que "los niños de entre nueve y once años, aparentemente primos, estaban jugando al futbol en ese momento" (www.eluniversal.com.mx/elmundo) cuando una descarga de misiles disparados desde la armada israelí cayó sobre ellos. Matando a cuatro. Hiriendo a doce.
Lo cierto es que estos chicos nunca quisieron dejar de jugar a la pelota. Ni en las peores condiciones. Intuyo que desoyendo los retos de sus mamás que, día a día, miran al cielo. Hacia el norte temiendo penitencias, otean al sur presagiando escarmientos. Hacia todos lados esperando represalias. Y en ese devenir de miradas cautelosas, sus hijos se las arreglan para jugar al futbol en la playa.
No hay nada del otro mundo en eso. Hoy, todos los chicos (y en creciente número, también las chicas) lo hacen. Saben de Messi, Cristiano Ronaldo o Neymar. Conocen a Diego. A secas: Diego. Porque el futbol ha creado este tipo de fenómenos increíbles a los que nadie revoca o interpela. Todo lo contrario: asimila y acrecienta. Y se inserta en las peores condiciones, las más viles, las más abyectas, las más temibles.
Por su parte, el diario español El Mundo sostiene que: "Los niños se divertían al atardecer en la playa, cerca de donde se aloja la prensa internacional, cuando oyeron un primer disparo y echaron a correr. Un segundo proyectil, al parecer procedente de uno de los barcos que desde hace años asedian la franja, impactó sobre ellos cuando trataban de huir, explicaron los testigos". "A escasos metros Radwan, uno de los vecinos del barrio costero, apenas podía hablar. Había ayudado a las asistencias a tratar a los otros 12 niños heridos, y con el rostro enrojecido solo era capaz de soltar improperios entre preguntas retóricas. ¿Dónde está la comunidad internacional? ¿Dónde están los derechos humanos?", se preguntaba entre insultos." (http://www.elmundo.es/internacional/2014/07/16)
Uno de los recuerdos más valioso de mi infancia es haber jugado a la pelota en todo momento y en todo lugar. Jugar hasta el paroxismo, hasta quedar exhausto, hasta no verla porque se había hecho de noche. La ropa transpirada, la cara enrojecida de calor, la respiración amontonándose en la garganta, pidiendo con el aliento entrecortado un poco de agua. Esperando la orden del baño con gusto por ese axioma que aún ni siquiera había escuchado pero que ya intuía: ¿quién me quita lo bailado? Y repasar en el baño que quedaba afuera de mi casa, al final de la galería, todas las gambetas (reales o no), los tiros libres (al arco o no) tratando de que, algún reboleo de mi pierna, no terminase tumbando la estufa que colocaba mi vieja para aclimatar el ambiente si hacía frío. Y, mientras ella llenaba el recipiente del calefón con alcohol de quemar, yo esperaba que esa llama azul se asentara sobre el líquido y creciera en volumen para dibujar en ella la próxima apilada, el caño de la deshonra, un sombrerito a medias, el zapatazo al ángulo. Luego, era la cena sin chistar e irse a dormir pensando en todas las que había tirado afuera, que mañana en el pan y queso lo elijo al Josi, que la pelota de ellos parece un huevo y el que se compró una número cinco nueva es el gitano. Mañana tomo coraje y se la pido. Y le prometo que, después del partido, compramos las gaseosas en su kiosco. No se va a poder negar.
¿Qué otra cosa debe pensar un chico que le gusta jugar al futbol en la playa?
Si a los cinco, ocho o diez años ya no piensa en eso, es tarde. Demasiado tarde. Porque si lo alcanza un proyectil dejará de ser. Y si no lo alcanza, quizás se atreva a seguir jugando pero en vez de mirar si la colgó en un ángulo, tenga que vivir con el estigma de acertar desde dónde le apuntan, para que esta vez, pueda salir corriendo y tenga mejor suerte.
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