CONTRATAPA
› Por Miriam Cairo
Uno
Qué placer me da no ganarme el pan con el sudor de la metáfora. Ir de acá para allá acosada por la palabra bestial, por la palabra dulce, por la palabra cruel, por la palabra lúbrica, por la palabra ausente. Escribo un par de líneas a las diez de la mañana y me curo de eso. Luego vuelve a pisarme los talones. Me acecha con su talismán de hierba que corre hacia mí aullando, aullando en sus cuatro patas de presagio, su cola de sirena, sus ojos de niño. Y cuando me detengo a las doce del mediodía para calmarlo, el animal aumenta sus gritos y otros fetiches de cuatro patas vienen a ver qué pasa, y me rodean gimiendo a su vez, suplicando que no me vaya, pero yo me tengo que ir a no ganarme el pan con el sudor de mi tiempo y entonces los invito a jugar el juego de las estatuas, y los dejo paralizados hasta las tres, cuatro, cuatro y media de la tarde. Cualquier otro animal se caería de sueño, de hambre, de miedo, pero él me recibe sonriendo, y los otros, que no son tan fuertes, ni me aman tanto, se van desmaterializando. Por la tarde, el talismán y yo nos demoramos en otros juegos, que tampoco me hacen ganar el pan, hasta que la noche se instala alrededor de todo lo que miramos, y él cambia de género, y yo cambio de número, y las líneas escritas se suceden una tras otra, producto de un movimiento nupcial que nos acopla. Somos ricos. Somos ricos, dice el talismán de cuatro patas mientras le doy cuatrocientos cuarenta besos en la boca.
Dos
Uno de estos días llegará el ángel de menta y me embriagará con sus pastillitas tac-tac, y seré su esclava redonda y blanca y me desparramaré por el piso en espirales y seré la vía láctea y soñaré que voy a Rusia, y una muchacha belga me dirá algo que la hará llorar sobre mi hombro y la poesía no me ayudará a desactivar la bomba atómica, ni a sanar las enfermedades, ni a distribuir la riqueza, ni a prevenir los accidentes de tránsito, pero, pese a todo, en algún lugar del mundo sé que alguien escribirá poesía, todo el mundo la escribirá, pero también en algún lugar del mundo nadie escribirá poesía, nadie la escribirá, ni nadie hará tac-tac, ni nadie alzará la lengua, entonces el ángel me atará a sus alas y volaré como una mariposa duplicada de felicidad, y haré todo lo que me pida, todo, incluso quebrar los cristales de estos cielos inmensos para que salga el rumor de la vida.
Tres
Si yo hubiera estado dormida, habría sido un sueño. Si hubiera estado despierta, habría sido realidad. Sin embargo, pasó por las pequeñas brechas que comunican la noche y el día, por donde pasa el flujo del sueño y el reflujo de la vida. Lo miré con todas mis fuerzas. Como si yo misma fuera el viento monzón sobre los arrozales de la China del Norte. Invisible para el mundo. Invisible para el sueño. Me miró con todas sus fuerzas. Como si fuera el reflejo de un animal único que corre poderosamente por los trigales del cosmos.
Cuatro
Se mete en la guarida de las hortensias.
Siempre lo mismo.
El muerto se asusta del degollado.
Alegoría fatídica.
Es un asunto de balance:
debe y haber.
Debe haber balance,
una ecuación en la guarida de las hortensias
donde el perro entierra su hueso
y la perra lo desentierra.
Metonimia fulmínica.
El fuego del infierno brinda calor al paraíso.
La minúscula,
subliminal
delicia
de ser descubierto en pleno déficit.
Todo el aire en tensión.
Las hortensias volviendo del revés el derecho,
el derecho del revés.
Anáfora morada.
Y la perra sáfica lame la belleza
desenterrada a contraluz.
El perro en eclipse con el sol.
Trofeo óptico.
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