CONTRATAPA
› Por Julio César Quinteros
a)¡Hoy, qué decir de el día de hoy! Todo recomienza, cesa, incesantemente cerca de las diez u once del medio del día y despierto, regreso a este terreno en donde duele y ocurren curas y sanaciones y vuelta uno a soportar el día, el vigilio, la sueña. Comienza pues una jornada y conecto con un volumen que me regaló mi gran amigo Jacobo, el que nació y murió en Texas para renacer y remorir en el litoral lluvioso de esta zona del planeta, del cosmos, y continuar vivo más acá de la ficción. La otra tarde cuando fui hasta el big sur a visitarle, ofrendó. Esa tarde estaba dadivoso mi gran amigo Jay, me cargó de ofertas estéticas y literarias, históricas, de colección. Recién hoy, en el medio del día, sin 'high noon', con unas amenazantes nubes amenazando belleza, tomé el volumen antes no nombrado y le leí con avidez. En una hora y media estaba leído y acumulado en mi memoria de Ireneo Funes. Lo mejor del trance fue el texto ya que estaba constantemente incómodo en mis posturas físicas, la tormenta no llegaba del todo y la nouvelle me atraía como un indefenso cardumen da el hambre y la posibilidad de saciarle a la vez a las ballenas nómadas de los océanos. En fin, leí, reacomodé las almohadas, por momentos se conectaba el wifi del orto clandestino y posteaba alguna cosilla, un libro, un aviso, un like en el poste de otros, qué se yo... La facebookiana patria que nos contiene a diario conectados entre ciertos engendros mentales y nuestras propias percepciones mentales del diario día a día del convivir sin verse apenas hablar en textos. Rescato mucho siempre la ecuación de escritura y lectura que este medio le ha dado al humano, por más que se generen nuevos lunfardos o se diga por allí que 'el lenguaje se degenera' etc etc etc dieciséis veces etcétera rescato mucho este soporte de comunicación y difusión. Finalmente leí la nouvelle completa y desayuné algunas cosas y reacomodé otras y la tormenta se desencadenó implacable como el cielo de Carriego tan ciego y nublado de humos ciegos incomparables. Llovía desde todas partes, desde todo flanco. Las gotas se acomodaban en un tramado casi de tartan de tela escocesa, la ventana se poblaba de lluvias exactamente conectadas para dibujar ese tramado, ese texto, esa textura lluvial. Acomodé fotos en la computadora y vheses en los estantes y limpié y continué mi deriva de día de tormentas y pensaba ya en descansarme cuando todo se detuvo. La tormenta detuvo sus furias y aplacó la caída de las aguas y todo se calmó un poco. Los pájaros comenzaron sus discursos y ese es un signo importante e indiscutible del final de la lluvia: cuando se escuchan los cantares de los primeros pájaros que post ceden a las tormentas ya está: no llueve más por hoy.
Y allí, en ese sitio propio, en el final de la tormentas y de la nouvelle y del fumar, fumé. Y fumar causa. Se despejó el cielo visible, el sol asomaba sus reliquias de cuando en vez, quizás sonó un tardío churrero vanguardista con sus trompetas sin swing. No sé. Recuerdo lo que puedo y lo que no puedo lo redacto. Es así. Ustedes ya lo saben queridos lectores. Celebré semejante instante afeitando mi propio cráneo en toda su extensión. Las barbas también cayeron bajo el filo imponente de la máquina eléctrica. Limpié el baño y la casa entera al menos barriendo y dispensé una ducha a mi magro cuerpo recién afeitado. Fumar causa fumar y fumé constante mientras. Mientras recortaba el poco pelo que adorna mal mi cabeza el mínimo espejo mostraba una vista de mi nuca, un costado de mi madre, una palma de mi mano de mi padre, un reflejo demasiado concreto para ser cierto, un reflejo sin retorno posible: mi cráneo. Recordaba esas vistas al secar el cuerpo cuidadosamente. El sol ya iluminaba demasiado al día y no había vuelta atrás: hay que ir a la feria, cueste lo que caiga y caiga lo quien cueste. Avisé al colega Grasso Barrera que estaba partiendo hacia sus propias coordenadas y entorné las puertas y retorné a la caminata que tanto me da placer. Las calles de la ciudad, las mismas de siempre que soportan el ritmo de mis pasos que transportan, estaban encharcadas, encastradas y emporcadas por la tormenta y eso no fue un problema, mejor fue un placer visitarlas con pasos certeros. Había cargado un portafolios de cuero de escuela primaria de los años setentas del siglo pasado con libros para el paño y dos vhs para Walter. Caminé con esa carga todas las cuantas cuadras separan nuestras casas y llegué indemne, impoluto, inacabado como un Golem, por supuesto. Llegué y caminé antes y llegué caminando como hago habitualmente. Llegué y toqué un par de timbrazos en el timbre que marca: Absenta. Dejando el portafolios de cuero pesado ya contra el umbral esperé la apertura. Llega desde dentro Enrique Barrera Grasso con su habitual humor de Obélix hermoso y compañero. Ingreso pues al pasillo escuchando la voz de Pablo que dice: '¿Cómo va, Juancarlos?' evidentemente está leyendo el apellido que adorna mi casaca. Respondo: 'bien, acá vengo de la oficina, tuve un día de locos...' Walter Barrera nota el portafolios y asiente. Caminamos el pasillo mientras él dice que está Carlitos Woodstocks en su casa a lo cual respondo preguntando: 'Está bien, todo bien.' Entramos y no sólo está Charly en el sillón sentado sino que, desde la cocina, aparece el Tribilín mientras Carlos dice, cruzando las piernas: 'Los hijos de López... una serie de hace mucho... se cruzaban de gambas los tres a la vez en un sofá como este...' y reímos. El Tribi no recuerda la serie y comento con Carlos los nombres de los actores que trabajaban en ella, recordando. Carlitos W asiente y ríe. Recibo una medieval copa de birra fresca y todo recomienza. (continuará)
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