Sáb 12.03.2016
rosario

CONTRATAPA

Además de uno mismo

› Por Miriam Cairo

Hay mucho de qué horrorizarse fuera de uno mismo:

La anciana muerta detrás de los rosales.

Los hombres que salen a matar.

La combustión del petróleo.

Las palabras estancadas en la costumbre, por descargo de conciencia.

Las aves de metal que fueron nodrizas de la noche.

También hay muchos a quienes temer además de uno mismo:

los que no encuentran el quinto punto cardinal.

Los que hacen alarde de su estilo puramente informativo y escriben: "El juez, con un sobretodo negro, se retiró del tribunal a las cinco de la tarde."

Los que no han podido fundir su cuerpo con lo no visto,

lo no dicho,

lo no escuchado.

El reloj que suena.

Los gallos y los hombres que se comen los ojos.

El perro con cara de hombre,

el hombre con la túnica de dios,

dios con la baba del diablo.

El asma de los toros.

El perdón de los pecados.

Wall Street.

La resurrección de la carne.

Y también hay otros culpables además de nosotros:

Los que prefieren sostener el sistema y no la fulguración.

Los que lanzan el a-b-c de sus transgresiones y revientan en un rollo que comienza con el título y termina en el punto final.

Los que dan patadas al aire antes de lamerle los labios a una mujer.

Los que no enseñan al diablo a ser bueno ni a dios a ser diablo.

Los que dicen sí, cuando todos dicen sí, y no cuando todos dicen no.

Los lacayos de las retóricas establecidas.

Los que no dejan de hablar del fin del mundo y por lo mismo impiden que el mundo tenga fin.

Los que no saben de dónde han salido ni con qué penas.

Pero hay muchos a quienes admirar:

Los que avanzan por el camino menos transitado.

Los que adhieren el conocimiento a la invención,

la invención a la perplejidad,

la perplejidad a la hermosura,

la hermosura al espanto,

el espanto a la inteligencia,

la inteligencia a la percepción,

la percepción al hombre y sus centauros.

Los que no se salvan y escriben.

Los que cantan su canto más apartado.

Los posesos.

Los que van a la deriva con el mundo.

Los que mueren y al mismo tiempo van naciendo.

Los que aún no han empezado. Los que aún no han sido vistos.

Los que emprenden la retirada hacia alguna clase de silencio que borra el alrededor.

Los que andan dentro de sí mismos, aterrados y conmovidos por lo que encuentran.

Las criaturas de pechos devorados.

Los que hacen salir de su pequeña individualidad una compleja cooperación con el mundo.

Los que hacen de su escritura un presentimiento, una ignorancia que tantea y adivina.

Los que accionan el timbre melancólico y sereno de su pequeñez, de su plenitud.

Los que abrillantan con su perplejidad el medio circundante.

Los que dicen sí, sí, soy yo, aún estando a punto de no ser.

Los que se detienen porque son tan bellos.

Los vaciados de todo sentido anterior.

Los que inventan lo existente como si no existiera.

Los que retuercen sus posibilidades.

Los que creen en la poesía, no en el paraíso.

Los que no esperan que sean virginales sus vírgenes y adoran las manchas de sus vulvas.

Los que encuentran en la grieta de la pared descascarada el mapa de su reino.

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