CONTRATAPA
› Por Anibal Faccendini
Ella, huyendo de la compacta violencia de la guerra, el machismo, el trabajo, la pobreza y la miseria, afirmaba soberanamente que tenía derecho a vivir en la Tierra en un ambiente no violento. El cavilaba en la indeterminada realidad y cuestionaba ¿tengo derecho a que no me violenten? Niñas y niños padecen bajo infinitas formas la violencia. Escapan, y terminan, en desesperación en países europeos que los atrapan para devolverlos al infierno. Niñas, niños que recién inician la existencia. La vitalidad humana es tan increíblemente efímera, que creemos falazmente que podemos soportar la violencia y que nos soporten otros, por también ejercerla.
La violencia es parida por un universo de factores, pero podemos subrayar a la soberbia, a la injusticia social y ambiental, a la pobreza, a la frustración, al altísimo egoísmo, a la ultra competencia, al individualismo y a la envidia como combustibles generadores de actitudes no amables hacia el semejante. Sin embargo, podemos observar que no hay una cultura, una pedagogía de la no violencia en forma contundente. No hay una creencia auténtica y verídica, que nos haga sentir que la amabilidad es superior y de opción preferencial frente a la violencia. Nos debemos una cultura de la opción preferencial por la amabilidad.
El siglo XX, es un ícono de la violencia para todas las épocas. Y lo que va del siglo XXI, no le hace mella al pasado siglo. La modernidad gaseosa ha generado también distintos dispositivos de violencias sutiles. Son las más difíciles de detectar. Parecen invisibles, pero están y son tan devastadoras como la violencia explícita sea física o psicológica.
Según el diccionario de la Real Academia Española, violencia, entre otras interpretaciones, es violentar por la fuerza y en contra de su voluntad a una persona para imponerle una conducta contraria a sus ideas, hábitos y convicciones. Viene a cuento lo que he leído en algún lado, que la libertad es para el que discrepa. Toda una sensatez irrebatible.
Se tendría que establecer dentro de la la Declaración de los Derechos Humanos en el aniversario de la misma, en 2018, el Derecho Humano a la No Violencia dentro del marco de Declarar Ilegal la Pobreza (DIP). Este derecho viene a proteger a toda víctima sistémica en inferioridad de relaciones asimétricas y también horizontales. Sería de una tuitividad para los ciudadanos sometidos a violencias implícitas y explícitas. Posicionarlo internacionalmente es priorizarlo en una primera etapa, aunque sea no vinculante. Simultáneamente tendría que pasar a ser legislación positiva en los distintos Estados.
Este derecho de tercera generación, políticamente viene a deconstruir la violencia como forma de dominación o manipulación insana para y dentro de las sociedades. Desnaturalizar las formas arcaicas de acumulación sociobiopolítica de lo violento abriría un talentoso desafío, de que las bases del poder político en sentido amplio debería ser la polilogía, el diálogo de verdad. Algunos hablan de diálogo, pero su esencia es un monólogo. Es decir, la democracia requiere de acuerdos a favor de la ciudadanía, estos son los mejores antídotos a la violencia generada por ejemplo por los despidos, la desocupación estructural, la pobreza, indigencia, inflación, tarifazos y los profundos procesos de pérdidas de conquistas sociales y ambientales. De suyo, los acuerdos tienen que ser para mejorar el bien vivir del pueblo, logrando así el bien común.
La violencia, en sus formas sutiles y no tanto, atraviesa en forma aparentemente endógena e íntimamente exógena en muchos ámbitos, desde la familia, el barrio, la fábrica, partidos políticos, el Estado, clubes etc. Sus causales, entre otras, están en una combinación profundamente devastadora de injusticia social-ambiental, alta competencia individualista del sistema, que ruptura todo espíritu de ciudadanía, situación ayudada por la exacerbación del egoísmo hedonista. A todo ello lo potencian políticas del gobierno que no ayudan a construir un cuerpo ciudadano formado y formador de una cultura comunitaria.
Tenemos como ciudadanos un compromiso de lograr la consolidación del Derecho Humano a la No Violencia. Lograr relaciones en sentido lato sanas, es pensar, pero auténticamente que en el otro estamos todos. Qué logro será asumir definitivamente la otredad.
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