Sábado, 13 de septiembre de 2014 | Hoy
Por Miriam Cairo
Entre mi casa y la casa de la empleada municipal hay un sinfín de cosas: un color que a veces es rojo y a veces audaz, un jardín, una vereda, una incertidumbre, un cerezo, una calle, otra vereda, otro color audaz que a veces es rojo, un membrillo, otro jardín.
Por esas veredas pasa la gente de este a oeste, y viceversa, cruzan de norte a sur y viceversa, corren las mujeres que van a tomar el colectivo, mujeres a las que a veces se las lleva el viento, a veces, se las lleva el miedo. Por esa calle pasan los automovilistas sin piernas, con los ojos fijos hacia adelante. Uno de los jardines está habitado por una begonia china y dorada. En el otro jardín hay cuatro dragones azules que cabalgan sobre cuatro caracoles blancos cuando nadie los ve.
La distancia entre la casa de la empleada municipal y la mía no puede ser medida en metros, porque los datos de la realidad distan mucho de ser lo verdadero, a saber:
1) Ni es el ojo el que ve ni todo espacio es geografía.
2) Los jardines son más reveladores de un estado que de una forma.
3) Una empleada municipal que cría cuatro dragones como cuatro gatos, acciona el botón antipánico como cualquier otra mujer que jamás ha criado un color audaz, ni un gato rojo, ni un miedo dorado.
4) Una vecina, como pensadora que piensa su propio pensamiento puede escuchar, en medio de ese rumor mental, la alarma comunitaria y llamar por teléfono.
-Hola, soy la vecina. ¿Estás bien?
Y una empleada municipal, que hasta el momento jamás había sido oída, responde con su voz de humana transparencia. Ese sonido avanza, dándose a conocer, a través de los cables que pasan en línea recta por lo alto de la verada y atraviesan el color audaz del jardín, para meterse en el interior de la casa de enfrente, traspasando las paredes como larguísimos fantasmas negros.
-Sí, estoy bien. La alarma se disparó sola, voy a tener que llamar al técnico. ¿Sos la vecina de enfrente?
La empleada municipal confundió a la vecina que como pensadora piensa sus propios pensamientos, conmigo, y tal vez, por esa razón vislumbro a los cuatro dragones azules revoloteando alrededor de una lámpara. La empleada municipal no niega ni uno solo de esos pensamientos porque no está en ella contradecir lo que no le digo. La distancia entre lo que no se dice y lo que no se oye no puede ser medida en palabras porque:
1) Lo que no se dice está más allá de cualquier pragmatismo imbécil.
2) Lo que no se oye está al lado del deseo verbal.
3) Los cuatro dragones no son cuatro embriones perversos.
4) El botón antipánico sonó.
La empleada municipal cree que quien llama en su auxilio soy yo. Con una dulzura abismante me hace soñar el sueño de mí misma que aparece en su memoria y yo no puedo negarme a ser la que ella imagina. Mi voz se pierde, se fragmenta. La empleada municipal cree que es la hora en que los dragones deben estirar sus alas nocturnas y se despide.
-Es muy tarde, ya. Gracias por llamarme.
Y yo, a altísimas horas de la noche, llego a la conclusión de que la vecina, como pensadora que piensa su propio pensamiento es capaz de cualquier cosa con tal de escribir poesía y de soñar dragones.
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