Sábado, 31 de octubre de 2015 | Hoy
Por Pablo Bilsky
Finalmente cumplimos nuestro sueño y nos fuimos al Gran País del Norte. Todos, con las dos chicas y los abuelos. Los viejos no lo podían creer. Soñaban con ir desde que eran chiquitos, viendo las películas de Hollywood. Se la pasaron llorando de emoción. Todos, no sólo los viejos. Es tan maravilloso. Es como estar dentro de una película. Hermoso, limpio, perfecto, perfumado. Todo funciona. Como debe ser. La ley es dura, pero todo el mundo la cumple y por eso las cosas van bien. Es otro mundo, nada que ver con esto. El aeropuerto de Nueva York es como una ciudad grande de Argentina, pero más limpia y más segura. Nos hicieron sacar la ropa para revisarnos. No nos vino mal aflojarnos los cinturones y quedarnos cómodos. Nos alivió el cansancio del viaje. El nono se puso nervioso y se le desprendió el ano contranatura. Un enchastre. Un papelón. Y se descompensó, pobre. "Tenían que ser argentinos, mostraron la hilacha", dijo la mujer que estaba detrás de nosotros en la cola, que era de Buenos Aires. Una vergüenza, porque allá todo está pulcro. Después nos llevaron a una piecita. Pensé que para ayudar al nono. Pero no. Debió ser para darnos consejos. Pero no entendimos y por eso nos hablaban cada vez más fuerte y uno de los policías se enojó. La culpa es nuestra, por no conocer el idioma. Los policías parecen actores de cine. De punta en blanco. Nos tuvieron en la piecita un montón. Pero con todas las comodidades, un banquito muy cómodo, y nos trajeron café dos veces. Perdimos la noción de cuántas horas, porque nos sacaron los relojes, los celulares, todo. Finalmente nos invitaron a salir. Al nono lo llevaron a una enfermería. Se ve que le hicieron un chequeo general o algo así, porque lo tuvieron un rato largo. Menos mal que sacamos seguro médico. No cubrió todo, pero ayudó. Allá los tratamientos son caros, porque tienen aparatos de última generación, unos que acá ni soñar. Nos costó 10 mil dólares, pero lo pagamos con tarjeta. Quedó como nuevo el abuelo. Al rato estábamos llorando todos a moco tendido. Desde el taxi que nos llevó desde al aeropuerto, en un punto, empezamos a ver los edificios de Manhattan, dorados por el sol. El hotel era como una ciudad, para acercarse al mostrador y pedir la llave había que hacer colas de hasta dos horas. En realidad, no son llaves, allá usan tarjetas, desde hace 40 años. Todo es enorme. Hay gente por todos lados. Es la capital del mundo, no hay caso. Fuimos a visitar la Estatua de la Libertad. Cuando la vimos, otra crisis de llanto generalizada. Subimos hasta la corona que tiene en la cabeza. Para llegar hasta allí, hay que subir una escalera de 354 escalones que a medida que sube, los escaloncitos se van haciendo más chicos. Una de las nenas, la más chiquita, se fracturó el tobillo. Y a la nona le faltó el aire y sintió un dolor muy fuerte en el pecho. Pero bueno. Lo que cuesta vale. ¡Qué atención! Las bajamos cómo pudimos, y la gente nos daba permiso y nos decía cosas que seguro eran muy amables, pero no entendíamos. La ambulancia llegó enseguida. En media hora estábamos en el hospital. Pero no piensen en un hospital argentino, no, piensen, no sé, en una boutique, en una nave espacial. El seguro nos cubrió como 20 mil dólares, y nos cargaron 30 mil en la tarjeta. Pero ojo que la nona estuvo como dos días en la unidad coronaria y salió como nueva, o sea que todo de primera. Qué educado el personal del hospital, qué gente buena, cuánta amabilidad. Y la comida, como la de un restaurante de lujo. La nena estuvo hospitalizada unas horas nomás, y quedó re-contenta con la férula que le pusieron, hermosa, con personajes de Disney. Así da gusto accidentarse. Después nos recorrimos Nueva York de punta a punta. Subimos las fotos a Facebook. De ahí nos fuimos de compras a Miami. Pero allá no es como acá, que los shoppings están en las ciudades. No. Allá la ciudad está dentro del shopping. Hay hoteles, calles, puentes, autopistas, ríos, el mar, todo dentro del shopping. Nos alojamos en un hotel de, no sé, quince estrellas debía ser. Mirá las fotos, subimos como 20 mil. Fotografiamos cada centímetro de la habitación, que era como una mansión de tres pisos. Compramos de todo. Gastamos un fangote. Pero todas cosas que acá ni se ven. Vos te ponés esa pilcha y a una cuadra de distancia la gente sabe que la compraste allá. Ni hablar de la electrónica. Allá es más barata y los modelos están diez años adelantados, por lo menos, si es que alguna vez llegan acá. De Orlando y de Disney, mejor no decir nada, mirá las fotos, hay como 100 mil. Si quiero contarte no puedo, me quiebro, no puedo. Después fuimos a Los Angeles, que es donde entregan los Oscar, la alfombra roja, qué manera de llorar. Cuando visitamos los Estudios Universal, bueno, no puedo seguir, mirá las fotos. Primero fuimos a un cine donde pasaban una versión de Terminator 4D, interactivo. ¿Viste cuando el monstruo se hace como de metal líquido? Bueno, te salpica, sale de la pantalla y te moja. Y después aparecen, por detrás de las butacas, unos tipos que bajan de los techos con sogas y se agarran a tiros, y las butacas vibran, es una locura, y después se mueven, se corren. Todo el cine se corre y se va y se va. Después fuimos a ver otro espectáculo que se llama WASP. Unos tipos con unas capuchas blancas puntudas queman cruces. Tenían la letra K. Ahí temimos lo peor, pero no, imposible, Dios nos libre y guarde. Los de capucha suben a unos negros con unas sogas en el cuello y los hacen bailar. ¡Cómo bailan los negros, che! Después escuchamos una gran explosión. Todo el mundo empezó a correr. Nosotros dudamos al principio, pero al final corrimos. A los nonos les pasaron por encima, los aplastaron casi. Bueno, allá es así, la gente vive a mil, si no le seguís el paso te jodés, mejor quedate en tu casa. La atención fue de primera. Estar internado allá es mejor que estar sano acá. Un lujo. Tuvimos tiempo de sobra mientras los operaban, así que le sacamos como 50 mil fotos al hospital. Las operaciones, dentro de todo, no salieron tan caras. Nosotros decíamos gracias a Dios que se enfermaron allá, en un país del Primer Mundo. Si les pasa acá no cuentan el cuento, eso seguro. En fin, fue todo un sueño en EE.UU. La pesadilla empezó cuando llegamos a Ezeiza, por supuesto. Ni bien ponés un pie en este país empiezan los problemas. Las demoras, los malos tratos. Todos choros. Los remiseros que se te vienen al humo como perros de sulky. Nos cobraron impuestos por las cosas que trajimos, que eran muchas, como 15 valijas grandes. Nos robaron los de la aduana. Tarjeteamos. Igual vale la pena, que les sirva para remedios, que les sirva para alimentar vagos. En este país no hay nada de lo que compramos allá. Acá no se puede vivir más.
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