Martes, 24 de noviembre de 2015 | Hoy
Por Ezequiel Vazquez Grosso
La contienda electoral nos ha dejado exhaustos, así que no hagamos otra cosa más que resaltar algunos puntos:
Así como para el historiador británico Eric Hobsbawm el siglo XX fue un siglo corto podemos decir que la década kirchnerista fue una década larga: su comienzo puede cifrarse el 24 de marzo del año 2004, cuando Néstor Kirchner, en un acto solemne, le ordenó al titular del ejército Roberto Bendini que retirara los cuadros de Jorge Rafael Videla y Reynaldo Bignone de la ex ESMA; el final, espantosamente triste, ocurrirá el próximo 10 de diciembre del 2015, cuando Cristina Fernández de Kirchner le entregue la banda presidencial al ingeniero Mauricio Macri. El gesto no es menor: por primera vez en la historia argentina el cargo ejecutivo será presidido por un representante directo de la burguesía empresarial más concentrada.
El dato fundamental de todo este proceso, sin embargo, no deja de ser otro: por primera vez la Argentina cuenta con un partido de derecha exitoso. El sueño diurno de aquél Carlos Pellegrini, quien bregaba por la construcción de un partido oligárquico de masas, aquél proyecto que nunca había encontrado apoyatura más que en su andamiaje de "partido" militar, hoy, con el PRO, se hace efectivo. ¿Ser de derecha significa meramente cumplimentar a rajatabla las recetas que el establishment de la ortodoxia propone? No necesariamente. Significa eso y otras cosas, que iremos esclareciendo en el transcurso de este tiempo.
Desde el otro extremo, la izquierda liderada por Del Caño, proclamando su llamado beatífico por el voto en blanco, ha dejado pasar, una vez más, una oportunidad histórica de asentar posiciones. Todo pareciera congeniar y apuntalar al hartazgo que subrayara Zizek, aburrido ya de esa izquierda que siquiera está interesada por el poder. Frente al primer balotaje de la historia argentina (estamos ante muchas primeras veces) lo más tradicional de nuestra izquierda ha optado por reivindicar la única disputa que pareciera despabilarla: permanecer inmaculada frente a la inminencia pútrida del gobernar.
Según Tulio Halperín Donghi (Verbum caro, panem verum) después del año 2001 en la Argentina se da una situación inédita: el Estado continúa manteniendo el monopolio de la violencia legítima pero sólo bajo condición de no hacer uso de ella. El kirchnerismo (a nivel nación) mal que bien continuó con esta perspectiva de limitar los rasgos represivos que todo sistema precisa para su supervivencia y reproducción. El hecho de que Mauricio Macri continúe bajo este presupuesto es una pregunta que nos desvela y es un hecho que, claramente, hace a las distinciones entre izquierda y derecha.
Es de público conocimiento que la sonrisa del gato de Cheshire (consultar Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas) más que autónoma es ubicua. En lo más relajado de su trama Alicia afirma, no sin cierta perplejidad: hay sonrisa pero no hay gato. Ahora bien, hay momentos en que María Eugenia Vidal, una sonriente esmerada sin lugar a dudas, no puede ejercer la simpatía como única herramienta de gobierno. Uno de esos momentos, por ejemplo, ha sido la conferencia de prensa brindada luego de la represión al Hospital Borda. ¿Puede realmente la derecha ser cool y desentendida? Tengamos el atrevimiento de inventar un axioma: toda sonrisa ubicua contiene gato encerrado.
(Nota al lector, lectora: "gato encerrado" es parte de nuestra tradición metafórica y de ningún modo puede asimilarse en este contexto a cierta perspicacia felina que se le confiere a ciertas damas. José Pablo Feinmann ha sido misógino en sus comentarios. Nosotros no compartimos esa perspectiva.)
Detrás de toda voluntad que se ve en las de gobernar, hay un aparato ideológico "intelectual" que sustenta y hace de su causa bandera. Como para muestra un botón, vayamos a un caso: Pola Oloixarac, seudónimo geek de Paola Caracciolo, la nueva y suculenta femme fatale de la literatura, ha osado mentar a Mauricio Macri como uno de los herederos de nuestra tradición caudillesca. Sin pretender hacer parangones que hieran sensibilidades, esta afirmación recuerda mucho a la de Mariano Grondona en Primera Plana, cuando la asunción de Onganía. "En las jornadas de septiembre de 1962 dijo este periodista de pasiones tristes surgió algo más que un programa, una situación militar o una intención política: surgió un caudillo." La pregunta es acaso inevitable: ¿será Mauricio Macri el caudillo fashion que la Argentina de Ricardo Fort precisaba?
El objetivo declarado de Juan Carlos Onganía (es el ejemplo que brilla por su similitud, de ningún modo queremos homologar al futuro presidente con aquél) era hacer de la política administración. El equipo que el militar leporino reclutó se compuso de una variada gama que, sin embargo, tenía el elemento en común de definirse como apolítico, hombres y mujeres que, sobradamente, decían no querer "entrar en la política". El resultado de aquello, paradójicamente, fue la década del setenta, el momento más político de la historia argentina. Onganía, por su parte, no logró convertirse en el caudillo renovador que la derecha prometía: muy lejos de resolver el "gran drama argentino" no hizo otra cosa más que profundizarlo hasta el colapso.
Para Guillermo O'Donnell la economía argentina se rige bajo el método del saqueo. Saquean los oligopolios nacionales, el capital extranjero y las bancas internacionales. Las muchedumbres, cada tanto, hacen lo mismo, y se entregan a ese desacato innominable de saquear los bienes del prójimo. A partir de esto, hagamos memoria, a corto plazo: ¿si hubo otro momento de grave inestabilidad a lo largo de esta década, después de la 125, no fue esa operación irresoluta en sus causas que fue el acuartelamiento policial, desencadenado en saqueo, de fines del 2013? ¿No fue Córdoba la provincia que acaso llevó la delantera? ¿Qué le ocurre a la docta provincia, otrora acuñadora del Cordobazo, que ahora elige al Grupo Macri como gobierno?
Para terminar: sólo el tiempo nos dirá qué rumbos habrá de tomar la encrucijada en que nos hemos encontrado. Estas últimas elecciones presidenciales han arrojado dos ganadores. Uno de ellos ha sido electo este domingo veintidós de noviembre bajo los auspicios del balotaje. Es hijo de uno de los empresarios más poderosos de la Argentina y está rodeado de un equipo ultramontano que se camufla bajo el apostolado de la simpatía. El otro ganador, irrefrenable en su hábito de producir hegemonía, ya había encontrado el triunfo desde la primera vuelta como árbitro legítimo e indiscutible de toda la contienda. Este otro ganador, nuevamente, no es otro más que el Grupo Clarín. Qué tipo de amistad confabulen entre ellos, qué tipo de enemistades logren solapar, darán cuenta de gran parte de lo que sucederá a partir del próximo diez de diciembre.
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