CONTRATAPA
› Por Mario Alberto Perone
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Una vez me amaron, creo. Y una vez amé, de eso estoy seguro. Pero ninguno de esos sentimientos tan profundos, tan escasos, fue correspondido. De los demßs, ya no recuerdo nada.
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Camino por Colón hasta 3 de Febrero para tomar la "K". Faltándome media cuadra, el trolebús pasa, poderoso, inalcanzable. Sigo con la esperanza de tomar el "145". El colectivo amarillo aparece, se detiene, levanta una joven y arranca sin mí, que apenas he alcanzado a cruzar la calle haciéndole señas desesperadas al conductor, quien se hace el que no me ve. Es más, estuvo a punto de atropellarme cuando pasé por delante creyendo que frenaría. Esto me sucede todos los días, y siempre a la misma hora. Después aguardo un rato y consigo llegar al centro sin inconvenientes. Pero nadie me salva del bochorno que me espera, puntual, en esa esquina, cada mañana. He pensado en llegar allí quince minutos antes, o quizás media hora, pero no lo hago. Tal vez tenga cierta predisposición a protagonizar algunas pequeñas calamidades cotidianas. Descubro que el azar (no creo que sea otra cosa) me da la oportunidad de establecer una rutina más. Y creo que las rutinas son indispensables para la vida. De hecho, tengo varias y de orden diverso, y me ayudan a creer que estoy justificado ante mí mismo. No sé si ante los demás.
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¿Es verdad que todo lo imposible es eterno?
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El Café de "Homo Sapiens" estaba repleto. La única mesa libre estaba bien al fondo. La ocupé y di comienzo a la rutina correspondiente: buscar Página/12 y esperar el primer cortado del día. De pronto, veo entrar a mi amigo Gilberto, buscándome. Pero lo hace desde la puerta, y a pesar de mis señas, no me ve, y se va. Yo me levanto, salgo y lo llamo, sin verlo, porque ya está sumergido en la multitud de la mañana. Vuelvo a mi mesa y sigo con lo mío. Y nuevamente pienso en el azar. A partir de ese desencuentro, ¿quién podría imaginar las diferentes situaciones que nos iban a suceder? ¿Quién podría imaginar las diferentes situaciones que no nos sucedieron? ¿Quién podría imaginar las situaciones que nos sucedieron igual, que no fueron afectadas por el desencuentro?
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Las manos sostienen el mentón. Los codos se apoyan en la mesa. El libro está cerrado. La mirada se dirige hacia afuera, hacia los vehículos, hacia la gente que pasa. Está tranquilo, serio. No parece esperar a nadie. Y eso es todo lo que veo. Y eso es todo lo que hay. Y a veces, eso es todo lo que soy.
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10
diez palabras
quieren organizar un poema
que no las necesita
11
once palabras
tratan de organizarse en poema
pero él se resiste
12
doce palabras
buscan organizarse en poema
pero entre ellas no hay nada
13
trece palabras
tratan de organizarse en poema
pero insisten en un esfuerzo
inútil
14
catorce palabras
tratan de organizarse en poema
infructuosamente:
el poema no se deja leer
15
quince palabras
tratan de organizarse en poema
dificultosamente:
por más que se esfuercen
fracasan siempre
16
dieciséis palabras
tratan de organizarse en poema
patéticamente:
nunca encuentran el camino
vedado para todas ellas
17
diecisiete palabras
tratan de organizarse en poema
trabajosamente:
ignoran cómo hacerlo
y no hay quien las ayude
18
dieciocho palabras
tratan de organizarse en poema
pero equivocan el modo:
ellas creen saberlo
pero no lo saben
19
diecinueve palabras
tratan de organizarse en poema
esforzadamente:
prueban una y otra vez
pero el poema escapa
volátil
inaccesible
20
veinte palabras
tratan de organizarse en poema
tercas
afanosas
sólo son torpes:
les faltan las mejores
les sobran las inútiles
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Cada sueño es un pequeño anticipo de la muerte. Algo más: quizás ella me visita cuando estamos dormidos (mi cuerpo y yo) y se lleva un pedacito de los dos. Dos de esos pedacitos que me faltan cada mañana, cuando comprendo que el día de ayer se fue para siempre, que el día de hoy se me presenta abierto, amenazador, rebosante de incógnitas, de las complejidades infinitas que deberé enfrentar y que se volverán más infinitas y más complejas, y que del día de mañana no sé absolutamente nada. Quizás para que me vaya acostumbrando a la idea y no me sorprenda demasiado cuando finalmente ella se me muestre, con todo el poder que tiene, poder absoluto si los hay. Cada sueño es un minúsculo robo de vida que padezco, casi sin saberlo, casi inconscientemente. Cada noche, aquel trocito que se me va con el dormir, se lleva consigo al que yo era ayer, y me convierte en ese otro que seré al despertar. Cada mañana, hay en mí otro que me ha reemplazado, al que deberé adaptarme necesariamente, y al que jamás conoceré por completo. Este proceso, que sería casi poético si no fuera por su inevitabilidad, no siempre es advertido, no siempre es consciente, por suerte. Creo ser lo bastante hábil como para reprimirlo, para sacarlo de mis pensamientos, para ignorarlo y disminuir su virulencia, su capacidad para inmovilizarme, para aterrorizarme. Dejo fuera de estas consideraciones a esa especie de vida suspendida bajo los efectos de una anestesia general, en la que, se sabe después, durante varias horas, no se está ni vivo ni muerto. Dejo también fuera a las muertes repentinas por causa de accidentes, por delitos criminales, por catástrofes individuales o colectivas. ╔stas son producto del más puro azar. Sé que la cantidad de hechos azarosos que he protagonizado, independientemente de mi voluntad, es muy alta. En cambio, pensar que puede ser la mano propia la que decida cuándo y cómo dar por finalizada esta condición "humana, demasiado humana" que padezco, me da una cierta quietud interior, una mínima esperanza de ser al fin yo mismo el que maneje una pequeñísima fracción de aquel poder, eterno y desconocido. Y aún así, el último misterio seguirá siendo misterio para mí.
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¿Te acordás de Benny Hill? ¿De su picaresca ingenuidad? ¿De sus carreritas ridículas entre los árboles de los parques ingleses y sobre el cuidadísimo césped impecable? ¿De su descarada habilidad para hacer siempre lo incorrecto y en el momento equivocado? ¿De su capacidad para encontrarse atrapado en situaciones insólitas? ¿De sus interminables fracasos en su desesperada búsqueda del amor? ¿De los constantes rechazos femeninos, burlones hasta la crueldad, que él soportaba casi sin darse cuenta, con esa sonrisa suya de niño viejo?
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La pareja está sentada cerca de mi mesa, aquí, en el "Homo Sapiens". Estamos amontonados, de modo que no hay más remedio que llevarse una o más sillas por delante para pasar, y las conversaciones ajenas no pueden ser privadas. Ella, con gesto amargo le dice: "Estoy segura de que sólo me querés para tener sexo conmigo." El responde de inmediato: "¿Vos tenés idea de a cuántas mujeres nadie las quiere ni siquiera para eso?" Ella entró en una especie de estupor, pero enseguida se recompuso. Parecía haber quedado satisfecha con la respuesta.
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