CONTRATAPA
› Por Sonia Catela
Si me encuentran me agarran.
Dije: -¿Quién no ha estado en una carpa alguna vez?
Ni me miraron.
-Estás loca- apuntó la mayor de las que parí.
-Testaruda- me midió la del medio.
-Puedo reconsiderarlo- mentí.
¿Quién iba a tragarse eso?
Como pensionada de la provincia no me alcanzó para el aumento que le metieron al alquiler del cuartucho que arriendo. "Tenés que mandarte a mudar, ya", resumió el patrón.
Truco de magia: hoy, día de mudanza. Cargo en el baúl de mi Fiat 600 unos diez libros, (ya me tuvieron adentro, primero los milicos, luego los que no sabrían curarme de los tatuajes que dejaron los uniformados en mi carne, hondo, y en la "cosa", boca, vagina, lugares donde te palpan concienzudamente el cuerpo de las palabras, gestos, buscando lo que viola su ley. Ya estuve. Esta vez nadie debe notar qué es lo que hago con el autito).
Cargo documentos y algunos chocolates, vino y clonazepan, CD de blues y Mozart, las monedas que me quedan.
Parto. No me dirijo a un lugar de vacaciones. Doy unas vueltas por el parque Independencia. Estaciono en un lugar solitario. Busco mi nuevo domicilio. Lo hallo. (Ah, la radio, ¿me la olvidé? No, claro). Y traje una banqueta de cámping para sentarme a leer.
Me saco de mi mundo azulejado y me pongo cerca de los baños públicos que voy a necesitar.
Y la almohada, por supuesto. Porque el asiento reclinado no alcanza. Una manta.Y agua. Constato que haya cerca un supermercado, para abastecerme de mínimos alimentos sin tener que mover el auto, (con el precio que alcanzó la nafta, quién podría recargar el tanque). Y de mover el Fiat, no vaya a ocurrir que pierda el terreno de mi nueva casa. Porque ya tengo casa. La observo. Rodeada de palmeras y césped. Podré ver la puesta del sol y el amanecer. Alzo algunas botellas plásticas y las llevo al basurero. Disimulo. Finjo que paseo. No se ven policías por los alrededores. Demasiado desinteresado el sitio como para convocar botas que trotan y revólveres gatillados apuntando al azar.
Barro el césped que pasa a ser mi suelo doméstico. Alzo tapitas y algunos preservativos. Vigilo con disimulo. No circulan vagabundos a la vista. Ni vendedores ambulantes.
Hay que medir cada movimiento. Que ellos no logren enfocarte con sus radares de patrullas. Rondas. Allanamientos. Soplones. Ya se sabe.
Pasa que si te encuentran, me agarran.
....
Votación en el gremio
Y sé que no soy yo una sola alma -no, qué digo, no existe el "alma"-, precisemos: sé que no soy un solo "yo" sino una batalla de ellos. Ignoro cuál triunfará y me llevará en andas, si el del tipo idealista y batallador, o el de la pura apariencia que actúa en función de su ego, el disimulador, el que finge desprenderse de todo interés cuando en realidad éste es el motor que lo pone en marcha.
-Lucía, nuestra militancia nos llama-, digo, y una parte de mí lo siente, pero en el teléfono mi dedo disca el número opuesto a ella.
-¿A quién llamás, León?
-A alguien idealista que nos puede apoyar...
-Nos jugamos el todo por el todo en la asamblea de mañana.
-Efectivamente...
-Con un voto extra, obtendríamos mayoría y conseguiríamos nuestra propuesta de salario mínimo para sobrevivir... caso contrario, dieta de Auschwitz.
-Hay que jugársela; Lucía, dejame un momento a solas, necesito concentrarme en los argumentos con que convencer al tipo al que llamo, bastante chúcaro él, Arias, para que se nos una y consigamos la mitad más uno... Y cuando se escucha la voz de Arias en la línea sólo pregunto "¿mantenés la oferta?", Arias me reconoce de inmediato: "Sí, León, sigue en pie", chasquea la lengua. "Necesito el doble de esa suma", replico, "Me parece demasiado, León". "Es que hay que conseguir todos los necesarios para ir sobre seguro; y no será fácil", su silencio y un masticado "de acuerdo" ponen en marcha el arreglo.
Ya cabalga una de las almas que empujan, uno de mis "yo" atropella los mejores instintos, los pisotea y aferra la suma que se me ofrece; así vendrá mi revancha con esos compañeros de sindicato tan cuestionadores, desconfiados, codiciosos, dispuestos a vender el delegado gremial al mejor postor y el delegado gremial, en este caso yo, logro el precio que me servirá, entre otras cosas, para adquirir opiniones y manos que se levanten cuando yo alce la mía mañana en la asamblea, y por un minuto, habrá paz en mi campo de batalla, y mi burla apuntará hacia Lucía, que me mira como me mira y escupe su: "traidor".
Luego, el recuento de las bajas. De mis bajas, mis yo muertos. De los correspondientes a mis compañeros, decapitados, a mis pies. Algunos colgados de la cintura, trofeos.
Y quién no se siente victorioso, (en ese fulgor de la victoria), cuando lo que carga es la masa de los que derrotó con la propia astucia, y comienza la caminata, soplando el revólver, todo un cowboy, yendo a cobrar la recompensa.
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