Martes, 23 de diciembre de 2014 | Hoy
Por Gualberto García y Pablo Serr
Anthea:
No: esta carta tiene que empezar con un no. Porque no veo los minutos, porque ahora, justo ahora, no te veo. Guardé los minutos en mis instantes, mis recuerdos. ¡Qué difícil la carta que rompe el maleficio de la letra muda! Expectativas y saudades, mis naipes. Preferiría no tener que escribirte, que tu presencia sea para siempre la letra muda, pero invocarte es un acto egoísta, es por mí, porque no puedo apagar mi pulsión de procurar que la historia acabe perfecta con la correspondencia entre nosotros.
Antes que nada debo decirte que te creo, no necesitás explicarme nada. Todos los días de la semana que no estuviste pensé en decirte que te creo, pero cada vez que nos veíamos me pareció irrelevante la aclaración. Ahora que no te veo me urge decirte: te creo. No quiero que me malinterpretes, no pienso responder a tus agravios. Me duele atrás de los ojos de los nervios que pasé el día de hoy. La mañana posterior a tu partida me recibió con el pico del desodorante tapado como sorpresa antes de salir, justo en el momento en el que empezó la lluvia. Amo la lluvia, pero justo me llueve el único día que, dieta de por medio, me pongo un traje. Los pies helados, mi vergüenza de usar la vestimenta estandarizada y el miedo de no encajar en lo que esa ropa representa, sumado a la falta de repuesto ante la posibilidad de que se moje demasiado. Fatalmente me encargo de afrontar el retorcido mundo burgués en este día en el que la representación de lo que era hasta este momento ha perdido significantes.
Sólo motivado por la alegría, una alegría surreal, un aroma del aroma del té, el vapor saliendo de la tetera, un instante que retenemos en la memoria y estiramos para sentirnos bien. Alegría de té, té surreal, ansias aspiradas para no olvidar. Con violencia se esfuma el tímido vapor y la alegría es surreal, un silencio en la taza marrón y verde, una mácula en la sangre.
Sé que te vas a reír, como siempre lo hacés, pero cuando llegué vi un cuervo. ¿Podés creerlo, con este clima? Le saqué una foto y la guardé en una caja bajo la cama. A raíz de esto estuve pensando... No te aburro con los detalles y paso a pedirte un favor. Necesito que vayas a casa y te lleves todas las plantas, no quiero que se mueran. Si te ocupan mucho lugar, salvá al menos las begonias, que no son lindas pero son misteriosas. Además, como decidí prolongar mi estadía un mes más, quisiera que cambies la combinación de la cerradura de la puerta y agregues una extra más abajo (no creo en la suerte, pero las brujas existen).
Perdoname la letra, disculpá la redacción, nunca aprendí a escribir cartas, soy muy vago para releer lo escrito, soy susceptible a la repetición. Te debe parecer raro que pida perdón por algo y tenés razón, tendría que tachar lo anterior pero no quiero que quede más desprolijo de lo que es per se. ¿Te dije que amo esta lluvia? ¡No para! Todos me dicen que es un encanto exclusivo de los turistas... No me conocen. En fin, perdón por pedir perdón.
Volviendo al tema del cuervo. Tengo una premonición, como un nudo en la garganta, el mismo que tenía el día que murió Ciro, mi gato. Es como si estuviera por llegar algo que va a cambiar este sistema tedioso de vivir al que llamo "mi vida"; espero "eso" que no conozco ni entiendo con nervios y nada de miedo. Estoy atónito, atonal y, contradictoriamente, un poco aturdido. Escribo esta carta en silencio, la estoy terminando con el último reflejo de sol. No quiero prender las luces de la habitación porque son demasiado fuertes (espero que esto explique mi letra también). Disfruto de estas penumbras y esta lluvia. Tengo fuerza acumulada, una especie de nerviosismo, ansias de silencio absoluto y el recuerdo de tu voz, que siempre está a mi lado aunque nos separe este océano. Me quedo callado, llovido e invocándote a vos, mi letra muda.
No puedo escribir más, está todo oscuro. Quiero saber si pudiste con mis encargos. Gracias anticipadas.
Mandale un beso a Haydeé de mi parte (no te olvides).
Castor
* * * *
Hacés mal en creerme, yo no soy yo cuando te escribo, y menos cuando te hablo, que es cuando más me parece un sueño todo esto. Una vez te dije la verdad, sí, y fue para después decirte que nada de eso había sido cierto, para poder seguir mintiendo, que es lo que mejor sé hacer. Tus plantas están a salvo, es decir, están agonizando ahora junto a mí. Sabés que no puedo hacerme cargo de ninguna cosa con espíritu, por eso estoy yo donde estoy y vos estás donde estás. ¿Te acordás de esa vez que te obligué a golpearme? Lo hice por miedo a que alguna vez me golpearas en serio. Después te obligué a besarme, pero eso ya te pareció un favor inmerecido. Eso es el cuervo.
¿Ves que incluso cuando estamos cerca estamos lejos? Es lo que aprendí de lo que me enseñaste. A los golpes aprendí. Por eso soy esta mujer fea que nadie quiere. Vivo sola (ahora rodeada de tus plantas muriendo), sola y asqueada de mí misma, y si estoy cada vez más gorda (y sé perfectamente que lo estoy, no necesito que nadie me lo venga a corroborar --con esto te quiero decir que podés ahorrarte el gasto del nutricionista, de todos modos ya es muy tarde--) es por lo mismo que alguna vez adelgacé: para que me veas linda. Pero nunca ocurrió. A tus ojos fui siempre una curiosidad, vos mismo me lo dijiste una vez, que te parecía curiosa la forma de mi cuerpo. (Estoy regando, quiero que lo sepas, con este mismo veneno cada una de tus plantas.)
Ayer hice el cambio y agregué la cerradura extra. Nadie más va a poder entrar sin tu consentimiento. Seguís siendo el mismo intransigente de siempre, ¿lo sabés eso, no? Eso también es el cuervo.
Me río porque le mandé de tu parte ese beso insulso a Haydeé y me escupió en la cara. ¿Cuál habrá sido el mensaje? No hice demasiado esfuerzo por comprender. Está vieja, pobre, más vieja y gorda que yo. La diferencia es que ella aún conserva esos rasgos que siempre la hicieron ver por fuera todo lo bella que no es por dentro. Pero eso solamente lo podemos saber nosotros, que fuimos, somos y seremos sus víctimas eternamente. Espero que no te moleste, pero una de las plantas, la más grande, se la dejé a ella, tiene el aspecto de un ser humano, no podría soportar su presencia.
Releo tu carta y me dan ganas de romperla, porque sé que todo es cierto, pero en el fondo nada lo es, ni una sola línea. No quisieras haberme escrito nunca esa carta ¿Quisieras no haberme conocido nunca, no es cierto? Entonces te lo digo, aprovechando el que seguramente no volveremos a vernos: nadie me conoció como me conociste vos, aunque ahora seamos dos perfectos extraños. ¿Perfectos? Es la inviolabilidad de esa palabra lo que me gusta de mí, aunque sea fea y esté más gorda que antes, porque somos dos perfectos extraños ahora. Y eso, sobre todo eso, es el cuervo.
Haydeé me dice que no te crea nada, que vos nunca tuviste corazón más que para una sola persona, y esa persona no soy yo. Pero a mí me pedís que cuide tus plantas (que las haga morir más convincentemente, más bien, porque sabés que voy a matarlas con la mayor cobardía y el mayor patetismo posibles), y es a mí a quien decís todas esas mentiras que tan bien sabés decir. Exactamente eso es el cuervo.
Soy yo quien te pide perdón. Recojo los restos y me hace mejor eso que nada. Y tus mentiras vienen volando hacia mí porque saben que acá estarán a salvo, que acá morirán con dignidad. Me recuesto en nido ajeno y me siento en mi propia casa. Así soy, mintiéndome siempre, exigiendo a los demás que mientan por mí también. Uno dice la verdad y el otro miente por uno: eso es el cuervo. Y nos hacemos añicos rememorando momentos que creímos verdaderos. Por eso te escucho y tiemblo de miedo, porque eso que está por sucederte será como un trueno en medio de tantas palabras. Es lo que vos querés, ¿no es cierto? ¿Y por qué, entonces, seguir caminando descalzos por las brasas? ¿Hacia dónde, además? En vuelo, quiero que nos hundamos. Que nos vayamos desvaneciendo... hasta concluir la espera. Y que sea en vuelo libre, y que luego me cortes las alas y te alejes para siempre de allí, de aquel lugar verticalmente caído. Estas son las cosas que espero podamos enderezar pronto.
Pero no me engañes, no dejes tiesa tu sombra en un nido ya desde siempre vacío. Yo, gorda y vieja como estoy, me corro y dejo que se eleve solo en su tallo, hasta alcanzar la plenitud salvaje del cielo calcinante de sol allá arriba. Es lo poco que sueño para mí. Ahogar el cuerpo en aguas que no sean tan rencorosas, o que me cacen y maten a tiempo, y que hagan juegos para niños con mis vértebras, y que hagan lo que quieran con el feroz mundo que nos inventé. Deshabitado.
Haydeé quiere saber más de vos. Dice que un beso es mudo, y que no trates de asustarla. Me dice también que te diga que te quiere.
A tus plantas podés decirles adiós desde donde estés. Pero ya ni te extrañan.
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