CONTRATAPA
› Por Eduardo Cappellacci*
Después de dos días en tren y media hora en coche saltando sobre el empedrado llegó, casi al amanecer, al suntuoso edificio del 65 de la calle Wrinkled Priest. El coche, destartalado y sucio, era conducido por un viejo algo borracho empeñado en insultar al flaco y apático caballo que, sin aflicción alguna, mantenía su paso perezoso. El departamento una pequeña habitación, oscura y húmeda, con un baño exiguo se ubicaba en lo más alto del edificio.
Apenas traspuso la puerta, abierta displicentemente por el señor Badhope, dejó su maleta en el piso sin dejar de mirar el ánfora que estaba sobre una vieja cómoda de roble. Recién llegada a la ciudad, casi sin pertenencias (apenas lo que cabía en la pequeña maleta de cartón que le regaló Ruffy) el mobiliario, los adornos, las viejas cortinas, le parecieron horribles. Solamente la cama, con un sombrío baldaquino cargado de oscuros arabescos, la sedujo: era mullida y parecía amigable y cálida. Sin embargo determinó que, por ahora, todo quedaría como estaba en ese cuarto.
El lunes siguiente, al salir del Cheap College, decidió ir a visitar a la señora Blastpaunch, la dueña del departamento. Se sorprendió de la jovialidad y buen trato de esa vieja señora que supuso amargada y huraña. Con la taza de té en la mano, sentada con elegancia en un sillón de paño azul, la dueña de casa preguntó: "¿Te advirtió el señor Badhope sobre el ánfora?" mientras miraba a Lizzy por sobre sus pequeños anteojos. El rostro de la muchacha adquirió una expresión mezcla de sorpresa e intriga.
"Es originaria de China --continuó sin esperar respuesta--. La cuna de la porcelana, fabricada con el antiguo método, todavía ignorado por nosotros. La trajo mi bisabuelo John para que sus descendientes guardáramos allí sus cenizas, que fueron retiradas de su tumba pasados sesenta años de su muerte, según sus póstumos deseos".
Bebió un sorbo de té y continuó: "El ánfora, como todas las piezas de porcelana auténtica, es capaz de guardar secretos; sabes esto ¿verdad? El bisabuelo John contó que ésta había sido fabricada en un convento de las montañas más altas del mundo y que es capaz de conservar secretos especiales. Nunca supimos que quiso decir con eso. Se mantiene la tradición esperando que alguien pueda develar el misterio".
Lizzy atendía al relato con su té enfriándose a la altura de sus ojos, mientras sentía la rigidez que adquiría su espalda. "He dormido la última semana con las cenizas de un muerto en mi cuarto", pensó con un dejo de asco.
Por otra media hora la conversación derivó, conducida por las preguntas de la señora Blastpaunch, por la familia de Lizzy, su aldea del condado Blackbreeches y los estudios de la joven.
Antes que se encendieran las luminarias de gas en las húmedas calles, Lizzy empujaba la enorme puerta de ingreso a su departamento. Cerró la puerta de un golpe y se apoyó en ella tratando de recuperar el ritmo normal de la respiración. Una inesperada congoja la impulsó a subir las escaleras de mármol casi corriendo y sin detenerse en ninguno de los cuatro pisos.
Dejó sus libros y su bolsa sobre la cama; mientras se desanudaba la cinta que sostenía su sombrero se acercó a la cómoda de roble. El ánfora aparecía ahora a los ojos de Lizzy con cierta solemnidad. Era una pieza blanca, muy blanca, con forma de un raro jarrón cuya base, de unas siete pulgadas de diámetro, era más ancha que el resto. Algunas figuras humanas pintadas en un azul intenso, se movían entre flores y árboles tenuemente coloreados. Con un asa formando un haz de tallos trenzados toda el ánfora se mostraba imperfecta, modelada a mano. El conjunto tenía una belleza subyugante que Lizzy no había percibido hasta este momento. La boca, pequeña y ovalada, estaba sellada con lo que debía ser un trozo de cuero totalmente bañado en lacre.
Con las dos manos tomó la pieza; parecía estar vacía o totalmente llena de liviana ceniza. La sacudió suavemente en el aire, esperando oír algún susurro, algún tintineo. Sólo silencio; el digno silencio de la muerte.
Se sentó en el borde de la cama y dejó el ánfora sobre la colcha de seda. El rojo brillante destacó aún más el blanco. Primero con un dedo, después con varios, por último con toda la mano, acarició cada partícula de la vasija. Le pareció advertir un cierto cosquilleo. Consideró que sí, que esta jarra escondía algún secreto.
Acostó el ánfora sobre la cama y en la áspera base, tan blanca como el resto pero libre de brillos y adornos, escrita con gruesos trazos y una caligrafía cuidada encontró la palabra "Testamento" y una firma que parecía decir "John Longspit". Con el índice de su mano derecha empezó a recorrer la palabra "Testamento", reconociendo en su textura caricias ya olvidadas o todavía no recibidas.
Se detuvo cuando notó -espantada- que la palabra se iba borrando y, detrás de su dedo aparecían otras palabras.
* [email protected] Este cuento obtuvo el Segundo Premio en el Concurso Literario Nacional "Secretos de Porcelana", en el marco de la Fiesta Provincial de la Porcelana 2014, organizado por la Municipalidad de Capitán Bermúdez.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux