CONTRATAPA
› Por Gabriela Gervasoni
Reflexóloga, pedicura, manicura.
Siempre le mira las manos. El suele tenerlas sobre el pecho, con los dedos entrelazados. Son suaves, grandes, repletas de manchas. Periódicamente le lima las uñas, las recubre con una crema alimonada y aprovecha para darle un masaje. Ramón sonríe cuando los dedos de ella acarician los suyos. Sube por los brazos con golpecitos suaves y se detiene en los hombros. El cierra los ojos, respira profundo y después se duerme. La habitación se limpia, se desvanecen las paredes y quedan los dos en un camino rodeado de limoneros.
Conocimientos de cocina en general, experiencia en repostería.
El café con leche de la tarde es la comida que más disfrutan. A la hora de la merienda él siente verdadero apetito. Ofelia usa la cafetera italiana que Ramón compró con su esposa en el primer viaje a Europa. La baquelita del mango fue desapareciendo, pero a pesar de lo incómodo que resulta sostenerla sigue haciendo el mejor café del mundo. Ramón jamás la tiraría, le cuesta desprenderse de las cosas que lo unen a su mujer. Ofelia jamás la tiraría, le cuesta desechar las cosas de las que a Ramón le cuesta desprenderse. En esa casa los objetos protegen los recuerdos. La lámina que trajeron del MoMA, el enorme sombrero mexicano, el almanaque Michelangelo 2009 (el año en que murió Teresa), un dibujo de Neruda que pide déjenme solo con el día, pido permiso para nacer. El budín de vainilla con nueces es el acompañamiento ideal para el café con leche, aunque algunas veces Ramón le diga que si sigue cocinando tantas cosas dulces lo va a envenenar de diabetes. Ella piensa que lo que mata al hombre no es lo que por la boca entra sino lo que de ahí sale y no deja de cultivar su alma de repostera.
Estudios secundarios completos, asistente geriátrica.
El no está perdido como dice su hijo. Es Ramón quien junta los tickets de almacén, farmacia, verdulería, carnicería y todas las boletas de impuestos. Los agrupa por rubro, ordena cronológicamente y después los encarpeta. Ofelia, con su esponjosa letra, sólo transcribe las cuentas que él resuelve mentalmente y dicta sin errores. Siempre suma algo de más para dárselo de propina una vez que se apruebe la rendición de gastos. Ella no acepta eso ni la absurda idea de Ramón de dejarle su jubilación. Está loco señor, si lo hace su hijo seguro lo mete en un geriátrico; dejesé de jorobar con esa pavada que me da vergüenza y habla muy mal de su salud mental, le dice. Mi hijo me ne frega, responde él sin ningún dominio del idioma italiano.
Responsable, capacidad de adaptación, muy activa y dispuesta a brindar toda su experiencia y dedicación.
A pesar de que le costó mucho tomar la decisión, el día que aceptó trabajar cama adentro se sintió muy feliz. Ya no tendría que viajar esos largos trayectos en colectivo ni volver a su casa de noche para naufragar en el insomnio. Ramón tiene terror de morirse solo. Ofelia tiene terror de que Ramón se muera solo. Le tocó dormir en el cuarto de Mariano, el hijo de su patrón. Desde la ventana se ve la Plaza San Martín, arbolada, verde, florida. Duerme con la puerta entreabierta y desde ahí puede escuchar la respiración de Ramón, a veces serena, casi siempre agitada. La tos de algunas noches la obliga a levantarse, llevarle un vaso con agua y hacerle masajes en el pecho. Póngame un poquito de crema de limón, Ofelia, que me relaja y me hace soñar cosas lindas. Ella busca el frasco y cumple el pedido de él. ¿Si, y qué sueña si se puede saber? Sin despegar los ojos Ramón se confiesa. Sueño que usted es Teresa, a veces que manejo una avioneta y otras veces que usted se deja de hacer la tonta y me dice que sí a lo de dejarle mi jubilación.
Muy buena presencia, excelente trato. Referencias laborales y personales actuales.
Ramón nunca hubiera podido ser su marido. Ofelia se dice a si misma que Ramón nunca hubiera podido ser su marido, lo repite seguido para convencerse de que es ridículo pensar ciertas cosas. Cosas raras, infantiles, sin sentido. Mejor no pensar en ciertas cosas. Uno se casa por amor, se anima a decir ella. La palabra amor retumba, desentona. No siempre, responde él. Ofelia no se siente al lado de un anciano de ochenta años, no puede verlo así. Ni siquiera dormido lo asalta la fragilidad. Por eso sabe que la propuesta de dejarle su jubilación no es un delirio senil. Acuerdesé que mañana tenemos que ir al médico de cabecera, señor, así que aviselé a su hijo que no venga. Bah, yo sé que usted se acuerda de todo, no usa computadoras porque tiene una adentro de la cabeza, pero por la dudas le aviso.
Señora viuda, sin hijos ni familiares a cargo con amplia disponibilidad horaria y capacidad de trabajo.
El chofer del taxi dice que está abajo. Ofelia cuelga el portero eléctrico y con la cartera en la mano va hacia el cuarto de Ramón. El departamento está en penumbras, apenas iluminado por la luz que se filtra a través de las persianas bajas. De la plaza llega la voz de algunos chicos. El lleva puesto el traje azul; ella una blusa verde agua y pollera negra. De la cadenita de oro cae una letra "O" justo sobre el escote. La noche anterior planchó la ropa de los dos mientras miraban televisión. Su patrón pasaba por todos los canales con el control remoto y Ofelia disfrutaba del silencio que queda detrás de un televisor encendido. ¿Vamos, señor? El toma las llaves y cierra la puerta. Controla que esté la billetera en el bolsillo interno del saco y repite el acto reflejo de buscar las llaves del auto que ya no tiene. Abre el ascensor y le cede el paso a ella. Está raro, piensa Ofelia. No puede determinar qué le pasa pero Ramón está raro. Le ajusta el nudo de la corbata y sin querer roza el cuello recién afeitado y tibio. Me olvidé algo, perdonemé, ya vuelvo, le dice apenas llegan a la planta baja.
Mientras él se acomoda en el taxi Ofelia sube al quinto piso, busca su documento de identidad y vuelve a bajar.
Ramón tiene terror de morirse solo. Ofelia también.
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