Sáb 07.05.2016
rosario

CONTRATAPA

Un temblor constante

› Por Miriam Cairo

UNO

Es la siesta. En el bar no hay nadie. Y si hubiese un hombre solo, sentado junto a la vidriera, no se notaría. Si hablara por teléfono, y dijera una palabra cualquiera pero dicha de un modo raro, nadie lo podría escuchar. Lo central es el libro sobre la mesa.

Una hora más tarde, encuentro al mismo hombre en la parada del colectivo. Habla con una mujer que si fuera la excepción que confirma la regla nadie lo notaría. No hablan de petróleo ni de velas. Si hubiera un vuelo nadie lo notaría. Lo esencial es que del libro salen unos murmullos sexuales, gloriosos y temibles.

DOS

Merece la luna, con una nube arriba, abrillantada. Y merece que venga incontrolablemente el perfume. Y que se apronten de nuevo la carne y los huesos. Merece el tremendo mariposón que no ladra pero mueve la cola de perro azul con alas. Merece que el misterio la devore siempre.

TRES

Subo al micro que va de norte a sur. Si una mujer leyera en un libro que otra mujer abre una sandía a cuchilladas nadie lo notaría. Si esa mujer de a ratos se acostara sobre el cedrón con las abejas y los moscardones, para dejarse libar por las metáforas, nadie lo notaría. Si se llenaran de polen las butacas de colectivo nadie lo notaría. Si ella sacara su roja lengua violeta para probar las otras cosas del mundo, sólo algunas cosas del mundo lo notarían.

CUATRO

Regreso en el micro que va de sur a norte. Somos unos cuantos los que coincidimos y nos desplazamos juntos. Si uno de nosotros hablara con otro de nosotros de medio género desdoblado o de doble género unido, nadie lo notaría. Si alguno de nosotros tuviera relación con la literatura en un sentido estético, en un sentido fantástico, en un sentido erótico, en un sentido ambarino, ninguno de nosotros comprendería que la rítmica afasia que lo amorra no se trata de una psicogénesis sino de un temblor constante allí donde todo el mundo grita.

CINCO

Ahora, merece otra vez, el suave rumor de los choques astrales en el cielo. Merece, en la misma medida, que el terror disminuya y que la sed aumente. Merece que los pájaros se ilusionen, que los higos opinen, que las mariposas orbiten, que las luciérnagas improvisen su vía láctea. Merece, en definitiva, que las ciruelas constelen en su honor.

SEIS

Metafóricamente en el medio del día. Donde sucede lo que no sucede. Todas las cosas están negras y blancas, adentro y afuera, posibles e imposibles. El sol es como un perro grande, inmenso, larguísimo como el placer de las palabras. Como el eterno estupor.

SIETE

Encuentro al hombre del bar en la puerta del cine después de haberlo visto hablar con una mujer que si no existiera sería la excepción de la regla. Acaba de entregar su ticket al acomodador. Si el acomodador existiera nadie lo notaría. Me entretiene y me da remordimiento encontrarlo en todos lados. Si dejara de encontrarlo nadie lo notaría. Como nadie nota el alambre finito con el que los floristas mantienen en pie a las rosas.

OCHO

Todo es brumoso, nacarado, en el bar, esta noche. Hay múltiples e indistintas presencias, de entre las cuales se distingue la del hombre que nadie nota y por lo mismo anuncia que si existiera tal vez alguien más que yo lo notaría. En otra parte del bar lo veo caminar muy temprano en la mañana. Va a encontrarse con esa mujer que no se ve sino cuando él la mira.

NUEVE

Creo que un hombre empuja a otro hombre que entra en el bar y se sienta junto a la gran vidriera a leer un libro lleno de fantasmas. Creo que yo también entro en el mismo bar. Y se me hace casi posible una esperanza muy antigua, encerrada en un paréntesis de oro.

DIEZ

Merece que lo encuentre en el último asiento del micro, vestido como siempre, en posición de sueño. Una hora completa de felicidad, merece. O un ave de paz, de paso que pasa entre las flores sobre las causas de los hombres que aparecen y desaparecen con el parpadeo de las luces, y el muchacho que abraza a la niña que lo rechaza, y el muchacho que me dice, ella es lesbiana, y la niña que pone en su justo lugar la causa: bisexual. Merece, merece existir el hombre que no existe para que escuche cada una de estas palabras.

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