CONTRATAPA
› Por Rubén Leva
Recibí la carta una semana antes de mi cumpleaños. Nada del otro mundo, una nota formal que decía: Estimado señor, obra en nuestros archivos, junto a otros datos personales de relevancia, su fecha de nacimiento. Es por esta razón que estamos informados de que el próximo día cuatro del corriente cumplirá Ud. sesenta años. Luego de un concienzudo estudio de los antecedentes disponibles, la comisión directiva de la institución ha decidido invitarlo cordialmente a formar parte de nuestro club. Le rogamos se ponga en contacto con nosotros acudiendo en horario comercial a nuestras oficinas, sitas en... - disculpen que no divulgue esta información, pero ahora, revelar ese tipo de datos me está absolutamente prohibido- . Saludamos atte. y la firma del presidente del Club de los Sexagenarios, un tal Cosme Recabarren. ¡Uf! pensé, seguramente un club de compras para adultos mayores, o, peor aún, alguno de esos institutos que explican las diez razones por las cuales se demuestra que la sexualidad a los sesenta es mejor que a los dieciocho. Lo interesante sería que fuera un verdadero club, un club donde se practicaran todo tipo de deportes. Así podría despuntar un poco el viejo vicio del ping pong y apaciguar la depresión que siempre me provocó el paso del tiempo. Y bien podría ser eso ¿por qué no? A lo mejor hasta me festejan el cumpleaños - recuerdo que pensé entusiasmado- . En todo caso sólo había una manera de saber de qué se trataba.
Usted, querido amigo, dijo Recabarren mirándome por encima de los minúsculos anteojos para la presbicia que nunca se quitaba, se preguntará por qué lo invitamos a participar de nuestro club. Tal vez creyó que se trataba de una treta publicitaria para venderle la última fuente de Juvencia extraída de una ignota planta del Amazonas peruano o alguna otra panacea por el estilo, ya sabe, una oferta de pastillas del infalible viagra, unos yuyitos serranos para el meteorismo, un ungüento para el reuma o alguna otra paparruchada por el estilo. Pero no, quédese tranquilo. En principio y como para ir entrando en tema, puedo asegurarle que es una cuestión mucho más importante. Cumplir sesenta, querido amigo, dijo Cosme Recabarren, presidente del club de los sexagenarios, entraña una grave responsabilidad. Una responsabilidad tal que no nos es revelada hasta que no alcanzamos la citada edad, una edad dorada, por cierto. Por eso lo contactamos recién ahora, aunque por supuesto sabemos muy bien quién es -y dejó caer con estrépito una voluminosa carpeta verde sobre el escritorio de roble- . Aquí está toda su vida, querido amigo ¿Recuerda que en la nota que le enviamos decía algo acerca de la información de relevancia que teníamos sobre usted? Bien, hela aquí, dijo palmeando cariñosamente la tapa de la carpeta el ingeniero (porque es ingeniero) Recabarren.
Como usted se imaginará no todos los que cumplen sesenta ingresan a nuestro club. Cada uno de los miembros es objeto de una rigurosa selección, un estudio meticuloso donde evaluamos científicamente su perfil genético, energético, psicológico y astrológico. Abrió la carpeta y me mostró una especie de mapa con líneas de distintos colores que subían y bajaban pero que no alcancé a distinguir con claridad, ¿ve? dijo, aquí está su carta natal y su biorritmo, por ejemplo. Y eso no es todo, tenemos, además, desde sus antecedentes infantiles médicos y escolares - cada vacuna que le inocularon, cada gripe, cada angina, la fecha del sarampión, de la hepatitis que sufrió a los ocho años, de cómo se salvó de repetir primero superior gracias a la señorita Nora que nadie pudo explicarse nunca por qué lo quería tanto- hasta la crónica adolescente de sus relaciones amorosas. También la historia de aquella primera novia que lo dejó y por la cual llegó usted a pensar en el suicidio, pasando por su temprano fracaso como futbolista -razón por la cual, desencantado, se dedicó al ping pong- , hasta su casamiento con una mujer elegida por su madre a la que no quería y de la cual nunca se atrevió a divorciarse a pesar de que con ella no pudo tener hijos, cosa que era su mayor ambición en la vida. No hay que olvidar tampoco su tránsito frustrado por la facultad de medicina hasta recalar en esa oficina sucia y maloliente del Registro Civil donde todavía se encuentra esperando resignado la jubilación. Culmina allí, por ahora, este itinerario plagado de fracasos ¿no es cierto? dijo don Cosme con una sonrisa cruel bailando es sus labios burlones. No parece que ese resumen que acaba de leer me haga un postulante apto para ninguna membresía ¿Por qué me seleccionaron, entonces? dije, a punto de echarme a llorar. Todo lo contrario amigo, todo lo contrario, dijo don Cosme Recabarren, presidente del club de los sexagenarios, acercándose y palmeando fraternalmente mi hombro derecho. Fíjese, esos fracasos son la principal razón por la que usted ha sido desde el comienzo mismo de la selección de este año uno de los principales postulantes. Un postulante invencible, a decir verdad.
Mire esto, dijo, y arrojó ante mis ojos atónitos una serie de recortes de diarios: Sexagenario muere atropellado por un colectivo fuera de servicio. El chofer estaba dormido y fue liberado inmediatamente por la Justicia. Sexagenario depravado abusa de menor indefensa a la entrada de la cancha de Racing justo el día del aniversario del gol del Chango Cárdenas al Celtic de Glasgow. Sexagenaria solitaria fue asaltada y violada hasta la muerte en su departamento de Puerto Madero por un menor peloduro que se metió por la ventana. Un sexagenario se prendió fuego y se arrojó al riachuelo al grito de "se necesitaba tanta agua para apagar tanto fuego". Los sexagenarios y la edad provecta. El umbral del deterioro final - Testimonios directos de los interesados- , y así siguiendo. Lo miré consternado, y esto qué significa, dije ya al borde de la desesperación. Esto, querido amigo, dijo el ingeniero Cosme Recabarren, presidente del Club de los Sexagenarios, es apenas una muestra del servicio que nuestro club presta a las más altas instituciones de nuestra democracia, entre ellas, como en estos casos que le presento, al nobilísimo Cuarto Poder ¿No ha notado usted la predilección que tienen los diarios y periódicos, en particular en la sección policiales, por la palabra sexagenario? Ellos, al menos una o dos veces por mes necesitan noticias que se refieran a algún sujeto de sesenta años. Si son mujeres, como víctimas inocentes de algún ladrón desalmado o joven violador irredento, si son hombres, en cambio, venden más las noticias de perversión con niños pequeños - mejor si son nietos del individuo en cuestión- o accidentes o crímenes sangrientos. Nosotros, querido amigo, dijo don Cosme, les proveemos las noticias ¿Cómo? dije, abriendo los ojos todo lo que pude ya que en esos días andaba con conjuntivitis. Claro, para que no mientan. Usted me entiende, ellos tienen que recuperar el prestigio que han venido perdiendo durante años a causa de tantas falsedades y sensacionalismo demagógico ejercido, claro está, seamos justos, no por todos sino por apenas una mínima minoría de periodistas corruptos. Bueno, mínima, lo que se dice mínima..., alcancé a decir. Tranquilo, amigo, tranquilo, ahora nosotros nos ocupamos de que las noticias sean verdaderas. Nada de inventar cosas que después no se pueden probar. Por eso seleccionamos gente como usted - lo miré asombrado- . Claro, amigo, usted no tiene nada que perder. Piénselo. Hijos no tuvo, su mujer, muy enferma, no sobrevivirá más de algunos meses, en unos pocos años se jubilará con un sueldo miserable que no le permitirá cumplir sus sueños de viajar sin rumbo por el mundo, para retomar sus estudios ya es tarde, de volver al fútbol ni hablar ¿Qué le queda por delante? ¿No es mejor morir por una buena causa?
- Bueno, no. No lo vaya a tomar como un ataque a la libertad de prensa, por favor, pero la verdad es que morir no está en mis planes por ahora. Todavía soy joven, creo que tengo muchas oportunidades aún. No llegaré a futbolista profesional pero quizás pueda jugar al ajedrez o al truco o, de última, al ta te ti o al ludo
- Claro, entiendo, un optimista, dijo don Cosme, presidente del Club de los Sexagenarios, asintiendo con una sonrisa inextricable. Bueno, usted piénselo sin apuro, serenamente -me extendió la mano- Ha sido un placer conocerlo, amigo. Y ahora, tranquilo, vaya a su casa nomás. Pronto recibirá sus órdenes.
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