Sábado, 2 de enero de 2016 | Hoy
Por Miriam Cairo
El principio del poder es el terror, dice el fantasma.
El principio de la inspiración soy yo, dice la musa.
El principio del lenguaje es el vacío, dice Cairo.
El principio del sexo es el deseo, dice el marqués.
El principio del deseo soy yo, dice la dragona vestida en ropa interior.
Yo nunca sabré cómo se escribe, dice Cairo.
Yo trabajo a contrapelo, contra corriente para vos, dice la musa. A veces, busco palabras bajo tierra como un oso hormiguero. A veces las encuentro alineadas en orden alfabético, con sus respectivos significados, entonces les quito de un tirón la muerte que las agobia y te las llevo para que las revivas.
Me la complicás siempre, dice Cairo.
Cada cual recibe el desafío que merece, dice la musa flotando en un susurro.
Pero a veces me parece que vos te creés que yo soy Michaux, se queja Cairo.
Cada cual tiene la musa que se merece, interviene el fantasma.
Si yo fuera escritor, siempre escribiría sobre sexo, dice el marqués.
Yo, que soy lectora, no leo nada que no me haga clic entre las piernas, dice la dragona vestida en ropa interior.
Cuando estoy solo no salgo de los libros, dice el fantasma. Es muy difícil soportar la soledad, ya que parece tener sentido esto de ser fantasma, de causar terror, pero si no hay nadie cerca me siento derrotado.
El terror hacia uno mismo es una opción, dice la musa, embistiendo las dos orillas del río, con los peces de su anhelo.
A veces no digo nada, dice Cairo. Y no sé si es porque no tengo nada qué decir o porque, teniendo algo por decir, me inclino por la tangente de la comunicación no inmediata.
Escribir encierra estos riesgos, dice la musa y se sorprende el marqués.
El viejo ciego de las ruinas circulares nunca me hizo clic, sentencia la dragona vestida en ropa interior.
Lo mismo dicen de Adelina Flores, replica la musa.
¿Cuál? ¿La poetisa de Saer?, pregunta el marqués.
La misma, confirma la musa.
¿Qué dicen de ella?, pregunta el fantasma.
Qué nunca tuvo sexo, responde el marqués.
Porque hay una vieja creencia de que el sexo siempre te tiene que hacer clic entre las piernas, dice Cairo, un poco molesta con la dragona vestida en ropa interior.
No entiendo, dice el fantasma.
Sucede que Adelina Flores amaba a su cuñado desnudo a través de un vidrio esmerilado sin haberlo tocado jamás, explica el marqués.
Para mí, eso no es sexo, dice la dragona vestida en ropa interior.
Pero, ¿vos leíste el cuento?, pregunta la musa.
Obvio que lo leí, pero al sexo lo puse yo, porque Adelina Flores apenas
si puso los ojos, protesta la dragona.
Todo está en los ojos, dice el marqués.
Y en el oído, dice la musa.
Son los vehículos, agrega Cairo como si formase parte de un equipo que articulara la enunciación.
Para mí el sexo está en el cuerpo, dice la dragona vestida en ropa interior. Si no me pasa por el cuerpo no me pasa nada.
Yo conozco la sensualidad del terror, dice el fantasma, dándose corte.
Vos no contás en esta discusión, dice la dragona vestida en ropa interior.
¿Por qué?, pregunta inocentemente el fantasma.
Porque te falta cuerpo, sangre hirviendo, mucosa, nervio, flema.
No me obligues a ser obvio, dice el marqués, pero no hay una sola forma de amor como no hay una sola forma de sexo.
¿Hablan del kamasutra?, pregunta el fantasma, cada vez más inocente.
Sobrepasa el kamasutra, dice el marqués.
O sea que tengo chance, se ilusiona el fantasma.
¿En qué mes estamos?, pregunta la musa para descomprimir o, tal vez, para no decepcionar.
Enero, dice el fantasma.
Enero, confirma Cairo. Siempre es enero cuando viene el marqués.
¿Y quién dijo que vos sos el marqués?, cuestiona la dragona a medio vestir y a medio creer.
¿Y quién dijo que vos sos la dragona vestida en ropa interior?, rebate el marqués.
Yo soy dragona porque no soy fantasma.
Yo soy fantasma porque no soy marqués.
Yo soy musa porque no soy dragona.
Yo soy Cairo porque tengo musa, tengo fantasma, tengo dragona y tengo marqués. Terminemos con esto. Pensemos ahora en un título para esta confusión. Y no me vengan con "Yo es otro/s", porque si tengo todo este equipo es para que saltemos la cerca de lo previsible, dice Cairo, en un momento de imprevista autoridad y coherencia.
Ponelo vos al título, ya que no hacés nada más que traer miedos al por mayor, dice la dragona al fantasma.
Que lo ponga la musa, que es la que le desentierra palabras a la escritora, dice el fantasma.
Que lo ponga el marqués, que es el preferido de Cairo, dice la musa celosa, haciendo mohines con las manos.
Pues lo pongo yo, entonces, dice el marqués: titulemos "Kamasutra".
Si dice kamasutra lo leo, dice la dragona vestida en ropa interior.
A mí ese título me deja fuera de juego, dice el fantasma.
No estés tan seguro, dice la musa. Hay mucha genta a la que el kamasutra le causa terror.
Bueno, habiendo consenso, dice Cairo...
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