CONTRATAPA
› Por Eugenio Previgliano
Hay -dice- una costumbre que adquirí de adolescente pero que nunca pude dejar de lado, como si fuera una adicción irresistible, que no daña ni beneficia pero se sostiene en el tiempo y forma parte -aclara- de todo lo que he ido siendo durante todos estos años.
Yo lo miro, callo, trato de no jadear bajo el sol radiante de este otoño sin viento y sigo trasegando paso tras paso mi camino cuesta arriba sobre la arena.
Me acuerdo -sigue diciendo- que mi padre, tal vez a causa de la actividad, las preocupaciones o por ese curioso entusiasmo que sobreviene de la misma juventud, se levantaba -comenta- realmente muy pero muy temprano y ejercía -explica- una especie de comentario: tomaba -dice- un lápiz o una birome y primero subrayaba y después comentaba -evoca- según su propio criterio, las noticias del diario.
Yo lo escucho decir estas cosas en medio de mi esfuerzo, recuerdo las anotaciones que Vila Ortiz hacía sobre toda cosa que leyera, y en un breve interregno del discurso de mi compañero escucho el rumor persistente y monótono del mar en este marzo que, sin embargo, no trae viento.
A mí -sigue contando- no me resultaban tan molestos los comentarios anotados sino -confiesa- los que hacía él mismo, dijéramos, oralmente, con su voz, porque él, cuando me veía leyendo, decía que, malo sería el futuro de este país si los jóvenes como yo -memora- empezaban a leer el diario por la sección de Policiales.
Yo doy unos pasos más subiendo sobre la arena, veo el caminito de madera con sus largos tableros escalonados y me pregunto porqué a veces preferimos elegir el camino difícil y no el que otros han facilitado en la búsqueda, seguramente, de su propio y ajeno beneficio.
Porque durante la dictadura -dice ahora- no había esta brutal catarata de noticias policiales, alguna especie de pudor -califica- velaba tenuemente los conflictos sociales y a mí lo que me interesaba especialmente -confiesa- era saber si algún estudiante de alrededor de veintitantos había sido asesinado porque el diario -aclara- a los crímenes políticos, sobre todo los del gobierno, los glosaba en la parte de Policiales, mezclados con los delitos -taxonomiza- que entonces se llamaban "comunes".
A medida que asciendo, mi visión del mar se vuelve más abierta y puedo ver como, más allá de la rompiente, el mar no tiene el color oscuro y cenagoso que sí tiene cerca de la playa sino que, a diferencia del cielo, toma un color azul celeste virado al verde que el sol, sin embargo, en determinados lugares hace espejado.
De este modo -sigue diciendo- me acostumbré a esta doble lectura donde -analiza- por una parte había que desmarcarse de los comentarios previos de mi padre, un hombre de pensamientos radicales y, -agrega- por otra parte, toda la lectura era realizada a sabiendas de la discordancia entre los hechos y la crónica, sin imaginar siquiera nunca jamás que pudiera haber consistencia entre lo narrado en el diario y lo ocurrido, tratando de ver cómo esas sombras que el diario publicaba, con o sin opiniones explícitas, podrían dar cuenta de algún aspecto de lo real, lo que ocurría de verdad, oscuro y nebuloso en las profundidades de la caverna.
Cuando ya llevamos un buen trecho recorriendo la subida puedo, además, ver las rocas que sobresalen, la espuma que de las olas el arrecife troncha y esa especie de niebla que sobreviene al choque y le da al conjunto una versión de borde irisado, mechado de arcoiris que al ojo profano resultan gratos pero que al marinero, al auténtico marinero a vela le habrán resultado una verdadera amenaza.
Así crecí -declara-, sabiendo que lo que los medios publican es inconsistente con lo que va pasando, haciendo oídos sordos a toda presunción de beneficio declarada por los enemigos de todo lo bueno, sin creer que vamos ganando, indagando sobre lo que habrán hecho, preguntándome por las batallas de esa guerra, dudando de la cruzada contra -insiste en recordar- corruptos y sumbersivos. Por eso y durante años -testimonia- he intentado encontrar una alternativa a este lugar de coro del poder que tienen los medios, y cuando empecé a publicar soñé -confidencia- que se podía hacer otra cosa, expresar una multitud de voces donde, incluso hubiera alguna donde reconocerse pero ahora me parece -se lamenta- que todo seguirá como era entonces.
Yo lo escucho, callo, y miro el horizonte, siento la firmeza del bitumen sobre mis pies y veo, allá abajo, a lo lejos, la otra playa cuyas arenas se estremecen con las olas. Muchos naufragios, pienso o recuerdo, se deben también al paisaje.
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