CONTRATAPA › DIARIO DE VIAJE
› Por Beatriz Actis
"¿A esto ya te lo conté, no? -dice El Doctor,¿o te conté directamente lo del Chaco?". Hago un gesto vago con la cabeza, como habilitando el relato, cualquier tipo de relato. "Bueno, trabajé un año en San Pedro de Guasayán, al sur de Santiago del Estero, para el oeste, tuberculosis y lepra. Con el golpe, ahí recién me fui al Chaco, al pueblito en el monte, lo que podía hacer era meterme cada vez más adentro de la selva. Los compañeros de San Pedro se fueron, habían intervenido el hospital, destruyeron el lugar donde estaba la colonia de leprosos, uno de los médicos se fue a Canadá, yo decidí (aunque no fue exactamente: decidir) probar el exilio monte adentro. A pesar de todo, tuve suerte. En el pueblito había trabajado El Viejo, ya lo sabés". Asentí y pensé una vez más en el mítico médico rural, en el hombre heroico. "Llegué ahí porque el director del hospital de San Pedro lo había conocido de joven a un hermano de El Viejo o a alguien de la familia que vivía en el norte, no me acuerdo bien ahora. Me fui para el Chaco con lo puesto, era cuestión de seguir con el trabajo, ¿vos sabés más o menos la historia de El Viejo, no?". Sigo con mi cara de: Sí, pero quiero que me cuentes. "Se recibe en Buenos Aires, es alumno de Houssay, en el 30 se va al Paraguay como camillero en la guerra del petróleo; recién llegado, se creen que es un espía y lo meten preso. Después llega a director de un hospital grande de Asunción, termina la guerra y se vuelve (había donado sus salarios a los soldados paraguayos y parece que se le murió una novia allá de fiebre tifoidea); en viaje al norte para visitar al hermano, cruza el Chaco y el tren se detiene en un paraje para atender a una mujer que está por parir y en peligro de muerte, un parto distócico, el lugar era una villa sin luz ni agua ni nada, poblada solo la gente más abandonada, ¿adónde? es en el oeste, a unos 200 o 250 kilómetros de la capital de la provincia. El Viejo baja del tren, se sube a un sulky, se interna en el monte, salva a la mujer que era toba o wichi, no me acuerdo ahora, y resulta que no se va más de ahí por cuarenta años". "El hombre que perdió el tren", digo porque recuerdo el título de una lejana película argentina.
El Doctor fue amigo de mi padre, que lo conoció en la época de estudiante en Córdoba, y a menudo se aludía en mi casa, durante mi infancia, el pasado de El Doctor como médico rural, y nada menos que siguiendo los pasos de El Viejo. Cuando en ese entonces mi padre me hablaba de su amigo El Doctor y, especialmente, de El Viejo yo lo escuchaba con concentrada, con respetuosa atención. Ahora, ya un anciano, El Doctor cuenta al pasar que trabajó en medicina sanitaria en un hospital de Córdoba pero siempre menciona de modo fragmentario su pasado porque en de lo que le parece importante hablar no es de él sino de la obra de El Viejo, que había erradicado el Chagas y el paludismo de la región. "Era un hombre simple, un hombre sabio", dicesin tono de sentencia.
En la larga charla de hoy, menciona algo que yo no sabía: que mi padre le enviaba con frecuencia al pueblo cercano al asentamiento, elementos de un botiquín básico, tabaco, libros. Y que él a veces le retribuía con algún cuero salvaje del monte. Sigue: "En el caserío, cuando El Viejo llegó, había aborígenes, criollos y algún que otro inmigrante, todos enfermos y harapientos. Estuvo cuarenta años ahí pero después, ya enfermo, se mudó a la ciudad, a la casa de un familiar. Se murió cuando tenía cien años, o casi los estaba por cumplir". Tras un largo silencio, evoca aquellos años en el monte con una frase de clausura: "No he vuelto". Sin embargo, al rato fluye otra vez el relato, el recuerdo largo, y tanto él como yo sabemos que esa es su forma de regresar.
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