CONTRATAPA
› Por Gualberto García
a Luis de Vera
Pantano
Sujeto su mano. Caminamos juntos en la tormenta junto al pantano. El rayo entra en mi cuerpo, me atraviesa y mi mano es el canal de su muerte. Siento que pude leer la consistencia del rayo. Fue arte: del rayo y la mano. Sobrevivo y trabajo en contarlo pero me resisto a la naturaleza humana porque aunque pudiese transcribir un rayo, no lo entenderían el resto de los sobrevivientes y si lo entendiesen yo querría taparlo y guardar el secreto. Es el instinto de preservación animal. Veo belleza en mi historia aunque parezca mierda, pero como animal. Como hombre solo sería un disfraz, un engaño, un ícono insustancial. El arte y la vida del arte es distinta a la creación y en ese momento no soy artista, soy animal. Así me manifiesto. Yo animal, desde mi nido, sostengo la mano suave de mi otro, el iluminado del rayo. Hoy no puedo salir de cacería para los dos. Hoy me quedo sosteniendo su mano en el nido en un cuadro sin estética, el alma alcanzada por la luz. Habíamos salido a cazar y ahora morimos, solo que yo leí un rayo y mi cuerpo aún se mueve. Es por el moho, por el barro, el adobe y el rayo: nuestras manos quedaron pegadas. Si no fuera animal no te lo diría. Pero te digo: no te asustes. Si tiro de tu mano es porque nos estoy llevando. Yo conozco la cura. Está detrás de esos juncos. Somos pequeños pero podemos hacer el ruido suficiente; despertemos al cocodrilo.
Blanco
Siempre nieve en los bordes. Siempre lo noto cuando estoy con ella. Lo veo por el vapor de su lengua, la veo cuando se acerca, cuando patea la nieve y juega a volcar y tirar cosas sobre el piso blanco para dibujar y dibujarse, zambulléndose como un océano blanco. Nunca la pierdo de vista porque siempre esta con su perro negro de pelo grueso y caliente. Camina, dibuja con gaseosas el camino y cuando el frío ataca está su perro negro para abrazar. Me gustaría que estar con ella sea que ella me conozca, que sepa de mi existencia o al menos que no sea indiferente a mi ventana y su cuadradito central desempañado. Hoy no pasó porque cuando no pasa no veo los bordes nevados. Los bordes no existen cuando un fondo no los define. Esa lengua emana calor cuando le habla a su perro negro y mi corazón quiere abrazarlos cuando veo sus bordes blancos.
Negro
Limbo, viaje abducido y sin frontera. El color de la voz y el viaje a un lugar que es seguro hasta que se demuestre lo contrario. Piernas levitantes van tocando la pared cada tanto para saber que están en la senda, en el negro. La escala es la textura y el aroma. En el negro el viaje es el sudor de gotas negras, perlas puras sin dueño. Camino de luz negra. Limbo; no tocado por los pies sino por el sudor. Piedras sospechadas de existir y guiar. Hematites, cristales negros y ausencia de sombra: jardín puro, cielo naciente. El amor y arte del hombre antes del hombre. Negro es el valor de esa escultura dentro de la piedra antes de sacar el excedente.
La balanza de humo
¿Para qué pasar hoy por el ayer tan perturbador? La vida sucede al día siguiente. Un martillazo es solo una clase de golpe y el mañana es donde se siente la vibración. Existen más hojas, dichos y suspiros que los que puede reconocer una persona en su vida, dedicados a la vibración. Este sentimiento no será nombrado, sólo será vivido en una forma experimental y pragmática por cada una de las personas a su individual voluntad. Hay un movimiento y ciertas definiciones de escuelas o diccionarios enciclopédicos para decir eso que no se nombrará en estas líneas. Esa sabiduría es perfecta porque solo es. Y no hay motivos para establecer una teoría sobre eso. Sería preferible caminar o pasear en auto. Mirar hacia afuera es un paso importante para identificar cualquier circunstancia. Sin duda algo sucedió (o no) y ahora ya no se siente igual que ayer, pero todo hombre es hombre ordinario y la noción de que eso es cierto lo enaltece. Claro, la altura no es un valor, la altura es un lugar desde donde mirar más global y menos detalladamente. Un cambio de altura es un ejemplo de nueva vibración. Como las otras especies, los humanos nos definimos por nuestro entorno. Es más simple ver la relación de un "animal" y su entorno. Creemos conocer lo intrínseco de un humano por leer un libro de biología aunque no vale la pena de discutirlo, al menos ahora. Hay una línea del tiempo, un hombre de ayer al que nos cruzamos en la calle al día siguiente y consideramos naturalmente que es la misma persona: luce discretamente parecido. La inconsciencia es una escolta, sabia por momentos, que actúa como un delator de la locura tranquila: La balanza de humo. Al día siguiente ella camina decidida y velozmente. Por fortuna es una mujer ordinaria, su solemnidad es la medida de sus pasos. No sabe a dónde se dirige, pero marcha. Toma rumbo cuando ve el río en su camino. En ese momento supo que así como nadie le pide explicaciones al río sobre su cauce. Elige el consejo del río. Camina por las pasturas porque el terreno es más suave. Siente un fuerte deseo de suavidad. El pasto es un conductor no sólo suave, sino rápido, con lo todo. ¡Eso es vibrar! Pisar algodonadamente, una alfombra de hierba sin la necesidad de ganar tiempo. En el pasto el tiempo es un desvalor: al menos para ella. Ya ha reído demasiado de los estúpidos que luchan contra el reloj: ahora son simpáticos y realistas de su propia subjetividad. Ella piensa: "Ahí va mi caballo galopando y levantando el pasto que pisa. La sincronía de la naturaleza es fabulosa: es hora de pisar la tierra en pasos de caballo; convertir el paso del caballo en la propia carrera hacia lo móvil, siendo a su vez el motor. Siguiendo con ambas piernas, las cuatro patas del otro animal, iría el doble de rápido. No está apurada, pero disfruta del viento en la cara y los caminos sin paradigmas ni huellas. El caballo se vuelve mensajero. Lo hace sin saberlo y por eso dice, sin decir quién es." Ella aclara la voz y dice: "Mi caballo blanco es esbelto y alado. Tiene manchas, los dientes rotos y no vuela: ¡Es perfecto!".
Ella camina hoy, está decidida, se encauza como una partícula de polen.
Fluye en el aire. ¡El viento en su cara! Camina hacia un nuevo hoy y ya no es la misma: se permite portar el mismo nombre, pero no escribirlo igual. Los registros son momentos sin tiempo. Mezcla naturalmente este pan fresco y delicado con el pretérito de una vida. Levadura y pan conviven en el mismo plano sin tiempo. Ella es la esencia viva de ser quien no concluye con la palabra fin.
La luna
Acomodó su dedo índice entre sus cejas. Fue como un llamado: dibujó un camino para la vista. Esa es una visión casi vanidosa; aburrida, pero sedante. Nada pasaba, cuanto tedio que se pasa hasta trazar esa línea inútil con el dedo. Se mordería ese dedo después de imaginarse lo estúpida que se vería su cara atravesada por el dedo. No quería leer ni mirar la tele, no tenía ganas de caminar ni de estar con nadie. Todo lo que tocara estaría destinado a romperse o a dejar secuelas. Una y otra vez repasaba el camino que lo llevó a sentirse así. Se repite el registro. Es ahora, es momentáneo, es siempre. Fue lo que fue. Todo está bien aunque parezca extraño. Quisiera encontrar las ideas, pero su mente está cansada aunque sin sueño. ¡Cuánta irrealidad habrá en el ambiente! Piensa: nada real puede hacerlo sentir tan incómodo. Transita un encuentro consigo mismo que es insoportable. Debe ser el color de su dedo, que hace que el resto de los colores se vuelvan tenues y sombríos. El blanco de la pared se vuelve hueso para alguien que mira su dedo. Saca la mano de su cara y la llegada de la luz describe frente a sus ojos una ficticia luna, es una locura, él no puede evitarlo. Hay un doble registro del mundo, un dedo que se saca del ceño se vuelve una luna. Desearía que no se le ocurriese la luna. El piso esta frío, se levanta antes de resfriarse.
Lento
Su nariz estaba brillosa, de cebo nervioso. Con la boca cerrada sus labios se movían como si tuviese frío. La luz del velador era un imán. Todo pasaba en su pequeño cosmos y alrededor nada pasaba. Noche y día: la misma cosa. Nada que hacer y nada hecho. Las sábanas húmedas y el cuerpo caliente, a punto de picar. No era momento de convicciones, pero las cosas le importaban. No había encierro, lo mismo daría el aire libre. La quietud le pidió un movimiento casi compulsivo en los pies para que fluya la sangre. Sin querer se disparó una patada, que golpeó los pies de madera de su cama. El reflejo del dolor lo hizo parar. Estar parado, tenía el mismo sentido que cualquier otra posición. Estar quieto no significa no hacer nada, del mismo modo que hacer cosas lentamente no implica pereza. Sintió ganas de moverse y nada era más motivador de movimiento que vestirse. Se puso pantalones, zapatillas; se cambió la remera por una blanca, con olor a jabón. Más valor que testimonios: en ese momento sólo disfrutaría del hacer: así es que subir una montaña es subir y no llegar. Su montaña de hoy es salir y moverse y volver antes de llegar a algún lado. La quietud le pidió un movimiento casi compulsivo en los pies para que fluya la sangre. Aprendió que subir una montaña es subir y no llegar.
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