Mié 10.06.2015
rosario

CONTRATAPA

El matadero

› Por Pablo Bilsky

"Traigan a Valeria Lynch", dijo.

"Traigan a Valeria Lynch. ¿No quedó claro? Y que venga Osvaldo Pacheco, también. ¿Qué? Ya sé. Bueno, en caso de fallecimiento, los traen en el estado en que se encuentren. Que Pacheco cante, recite, susurre El viejo varieté: Enciéndanse, las nuevas luces del viejo varieté, puede volver, el bailarín que imitaba a Fred Astaire, hoy como ayer, etcétera. Y que proyecten, acá abajo, en una pantalla gigante, instalada por Oroño, la película Tarde de perros, con Al Pacino y John Cazale, dirigida por Sydney Lumet. O sea, organicen un festival, el festival Tarde de perros, con entrada libre y gratuita. ¡Attica! ¡Attica! Primero los recitales, Valeria y Osvaldo, y después la película. Sé que les va a llevar un buen rato organizarlo, porque hay que organizarlo bien, no se preocupen, soy razonable, les doy cinco, seis horas, siete si quieren, no hay problema, tengo tiempo de sobra. No la paso mal acá arriba, viéndoles las jetas a estos pelotudos, viéndolos mirar sus relojes enormes, relojes llenos de relojes, relojes con otros pequeños relojitos dentro, enormes los estampados sobre sus camisas, enormes sus ojos, su transpiración y sus rayas. Reitero, una vez más, no quiero plata, no quiero nada, quiero que organicen el festival gratuito, y que sea en homenaje al filósofo rosarino Daniel Bravi, que luego de ver Tarde de perros en el cine Arteón de calle Entre Ríos, nos reveló la verdad: Om no es el sonido que nos conduce a la trascendencia del ser, dijo, tampoco los mantras, no: ¡Attica! íAttica! nos conduce a la verdad y al absurdo del ser. Que eso lo diga el presentador. Orlando Silvio Davolio sería ideal como presentador del festival. De cierre, la película. Y cuando llegue la escena de ¡Attica! ¡Attica! ahí salgo yo y tomo contacto con el público. Habrá sorpresas", dijo.

"Si no cumplen mato a los hijos de puta que tengo acá conmigo. El matadero. Son ocho. Sí, son ocho. El dueño y siete amigos. No, no estoy armado hasta los dientes. No usen esa expresión, por favor, o mato a todos ya. Digan que tengo enfierrado hasta el escrotum, así, díganlo así, no les cuesta nada. Fierros y bombas. Pum para todos. Y no digan que tengo rehenes. Digan que retengo a algunas personas. O que hay personas en estado de retención", dijo el atacante, siempre a través de un viejo y chirriante megáfono.

Cientos de personas se hallaban reunidas en el bulevar, frente al restaurante Le Meurice. Una toma de rehenes sin fines de robo no era cosa de todos los días. Las fuerzas de seguridad, en todas sus formas y variedades, con sus siglas y acrónimos, con sus chalequitos, conformaban una suerte de texto fragmentado, apenas legible entre los vehículos, cintas y vallas. Los curiosos de a poco se fueron convirtiendo en espectadores, y luego en público, un público cada vez más participativo. Con el paso de las horas, y ante la posibilidad del festival, comenzaron a aparecer las reposeras.

El dueño del restaurante y siete de sus amigos, que participaban de una reunión privada en el despacho del propietario, fueron sorprendidos por la irrupción de un hombre armado, un habitué del lugar que se encontraba allí cenando. El propietario de Le Meurice, conocido empresario local, es además dueño de medios de comunicación, jugadores de fútbol, y otros espacios gastronómicos de la ciudad.

Todas las demás personas que se hallaban en el restaurante salieron del local sin problemas. El atacante las ignoró por completo. Apenas terminó de comer, pagó la cuenta y se dirigió a la oficina del dueño. Llevaba un bolso deportivo.

"Traigan 1.955 medialunas, saladas. Una vez vine a desayunar acá y no tenían más medialunas saladas, a las diez de la mañana. Todo muy fino, todo en francés, pero todo circo. Las medialunas son para los rehenes. No tienen nada de hambre. Están con el whisky y la mandanga. Están duros como mármoles fritos. Mármol Fritolín se llama desde ahora este restaurante. Pero se las van a tener que morfar igual. Toditas, si no quieren morir. Los giles me ofrecen plata, toman, lloran, sudan. ¡Attica! íAttica! Parece que viven garpando y para garpar. Pero ya les expliqué cómo es la cosa ahora. La próxima vez que me ofrezcan guita, pum. Traigan las medialunas y traigan cinco botellas de Añejo W y cinco de Paddy. Acá le están dando duro y parejo a la laja, la alita de mosca y el whisky Royal Salute. Pero no. Yo tengo otros planes para ellos. Tienen una hora para traer las medialunas y las bebidas. ¡Attica! íAttica! Con las botellas de Royal Salute tengo otros planes, asquerosos, para serles sincero, pero mejor no dar detalles. La gran Collor de Melo, Royal Salute y mandanga per angostam viam. Y si estos giles se niegan a comer medialunas, se vienen las empanadas de Sierra Chica, no lo duden. Repito, dentro de una hora, desde ahora, si no llega el morfi y la bebida, empieza el matadero, les toca la resbalosa a los empresarios, porque parece que los amigos del dueño también son empresarios, eso me dijeron, importantes, me dijo uno. ¡Attica! ¡Attica! En una hora empieza el matadero, señores, a nalga pelada, verga, tijeras, Smith & Wesson y pum para todos", gritó a través del megáfono.

"Y ustedes, salute, salute van a decir con cada copa de Añejo W y Paddy que tomen. Sí y van ensopar las medialunas en la bebida. Y basta de ofrecerme guita y cositas porque me voy a poner violento antes de tiempo. No interfieran con la organización del festival o pum", dijo, dirigiéndose a los rehenes.

Cuando se cumplió la hora empezaron a escucharse los primeros gritos de la gente congregada en el bulevar: ¡Attica! ¡Attica! ¡Añejo W! ¡Paddy! ¡Attica! ¡Attica! El público aplaudía y gritaba, excitado, ansioso, a la espera del comienzo del festival. Y nadie retrocedía pese a los pedidos cada vez menos amables de la gente de los chalequitos, las siglas y los acrónimos.

Las medialunas y las bebidas llegaron en tiempo y forma. "Si seguimos así nadie va a salir lastimado. Los muchachos están bien. Pese a la mandanga, están comiendo bien, están colaborando. Debe ser porque movieron el vientre de lo lindo", dijo el atacante, cada vez más ronco, a través de megáfono.

Valeria dio el O.K. sin dudarlo. Ya estaba preparado el helicóptero para traerla desde Buenos Aires. Orlando Silvio respondió "con todo gusto". Habían empezado a montar la pantalla gigante y el escenario. No cabía un alfiler en el bulevar. Muchas familias. Muchas reposeras y mates. Miles de personas acompañaban con las llamitas de sus encendedores los cánticos de la multitud: ¡Attica! ¡Attica! La voz colectiva tenía una cadencia lenta, tierna, sugerente.

Pero la negativa de la familia de Don Osvaldo complicó las cosas. No hubo caso. El plazo expiró y el clima de fiesta se cortó en seco. Una pena. Sonaron disparos dentro de Le Meurice. Se hizo un gran silencio en el bulevar. Un triste colofón, otra fiesta popular trunca por culpa de unos pocos inadaptados.

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