CONTRATAPA
› Por Federico Bergamaschi
25/12/15 8:12 hs.
El espacio se llena con los llantos de un bebé. No lo he visto aún. Sólo sentí a su madre momentos antes de parirlo. Después, el silencio y su llanto. Había llegado Luján. En el mismo lugar, en el que algunos estábamos desconcertados, descontrolados, descorazonados; los llantos de Luján colmaron el lugar, señalándonos que la vida seguía. Lujan llora. Busca su espacio y lo que necesita para vivir. La vida sigue...
26/12/15 9:02 hs.
Luján comienza su camino. Sus alegres llantos se imponen a todas las preocupaciones del ambiente. La visitan sus hermanas. Llegan con los ojos llenos de alegría a conocer a su hermana recién nacida. La más grande le marca el paso, a la ahora, hermana del medio. Comprendí después, de qué se trataba: en otro tiempo, le había tocado pasar por esta experiencia.
Un rato más tarde, salieron al pasillo, sus rostros alegres eran la certeza de que ya sabían que de ahora en más compartirían sus afectos con la más chica. Los minutos transcurrieron, las tres niñas se hacían escuchar. Unas, voces, risas y juegos. Otra, con sollozos y llantos. Observo que la cuerda con la que jugaban las hermanas mayores había sido abandonada sobre una silla. Instintivamente las busco en la calle. No las veo.
Un sonido capta mi atención. Veo a la madre de las tres salir de la habitación franqueda por las hermanas de Luján. La mujer se mueve con dificultad, con signos de dolor pero sus hijas cual bastón, la ayudan a movilizarse. Otra vez me maravilla ver cómo las mujeres se sobreponen a los dolores de traer un nuevo ser al mundo. Al ver a las niñas caminar junto a madre comprendí, que en silencio, le estaba trasmitiendo ese mandato divino.
26/12/15 12:26 hs.
La puerta de la sala de terapia se abre de golpe. Rápidamente sale una señora mientras le dice a un señor que sale por otra puerta "trae una remera fresca". Pienso "¿una remera fresca?". Si alguien me mirara desde afuera, me vería con la mirada extraviada en algún punto de la blanca pared que tengo enfrente. La voz de la señora suena nuevamente, "cuántos temas hay acá". Salgo de mi estado de trance. La busco, encuentro sus ojos. Me hablaba a mí. Le digo que sí. No puedo decirle otra cosa aunque, por la cabeza, se me pasaron un montón de palabras e imágenes durante estos días... Pienso en la profundidad de esas palabras. La puerta de la terapia se abre nuevamente y los enfermeros empujan la camilla que traslada al familiar de la señora.
No me queda duda. Lo trasladan. Les deseo suerte y ella me agradece. Cuando se van, me arrepiento. Siento que debería haberle deseado que Dios los acompañe, que los proteja. Es lo que necesitamos, los que estamos en estos "temas". Parece que es como dice la canción "se cree más en los milagros, en estas horas...".
27/12/15 11:28 hs.
La noticia llegó a la siesta. Me sorprende. Ya podemos abandonar el lugar.
Mientras pienso cómo afrontar lo que sigue, vuelven los llantos de Luján. Creo que presintió lo que estaba pasando en el pasillo y me está despidiendo. Siento como ella, con la sabiduría innata de los niños, me desea que Dios nos acompañe, que no nos abandone.
Se me viene la imagen de cuando la vi por primera vez. Iba en brazos de una enfermera, que la llevaba junto a su pecho, como si guardara una pequeña piedra preciosa. Por más que lo intento, no puedo recordar el rostro de la niña. De sus rasgos, sólo retuve sus vivaces ojos.
Antes de llegar a la puerta que conduce a la calle, me detengo un segundo y le agradezco cada llanto de los últimos días. Fueron las palabras, señales de vida que necesitaba. Se me inundan los ojos, y en silencio, miro hacia arriba deseando que la proteja y la acompañe.
28/12/15 10 hs.
Habían transcurrido un poco más de 24 horas desde que abandonamos el lugar, cuando una llamada telefónica alteró mis tranquilos planes. Una hora después, estaba desandando el camino y regresando al lugar en el que había escuchado a Luján. Al entrar, deseé que aún estuviera allí, esperándome. Decidí tomar el pasillo que pasa por la habitación 2 en la que estaba. Camino despacio llevando del brazo a quien acompaño, cuando paso por ahí, observo que en la puerta ya no está el cartel, que como estandarte medieval, indicaba que esa era la morada transitoria de la infanta. Mis propias preocupaciones me embargan. Me costó darme cuenta de que esa era la señal de que Luján estaría ya en casa.
Cuando me sentí más tranquilo y también, más claro, recordé que en un tiempo ahora muy lejano, había tenido la suerte de recorrer esos pasillos llevando a mis hijos en brazos. Nunca pude explicar muy bien la sensación de ese momento. Una mezcla de orgullo, amor, pasión, temor y más sentimientos para los que nunca encontré palabras justas. Sentí que en el ambiente aún flotaban esas sensaciones del padre de Luján. En el instante pensé que habría sentido la madre. Fui ahí cuando caí en la cuenta de que nunca le había preguntado a mi esposa que había pasado a ella en ese momento. Pasamos los grandes momentos sin palabras que nos ayuden a decirlos.
El tiempo transcurrió. Después de la consulta. Volvimos a la calle. Otra vez, volvió a mí la imagen de la nena de ojos vivaces. Me pregunté si su padre cumpliría con el rito de acercarla al perro, para que éste la olfateara y la aceptara como parte de la manada. Ese poner a la recién llegada a la familia bajo el ocio del animal para que este se eche a su lado como símbolo de respeto. Y ¿las hermanas mayores la mirarán mientras la madre la amamanta? ¿Pegarían sus dulces rostros a la cuna para observar como duerme la hermana menor? ¿Les daría asco lo que su hermanita deje en los pañales?
Algo me regresó a la realidad. Ya no sabré más nada de Luján, a qué escuela irá ni qué comidas no le gustarán. La niña que naciendo me convidó fuerzas. Ahora, ya con señales de vida, es tiempo de desearle buena vida.
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