CONTRATAPA
› Por Fernando Artana
Ella miró la pantalla del celular para saber quién llamaba y atendió. El hizo una larga introducción, ella escuchaba en silencio, él preguntó, ella respondió, él siguió hablando, insistió, ella respondió lo mismo de antes, él empezó a levantar la voz. Ella ahuecó la mano con la que no sostenía el celular y la arrimó a su boca. Cuando ella trataba de hablar, él lo impedía. En un momento ella consiguió interrumpirlo, habló brevemente y alcanzó a cortar antes de darle tiempo a que él replicara. Ella levantó la vista, sus compañeros de trabajo no la miraban. Volvió a sonar el teléfono. Ella respiró profundo y atendió. El dijo, ella no alcanzaba a decir, él seguía, ella cortó la comunicación dejándolo con la palabra en la boca. Su mejor amiga en el trabajo le dijo por lo bajo una frase muy corta. Ella respondió también con una sola frase, casi susurrándola. Las dos volvieron a su trabajo rápido, como si estuvieran atrasadas. Volvió a sonar el teléfono, miró la pantalla y lo apagó sin contestar. Esta vez hubo miradas silenciosas. Siguió con su trabajo, se equivocó dos veces y tuvo que empezar de nuevo. Más tarde encendió el celular. Veintitrés mensajes sin leer y veintiuna llamadas perdidas. Chequeó que nada fuera de otra persona y borró todo sin leer. Volvió a sonar. Miró la pantalla y apagó el aparato. Al rato, él se apareció en la recepción de la empresa. Ya lo conocían. El les habló. La más rubia de las recepcionistas le respondió. El repitió lo que acababa de decir, volvieron a contestarle lo mismo. El levantó un poco la voz. La otra rubia tomó el teléfono y se comunicó con la oficina. Habló con ella. Ella le dijo. La rubia se lo comunicó a él. El insistía, no se iba, las rubias miraron al custodia que estaba atento y que lo conocía más que ellas. El custodia dio un paso adelante, él hizo un gesto levantando las palmas de las manos, dio un paso hacia atrás, dijo algo, dio media vuelta y se fue.
A la salida del trabajo, ella quiso explicarle a las recepcionistas y al custodia. Ellos le dieron a entender que no era necesario que siguiera enredándose con las palabras. El volvió a aparecerse afuera y la siguió hasta el auto de ella en el estacionamiento. Ella bajó la vista, no lo miraba. El le hablaba, ella no contestaba o lo hacía con monosílabos. Subió rápido al auto y se fue. Llegó a su departamento. Tutankamón la recibió ronroneando como siempre. Ella solía hablarle cariñosamente. Esta vez no lo hizo, solo lo acarició un poco. No se prepararía cena, no tenía hambre. Se puso cómoda. Sonó el portero eléctrico. Era un portero visor. Miró. Era él. No contestó. El timbre volvió a sonar y ella se sobresaltó. Algún vecino podría entrar o salir por la puerta de calle, él se filtraría y en cualquier momento lo tendría del otro lado de la puerta de su departamento. Prendió el teléfono, comenzó a marcar el número de su madre pero cortó antes de terminar. Llamó a su mejor amiga que no era la del trabajo. El timbre del portero seguía sonando cada vez con más insistencia. Ella dijo, su amiga le aconsejó. Ella hablaba caminando de una pared a otra, como los felinos en las jaulas de los zoológicos. El timbre seguía, su amiga remarcaba cada palabra que expresaba. Ella asintió, cada vez iba de un extremo al otro a más velocidad. Cortó con la amiga, llamó al 911. La atendió una mujer con una voz neutra y le preguntó, ella explicó, la voz neutra volvió a preguntar, contestó, le pidieron datos, contestó, luego colgaron. En un determinado momento el timbre paró de sonar, pero apenas diez segundos después escuchó que él gritaba el nombre de ella desde la vereda de enfrente. Espió por la ventana, él seguía gritando cosas. Apagó la luz y volvió a espiar. El seguía gritando. Los vecinos estarían escuchando. Llamó a la amiga. Ella habló, la amiga habló después, él gritaba. Pasaron unos minutos que le parecieron horas hasta que vio la luz azul del patrullero que se acercaba. El también la vio, paró de gritar y se fue para el otro lado, ella le contaba a su amiga, su amiga permanecía en silencio ahora. El desapareció, el patrullero se detuvo, se bajó un policía y fue hacia la entrada del edificio, ella cortó con su amiga. El policía tocó el portero eléctrico, ella contestó y le abrió. El policía subió, ella le abrió la puerta, él le preguntó, ella dijo, él dijo, ella dijo y después se despidieron. El policía se fue. Ella debería haber dicho. Luego prendió el televisor, se sirvió un whisky mientras hacía zapping. Volvió a llamar a su amiga y le dijo, ahora más pausado, la amiga dijo, siguieron diciendo por un par de minutos. Cortaron.
Lo más estúpido que encontró en la TV fue una comedia yanqui de la que ya había visto algunas partes antes. A los dos minutos se cansó y se puso a ver Tinelli. Tutankamón comenzó a maullar, se levantó a darle de comer. Cuando volvió al sillón sonó el portero eléctrico, miró por el visor. Era él. Llamó al 911. Volvía a caminar como tigre en una jaula. Ella dijo, la voz neutra dijo, ella dijo, la voz neutra dijo y cortaron. El timbre volvió a sonar, luego sonó el celular, se había olvidado de apagarlo, miró la pantalla y cortó. Espió por la ventana, vio la luz azul de la policía, vinieron más rápido ahora. El también la vio y se fue para el otro lado, la escena parecía repetirse, pero esta vez en la otra esquina otro patrullero lo interceptó, se le acercaron dos policías. Ella veía como hablaban, él le mostraba los documentos, lo palparon y finalmente lo dejaron ir. Ella se quedó mirando un par de minutos sin que nada pasara afuera. Volvió al sillón a ver TV y acariciar a Tuti. En cualquier momento el timbre, el celular, o los gritos desde afuera. Una pastilla para dormir no era buena idea después de haberse tomado el whisky. En cualquier momento el timbre, el celular, o los gritos desde afuera. Se hizo muy tarde y el sueño seguía sin venir. Miraba el reloj, calculaba las horas que faltaban para tener que salir a la calle. En cualquier momento el timbre, el celular, o los gritos desde afuera.
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