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Domingo, 10 de enero de 2016

CONTRATAPA

El discreto encanto de la derrota

 Por Javier Chiabrando

Como regalo de fin de año el macrismo nos dio una gran lección: "si querés algo, hacelo vos mismo". Lo que los ricos y privilegiados querían tenían que hacerlo los ricos y los privilegiados. No podían esperar a que el kirchnerismo, que se llenaba la boca hablando de los obreros y de los pobres, lo hiciera. Así fue como cada patrón ordenó a su CEO que se arremangara y se pusiera a trabajar. El ojo del CEO engorda el ganado del amo.

La lección no termina allí. Nos enseñaron que para ser presidente no se necesita saber hablar ni demostrar capacidad para nada. Que contradecirse no es grave. Que dudar, tampoco. Que a mucha gente se le puede hablar de amor y aglutinarla con el odio. Que a mucha gente que pide justicia se le puede dar injusticia y no nota la diferencia. Y lo más curioso, demostraron que un gobierno puede no tener capacidad de movilizar gente, pueblo, votantes.

La lección sigue. Los que ahora ganaron no habían ganado antes. Mientras eran perdedores aprendieron a pertrecharse, a organizar manganetas, a tener paciencia. Y ahora están donde están. Es verdad que tuvieron algo de suerte, la tradicional cuota de traición del peronismo y la enorme predisposición de la UCR para hacer daño. Y supieron hacerse amigo del juez, del caballo del comisario, el comisario, el sargento, el cabo y los presos incluidos.

Entender la lección, aprenderla y actuar en consecuencia es ahora nuestra tarea: implica pertrecharse, tener paciencia, tentar a la suerte, hacerse amigo del primo del juez. Es fácil aprender de la victoria. Pero aprender de la derrota es un desafío más grande con un premio más sabroso. El que no lo entienda, que siga pataleando en las redes (yo lo hago, pero no es hacer política) y soñando con helicópteros que despegan de la Rosada. No por mucho llorar sobre la leche derramada te van a devolver la república.

Durante doce años fuimos mimados, nos malacostumbramos, el Estado nos cuidaba y sabíamos que no perderíamos el trabajo. Nos parecíamos a los habitantes del país previsible donde crecimos, en el que entrabas a trabajar a un banco o heredabas la peluquería del abuelo y tenías la vida resuelta. Luego la realidad se impuso: dictaduras, rodrigazos y saqueos destruyeron esa previsibilidad. El banco se fusionó con otro, la talabartería no podía competir con los productos chinos, y adiós futuro. Hubo que comenzar de nuevo muchas veces, mudarse, cambiar de rubro, dejar de ser obrero para dirigir una multinacional del parripollo, gerenciar una cancha de paddle, o el refugio de los ingenieros argentinos de bien: manejar un taxi. La vida es así, dirá un fanático de verdades de almanaques. Ganar o perder es circunstancial, digo yo no muy lejos de esas verdades de cotillón.

Es que no se puede ganar siempre. Es estadísticamente imposible. Hay que aprender a perder. Perder es una lección que no se debe desaprovechar. La verdadera derrota es no aprender de la derrota, y de eso no se vuelve (suena a proverbio chino, ya sé). Para eso hay que entender palabras claves: resistencia, militancia, política, empoderamiento. Cada una, una verdad en sí misma. Ante el apagón informativo y el intento de trivializar la realidad, lo que vale es una militancia organizada, sin apuros y sin creer en duendes.

¿Qué país tenemos hoy? Uno liderado por un tipo que dice burradas mientras sus ministros nos empoman duramente, sin medir heridos ni consecuencias. Un país manejado por sus empresarios y liderado políticamente por un "equipo" sin preparación para la tarea (una cosa es cercar plazas y otra lidiar con la policía de la provincia de Buenos Aires), pero que a la hora de destruir no dudan. ¿Proyectan a mediano plazo el impacto de sus medidas? Lo dudo. Seguramente confían en sus gurúes, que se equivocan (ya se equivocaron mucho) como todos.

Eso les genera un lío en la comunicación oficial. Por un lado tienen que armar un apagón informativo para que no sepamos de los papelones del presidente, de movilizaciones y protestas, del enojo que gana la calle (siempre pensando, con dolor, que estadísticamente la mitad de los despedidos los votó). Pero no todos obedecen mansamente la consigna de no decir nada (es imposible, ¿van a llenar los noticieros y los diarios de notas de ovnis? ¿Cuánto tiempo pasará antes de que la gente diga, me hablan de ovnis pero mi vecino perdió su trabajo?).

Notas aparecidas en La Nación y en Perfil demuestran que no es lo mismo no contar las bajezas del presidente que hablar de sus dotes de líder. No habrá sintaxis para atenuar el papelón cuando diga cosas como "en algunos lugares falta agua y en otros sobra". En Mar del Plata anunció nuevos viajes de Aerolíneas que existen desde el año pasado, rodeado de apenas un grupete de personas, algunos turistas. Perfil decía que si a mediados del 2017 no muestran una revolución productiva, perderán las legislativas. La Nación hablaba de "cepo a la Constitución Nacional". Importantes medios extranjeros ya le dieron la espalda, como muchos votantes (aunque no lo digan).

A la mitad de los argentinos que quedamos desairados y que hoy vemos cómo se pisotean sueños y victorias, nos cuesta entender que no hay otra que aprender a ser oposición para volver al poder lo más rápido posible, que será como mínimo en cuatro años, con una estación intermedia en dos. No vale la pena soñar con helicópteros porque ellos también aprenden de las derrotas. Y si no aprendieron, peor para ellos. Pero esperar el error del adversario es de inocentes. Estadísticamente es probable ganar las generales y reposicionarse, para eso el kirchnerismo-peronismo tiene que ordenar su gallinero. La militancia empoderada está lista y disponible.

¿Qué implica construirse como oposición? La respuesta es obvia pero no por eso menos importante. Es entender cuál es el lugar que ocupa cada uno en esa oposición. Reorganizar redes de comunicación de ideas, porque está visto que no nos vamos a enterar de gran cosa viendo TN. Al paso que vamos, tener un programa de media hora en una radio del culo del mundo, será importante.Y las redes también, obvio. Hay que prepararse para una lucha larga. Para volver al poder se necesita que una parte de la gente que lo votó reflexione. La vergüenza es una gran aliada en situaciones límites. No hay que olvidar el valor curativo que tiene.

Ellos usan el odio como aglutinante. Pero no todos odian igual. No todos odian sin sentir vergüenza. No hay que olvidar el valor vergonzante del odio. La posibilidad de demonizar al kirchnerismo expiró desde que el gobierno cambió el rumbo tan drásticamente que de lo construido van quedando restos. Es como si el gobierno actual de Egipto culpara a los faraones del estado de las playas del Nilo. A un gobierno se le suelen dar cien días para que muestre su plan. Acá con una semana bastó. El plan de esta gente es el espasmódico ejercicio del desprecio y una especie de "rompé, Pepe, que después vemos". Para este gobierno no existe el otro; el otro es un logo o no es nada.

El empoderamiento existe, pero no se pone en práctica saliendo a la calle a cada rato ni puteando por Twitter. El empoderamiento es una sensación de que la realidad se puede cambiar si se desea. Se necesita organización, ideas y paciencia. Pero no hay empoderamiento que valga sin reflexionar sobre lo que se hizo mal, sobre las traiciones, y sobre todo sin una reformulación del rol de los líderes y dirigentes. Si desperdiciamos esta oportunidad, si no aprendemos de esta derrota, entonces sí habremos entregado el país para siempre.

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